Manuel Hinds Donald Trump se está jugando un gran riesgo.
Insultar a los mejicanos y latinos que viven en Estados Unidos lo hizo subir rápidamente en las encuestas a posicionarse como uno de los más contendientes más populares para la nominación del candidato republicano.
Al hacerlo Trump exhibió una veta de resentimiento contra la inmigración ilegal que poca gente pensó que podría ser tan grande.
Pero al mismo tiempo, él alienó los votos de un segmento de la población que ya es prácticamente indispensable para ganar elecciones presidenciales, y que se está volviendo todavía más importante con el paso del tiempo. Eso podría volver efímero su éxito.
Whit Ayres, un analista político republicano, examina las cifras en un libro que acaba de aparecer en el mercado, ¿2016 and Beyond: How Republicans Can Elect a President in the New America¿.
En las elecciones de 2012 Romney obtuvo el 59 por ciento de los votos de los blancos no-hispánicos, un porcentaje altísimo que le hubiera asegurado el triunfo en otros tiempos.
Sin embargo, perdió contra Obama, que obtuvo sólo el 39 por ciento de ese sector demográfico.
La ganancia de Obama fue que ganó el 82 por ciento de los votos de los no blancos, mientras que Romney obtuvo sólo el 17 por ciento de ellos. De los hispánicos, que pueden ser de cualquier raza, Obama obtuvo el 71 por ciento de los votos, mientras que Romney sólo el 27 por ciento.
Es decir, Obama ganó a pesar de haber perdido con los blancos, por bastante (59 a 39). Esto pasó a pesar de que, con excepción de la reelección de Ronald Reagan en 1984, la mayoría de votos blancos no hispánicos que logró Romney fue la más grande desde que se hacen las encuestas de boca de urna en Estados Unidos.
Fue incluso más grande que la mayoría que logró Reagan sobre Jimmy Carter en 1980, con la que Reagan ganó su primera presidencia.
Pero con la demografía de 2012, Romney perdió porque no ganó suficientes votos en las minorías.
Ayre calcula que para ganar en 2016 un candidato que gane la misma mayoría de blancos no-hispánicos que ganó Romney (59 por ciento), tendría que ganar al menos el 30 por ciento de los no-blancos (casi el doble del 17 por ciento que ganó Romney).
Sacando la cuenta del otro lado, para ganar con ese 17 por ciento, el candidato tendría que ganar el 65 por ciento de los votos de los blancos no-hispánicos-un porcentaje casi imposible de lograr.
Sólo Reagan en su reelección de 1984 ha logrado esta cantidad.
La demografía está cambiando tan rápido que Bush, que ganó su reelección confortablemente en 2004 con 58 por ciento de blancos no-hispánicos y 26 por ciento de minorías perdería con esos números en 2016.
Estos datos sugieren que, a menos que Trump retenga el mismo porcentaje de votos de las minorías que Romney ganó en 2012 y gane igual o más que lo que Reagan ganó en 1984 (siendo en ese momento un presidente popularísimo), Trump no tiene oportunidad de ganar las elecciones-especialmente porque es casi imposible que retenga el 17 por ciento de las minorías.
Por supuesto, aun con todo esto Trump podría ganar la candidatura y también la presidencia.
Eso puede ser en parte la causa de la prudencia que han demostrado los otros candidatos y el Partido Republicano al no criticar decisivamente a Trump.
Puede ser que esa prudencia, sin embargo, no provenga de que tengan miedo de que llegue a la presidencia sino de alienar a los que piensan como Trump, que puede ser que no sean capaces de ganar una elección pero sí de no darle sus votos al Partido Republicano y así hacer que éste pierda las elecciones.
Esto muestra lo peligrosas que son las campañas divisivas.
Insultar a unos para ganarse los votos de otros es un mal camino porque los insultados pueden ser fundamentales para ganar elecciones.
Es mejor atraer votantes con tácticas positivas, que no antagonicen a sectores importantes de la población. También muestra la importancia de mantenerse al día con los cambios demográficos.
En El Salvador el cambio está en el crecimiento de nueva clase media urbana, que ha resultado en la aparición de nuevas generaciones que son distintas de las que existían incluso al comienzo de este siglo.
Si los partidos no conocen las nuevas idiosincrasias, no van a poder atraer sus votos, con lo que se alimentaría la indiferencia electoral que tanto daño ha hecho al país. Donald Trump y la demografía