H Por Salvador Samayoa Observador Político El silencio del presidente
ace un par de días algunos medios de prensa publicaron notas en las que reclamaban que el presidente se había negado a responder preguntas de los periodistas, o simplemente constataban la acumulación de casi dos meses sin declaraciones directas a la prensa. Por la coincidencia de dos periódicos con el mismo tema el mismo día, quedó claro que la última gota de frustración de los periodistas se produjo el lunes a la salida de una conferencia centroamericana a la que asistió el presidente. En una especie de recapitulación de evidencias, uno de los medios hizo una somera lista de los temas en los que el presidente no ha respondido las preguntas de los periodistas en las últimas semanas, entre ellos la aprobación pendiente de préstamos en la Asamblea, la sentencia de la Sala de lo Constitucional sobre el transfuguismo y la comparecencia ante la justicia del expresidente Francisco Flores. Lo que un presidente dice o calla tiene casi siempre importancia política. Por ello deben analizarse sus comunicaciones a partir de diversas consideraciones. La primera es que hay temas sobre los que está obligado a pronunciarse, temas sobre los que no solo no está obligado a hacer declaraciones, sino que está inhibido de hacerlas por respeto a la independencia de poderes del Estado, y temas en los que no está obligado ni inhibido por la ley. En estos últimos casos el presidente puede actuar siempre orientado por sus propios criterios de prudencia y conveniencia. La lista de preguntas sin respuesta que hizo uno de los medios ilustra bien las tres situaciones, que por otra parte no son rígidas, sino que se presentan con frecuencia entrelazadas en la realidad cotidiana: la aprobación de préstamos, siendo atribución de la Asamblea, tiene una importancia capital para el cumplimiento de metas del Ejecutivo; la sentencia sobre transfuguismo es atribución exclusiva de la Sala de lo Constitucional,
y como norma general no está bien que un presidente critique o comente en los medios las resoluciones judiciales; y en el caso del expresidente Flores, ya en fase de instrucción, el presidente puede abstenerse de expresar sus opiniones por prudencia política y por respeto a la independencia del sistema judicial. La segunda consideración es que si bien el presidente está obligado a rendir cuentas y a dar explicaciones a los ciudadanos sobre los asuntos de su competencia, debe tener un cierto margen para decidir el momento y la forma más apropiada de hacerlo.
En países más grandes y desarrollados los presidentes no están expuestos a ser abordados por periodistas de manera tan directa y espontánea, a dos metros de distancia, en cada actividad o desplazamiento que realizan. Algunos países cierran los accesos al presidente y a los más altos cargos por razones de seguridad, otros por prepotencia, otros por falta de transparencia, otros por desprecio del derecho de información, otros por culto a la personalidad de los mandatarios que son tratados como semidioses, y otros por todas las sinrazones anteriores. En nuestro país tenemos los dos extremos: por una parte funcionarios que no dan nunca la cara, y por otra parte, quizá en compensación, la práctica de un asedio casi brutal de los periodistas al presidente y a los funcionarios cuando salen de sus oficinas. Esta costumbre puede ser saludable para la democracia, pero debiera someterse a criterios de mayor moderación. La tercera consideración es que el presidente no debe ser tratado como una diva mediática o como un comentarista político. Tal vez la prensa en nuestro país, sobre todo los periodistas más jóvenes, se han acostumbrado a eso en los últimos diez años, pero la verdad es que a los presidentes hay que exigirles posiciones y pedirles explicaciones, pero no tienen por qué andar dando opiniones. La cuarta consideración es que la frustración o el reclamo de la prensa, en la medida en que sea legítimo, debe plantearse y resolverse más desde la institucionalidad del gobierno que desde la personalidad del presidente.
A los presidentes podemos pedirles algún afinamiento de su carácter. Quizá a alguno debimos pedirle más prudencia y menos estridencia; quizá a Salvador debamos pedirle algo más de soltura y de presencia, pero más importante será la óptima organización institucional de las comunicaciones de la presidencia. En ese sentido, tal vez haga falta la figura del portavoz que hay en otros países. Tal vez la presidencia en nuestro país tenga que organizar mejor su oficina de prensa o su secretaría de comunicaciones. El gobierno anterior prestó más atención y le dio más peso a la oficina que llevaba la propaganda y la imagen del presidente que a la secretaría de comunicaciones. El actual gobierno desarticuló esa secretaría y la convirtió en una atribución adicional del Secretario de Gobernabilidad. Tal vez sea hora de organizar con
más seriedad y modernidad esa función. La quinta consideración, a propósito del bien intencionado reclamo de los periodistas, es que tal vez sea hora de comenzar a desmontar algunos elementos de nuestra muy negativa cultura presidencialista. Otros presidentes, los tres anteriores para más señas, absorbieron ellos mismos todas las críticas a su gobierno, dieron todas las respuestas y pelearon o provocaron
todos las peleas políticas del cuadrilátero nacional, casi emulando el absolutismo de Luis XIV, apodado el ?Rey sol?. Pero eso no estuvo bien. Sería mejor que el presidente otorgara y la prensa aceptara un mayor protagonismo a sus ministros y operadores políticos, entre otras razones porque esta exposición a la prensa los haría asumir en mayor medida sus propias responsabilidades. En resumidas cuentas, aunque no haya sido justo en todas sus dimensiones, el reclamo de la prensa puede abrir una discusión positiva.
Puesto a escoger, prefiero el estilo más parco y más prudente del actual presidente. Su decisión de no atizar fuegos ni entrar en circos mediáticos ha sido buena, casi balsámica para el país. Tal vez los periodistas tengan razón al demandar que sea más comunicativo, pero tal vez deban aceptar también que han quedado malacostumbrados por la estridencia de la anterior presidencia.