Bien presentes tengo en mi memoria los programas de lucha libre por la televisión, principalmente los de los mexicanos Santo el Enmascarado de Plata, Blue Demon o Huracán Ramírez y los de los argentinos Titanes en Acción, luego Titanes en el Ring, con Martín Karadagián y el Caballero Rojo a la cabeza.
Estos últimos, con figuras como el extraterrestre Yolanka, el Superpibe, el Mercenario Joe o La Momia, vinieron a El Salvador en 1975 y se presentaron en El Poliedro. Previamente salió un colorido álbum de cromos de los luchadores y sus himnos, que todos coleccionábamos con avidez.
La constante era que los luchadores rudos atacaban con llaves y golpes prohibidos, piquetes de ojos, amenazas y ataques a los mismos árbitros y otras tantas agresiones a traición y sin respetar las reglas.
Cuando los técnicos los ponían en su puesto, limpiamente, los rudos salían llorando, refugiándose en las cuerdas, alegando golpes prohibidos y haciéndose las víctimas, logrando que sus contrincantes se confiaran para volver a atacarlos a traición.
Eso es lo que vemos actualmente en la política: los sucios hacen de las suyas, roban, se enriquecen ilícitamente y amasan fortunas y propiedades mal habidas, se alían con el bajo mundo, y, si se les denuncia, se hacen las víctimas, alegan golpes de Estado imaginarios y quieren agredir y someter al Poder Judicial.
Como los rudos, los políticos sucios atacan por la espalda, dan mordidas y golpes bajos, se aprovechan de las reglas pero luego las rompen descaradamente, acusan a sus rivales de ser los villanos, son cobardes y no les importa causar daño.
Eso hacía, por ejemplo, Martín Karadagián o Ararat con el ancho Rubén Peulcelle o el payaso Pepino.
Eso hace la dictadura militar chavista en Venezuela, que reprime y quiebra cualquier ley para encarcelar o aniquilar a sus opositores.
En pleno Tercer Milenio es increíble que al mejor estilo de los tiranos romanos o persas o los reyes absolutistas europeos, un “presidente” mantenga presos contra toda justicia a líderes opositores solo porque le caen mal.
La represión de las marchas de los últimos días solo me recuerda la represión de los universitarios del 30 de julio en El Salvador.
Si el régimen militar venezolano es el “faro que ilumina” al partido oficial en El Salvador, no debemos perder de vista que un día nos puede pasar lo mismo a nosotros también.
Es una vergüenza apoyar a un régimen militar que aplasta a su pueblo, lo mismo de lo que tanto acusó la izquierda salvadoreña al Ejército y los cuerpos de seguridad en El Salvador en los años 70 y 80.
Aunque en El Salvador no hay una represión a la venezolana, quedan en evidencia las imposiciones con el sello de “les guste o no les guste” y medidas tan groseras como tomar los fondos de pensiones y cargar con más y más impuestos a los trabajadores.
*Editor Subjefe de El Diario de Hoy.