El Homo tolerantis

Si Darwin viviera, desarrollaría una nueva hipótesis evolucionista, según la cual el Homo sapiens evolucionó para convertirse en el Homo tolerantis.

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30 April 2017

La verdad es que declararse “tolerante” está de moda. Todo el mundo dice que es tolerante, eso es, hasta que alguien les lleve la contraria. Cuando alguien se atreve a cuestionar la idea que expone el tolerante, se acaba la tolerancia, y es que según el tolerante, él puede tolerar todo hasta cuando alguien osa plantear una idea diferente a algo que él cree; en ese momento la cosa se pone caliente, pareciera que estuviésemos hablando con un militante de ISIS respecto al derecho de las mujeres de ir a la universidad.

Si Darwin viviera, desarrollaría una nueva hipótesis evolucionista, según la cual el Homo sapiens evolucionó para convertirse en el Homo tolerantis; ya que, aparentemente al menos, esa es la especie que ahora se ha diseminado sobre toda la faz de esta redonda tierra. Los podemos encontrar en las iglesias, en las universidades, en las cátedras, en los programas de opinión, en los partidos políticos y en todas y cada uno de las variopintas expresiones ciudadanas: desde los que abogan por la conservación del hábitat del chimpancé en Borneo, pasando por los movimientos LGTB, hasta el más prosaico grupo de Neuróticos Anónimos.

Los tolerantes religiosos son una parte esencial del Homo tolerantis. En su prédica semanal, el Homo tolerantis Religiopitecus expone que Dios ama a todos independientemente de su condición social, étnica, económica, moral y académica. Al tolerante religioso se le llenan los ojos de lágrimas cuando se predica la parábola del “hijo pródigo”, quien dilapidó su herencia al mejor estilo de “living Las Vegas”. Les gusta esa parte de los evangelios, porque quizás a todos, en el fondo, nos seduce la idea de que se perdonen nuestros pecados (subrayo: “nuestros pecados”, porque a los del vecino no, porque él sí es pícaro y se merece el castigo). Así las cosas, cuando al tolerante religioso se le invita a debatir temas relativos a su fe, la tolerancia se le acaba, y el susodicho actúa cual Torquemada, ofreciendo cortésmente al hereje ser quemado en la hoguera de su intolerancia dogmática: ¡por que la tierra no se mueve y punto!

Con los tolerantes humanistas sucede algo similar. Los Homo tolerantis humanistae se sienten muy cómodos parados sobre su pedestal de intelectualidad. Saltan de puro contento cuando se cuestiona la fe de otros, especialmente si es la cristiana, ya que, como cosa rara, los tolerantes humanistas poseen dosis extras de tolerancia respecto a las religiones islámicas, asiáticas e hindúes; pero cuando se trata de que alguien defienda una fe de raíces cristianas, su tolerancia es tan pachita como un río de Chalate en verano. Así, cuando al tolerante humanista se le planta cara y se defiende la fe por parte de un creyente, éste se transforma en una de las hermanas gorgonas, calificando al creyente de “atrasado, inculto y supersticioso”, ya que para él, todo el mundo tiene el derecho de pensar y de tener una opinión… siempre que esa opinión sea como la de ellos.

La subespecie de los tolerantes políticos, los Homo politicus rex, presentan características particulares: ellos evolucionaron para tener rostros amables y ojos comprensivos, sus palabras son pausadas, llenas de sabiduría y buenas intenciones. Les gusta hablar de los derechos de todos los grupos étnicos y sociales. Ante el público son tan pacíficos y buena onda, que cualquiera diría que acaban de venir de Woodstock. Pero la realidad es que los Homo politicus rex son seres iracundos y feroces, defienden su metro cuadrado de influencia con dientes y garras, no admiten la competencia de otro ADN político que no sea el propio. Los Homo politicus rex usualmente se resisten a debatir ideas, porque la mayoría de veces carece de argumentos. Gustan de salir a cazar en manadas de troles, usualmente a las sombras, ya que su sistema digestivo evolucionó para alimentarse de oponentes políticos, principalmente de las reputaciones de estos. Por su agresividad, el tolerante político es como un chihuahua en facebook: lindos y tiernos en la foto, dispuestos al mordisco en la vida real.

Si el mundo fuera coherente, los que predican el amor de Dios realmente lo darían; los que creen en una humanidad elevada, serían empáticos con el que piensa diferente; quien se postula a un cargo público, fuera tan simpático y comprensivo con los diferentes intereses sociales, con el mismo fervor que se ve en la foto del panfleto en que anuncia su candidatura. En otras palabras, en un mundo coherente, quien se proclamase como tolerante, realmente lo sería. Por ahora, tendremos que vivir con el Homo tolerantis. ¿Hasta cuándo? Hasta cuando la humanidad tenga el suficiente coraje de practicar la tolerancia real y aceptar al prójimo como es: un ser humano diferente, con sus propias virtudes, pecados y forma de pensar. Así tal cual, como tú y como yo.

*Abogado, máster en Leyes. @MaxMojica