Siempre tendremos París

Y para el resto del mundo, siempre tendremos la Francia del 23 de abril, que dio el primer paso hacia la superación del miedo y la mitología.

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25 April 2017

Siempre tendremos París, o, bueno, no siempre, pero la tarde del 23 de abril, tras conocer los resultados de la primera ronda de las elecciones francesas, algunos sentimos un poco de orgullo por lo que en esa ciudad y en todo el país estaba ocurriendo.

Recientemente, el miedo ha recobrado su lugar como un operador efectivo en la política global: a los inmigrantes, a quienes profesan determinada religión (o quienes no profesan ninguna), a quienes promueven políticas progresistas… La lista es larga.

El temor a lo no tradicional es lo que ha llevado al mundo a catástrofes como el brexit o la presidencia de Donald Trump, y es lo que está contaminando el discurso político en muchos países, incluyéndonos.

Pero por una tarde, el mundo pareció dar un paso en una dirección menos peligrosa. El 23 de abril, fuimos testigos de cómo el experimento demagógico y xenófobo de Marine Le Pen enfrentó a un duro competidor que con un discurso fresco y de apertura al mundo logró atraer mucho entusiasmo.

Si bien Le Pen se coló a la segunda vuelta, lo que viene para ella es cuesta arriba, pues las alianzas parecen favorecer a su contrincante, Emmanuel Macron, un joven banquero con amplio conocimiento en economía y que ha demostrado que en el mundo aún hay cabida para mensajes de apertura y globalización, de tolerancia y racionalidad.

Macron dista mucho de ser un político ideal y en muchos casos su propuesta no trascendió del “sound bite” o el eslogan, pero se nota en él un halo de moderación y una disposición por trabajar en equipo. Además, este goza de algunas credenciales tras ser el ministro de Economía de François Hollande y aportar a los inicios de la recuperación de ese país.

Al salvar a Francia de Le Pen, se salva también a Europa y se vacuna preventivamente al mundo contra las epidemias del nacionalismo, la xenofobia y el peligroso proteccionismo económico que, como auguro que veremos, le hará mucho daño a quien ya está anunciando su implementación: Estados Unidos.

Para El Salvador también hay otra lección importante a raíz de estas elecciones. Una que debemos perseguir con la misma determinación con la que Rick Blaine decidió salvar a su amada Ilsa Lund en Casablanca, al momento en que le dijo “siempre tendremos París”.

Emmanuel Macron no solo logró dar un duro golpe al fanatismo que producen líderes como Le Pen, Farage, Wilders o Trump. También logró romper décadas de monopolio de los partidos tradicionales sobre la política francesa.

Eso es indudablemente una razón de envidia para nosotros, quienes desde hace años vivimos atrapados en la mediocre camisa de fuerza de nuestros partidos mayoritarios. Es tan predecible nuestro sistema político, tan carente de innovación y con un fanatismo exacerbado que por un segundo dan unas enormes ganas de cerrar los ojos e imaginarse en la Plaza de la Concordia de París, con su elegancia usual pero además en una patria gobernada por un hombre moderno y dispuesto a dialogar.

Siempre tendremos París, le dijo Rick a Ilsa. Un París para añorar la Belle Aurore, donde brindó por tenerla frente a sus ojos. Un París donde entre ellos floreció un amor solo superado por un ideal más fuerte que ambos.

Y para el resto del mundo, siempre tendremos la Francia del 23 de abril, que dio el primer paso hacia la superación del miedo y la mitología. Y probablemente tengamos también la Francia del 7 de mayo que opte por un Emmanuel Macron y por cerrarle la puerta a la maquinaria de miedo y desinformación que hasta hoy tiene complicados a varios países.

Y algún día, ojalá, también tengamos un El Salvador. Uno que opte por romper ese duopolio estéril, que trascienda del partido que añora modelos fracasados y dictadorcillos del sur. Por otro lado, uno que supere al supuesto partido de libertades que enamorado de un glorioso pasado (que nunca existió) le teme a la disidencia y el progresismo y antepone la onza de lealtad a la inteligencia.

Y también un país que decida divorciarse de esos “líderes” que se creen indispensables y califican como enemigos o “los mismos de siempre” a todos los que se atreven a fiscalizar su gestión.

*Columnista de El Diario de Hoy. @docAvelar