Permítanme empezar este artículo con la visita a nuestro buen amigo el diccionario de la RAE, según el cual ALEVOSÍA es la “1. Cautela para asegurar la comisión de un delito contra las personas, sin riesgo para el delincuente. Es circunstancia agravante de la responsabilidad criminal. 2. Traición, perfidia”. Por otra parte, la EMPATÍA es definida como el “1. Sentimiento de identificación con algo o alguien. 2. Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos”.
Algunas ocupaciones profesionales más que otras exigen que quienes las desempeñan muestren en mayor medida alguna de ellas. Los psicólogos, a diferencia de economistas, mecánicos y contadores, por ejemplo, no podemos ser eficaces en nuestro trabajo si carecemos de la segunda característica. Necesitamos comprender el sufrimiento que aqueja a quien nos busca para poder ayudarle. Cuando doy clases a las “aprendices de brujas” como llamo cariñosamente a las psicólogas en formación, suelo decir que la palabra empatía viene del griego “em –pathos” lo que se traduce como “ponerse en los zapatos del otro”. Alguna vez habrá alguna alumna avispada que advertirá que les estoy tomando el pelo, pero hasta que no llegue, seguiré con mi chistecillo.
“Con premeditación y alevosía” es la expresión que, sin ser abogados, decimos cuando nos percatamos que alguien hizo algo desagradable o dañino a otra persona. Deben exhibir grandes dosis de alevosía quienes se dedican a engañar a los demás, como se decía de los “gitanos, truhanes y ladrones” a quienes les cantaba Cher —y todos nosotros con ella— en aquellos años 70 de nuestros amores. (“Gypsies, tramps and thieves…”, Recuerdan, ¿no?) .
Estas reflexiones me han sido provocadas por la reciente situación de impago en la que el país fue colocado recientemente. “Los trapos sucios se lavan en casa” es una frase que todos conocemos. Una cosa es que los salvadoreños sepamos que nuestros dos principales partidos políticos son un desastre para intentar ponerse de acuerdo; otra muy distinta —por cierto, más vergonzante— es que todo el mundo se haya dado cuenta y que se hable mal de nosotros “urbi et orbi”. Y ya que estamos hablando de comparaciones, permítanme hacer otra: una cosa es no poder pagar una deuda porque no se tiene con qué hacerlo (“quiero pero no puedo”); es otra situación abismalmente diferente a contar con los medios para cumplir un compromiso pero carecer del deseo de hacerlo. (“puedo pero no quiero”).
Para una persona honrada, son incómodas ambas situaciones, no le demos vuelta al asunto que no la tiene: deber es horrible. En la primera de las circunstancias, (“quiero pero no puedo”), hasta los bancos —que ya es mucho decir en este tema- dicen en sus campañas publicitarias “acérquese y encontremos juntos una solución a su deuda”. ¿Por qué? Porque asumen que quien se les acerque estará reconociendo que quiere cumplir su compromiso pero que, lamentablemente, por el momento no puede.
De la segunda circunstancia (“tengo pero no quiero”), en cambio, todos hemos conocido anécdotas en las que tal deleznable actitud ha generado hasta muertes: “qué tal hijo de tantas, no me paga lo que me debe pero se da la gran vida. Ya le voy a enseñar lo que es bueno”.
Aparentemente con los países sucede lo mismo. “Esta nación no produce mucho pero es buena paga, prestémosle: tardará pero pagará”. “Aquel país no sé cuánto produce en verdad, pero no importa porque es un truhán: a menos que estemos dispuestos perder el dinero, no les prestemos un cinco”.
Están diciendo ahora que la situación de nuestro país antes del impago era la segunda, “tiene pero no quiere”. De quien haya concebido tan agudo plan podremos decir con propiedad que actuó con alevosía, es decir “con cautela para asegurar la comisión de un delito contra las personas sin riesgo para el delincuente” y sin empatía para con sus connacionales, es decir “sin la capacidad para identificarse con los salvadoreños y sus sentimientos”.
Alguna consecuencia penal debería recaer en quienes, por falta de inteligencia o de vergüenza, se comportaron cual delincuentes con el país: demostraron cautela para cometer tal delito de lesa honradez. Inmensa letra escarlata habrán de llevar marcada en el pecho hasta el fin de sus días.
*Psicólogo y colaborador de El Diario de Hoy.