¿Por qué fracasan?

Todavía hay quienes defienden planteamientos y sostienen posiciones en contra de la diversidad y de la libertad. Quizá por ignorancia, quizá por romanticismo, quizá por interés personal…

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21 April 2017

Lo hemos visto y lo estamos viendo: el colapso económico llega inexorablemente en las sociedades que reniegan de la libertad económica y de sus consecuencias necesarias: el enriquecimiento por medio del propio trabajo, el mercado, la competencia, la determinación de precios de bienes y servicios por las leyes económicas, etc.

Aunque, más que el rechazo a la diversidad que engendra la libertad, el principal culpable del fracaso es el espejismo de que la marcha de la economía puede ser planificada para todos solo por unos pocos, con el fin de evitar “injusticias sociales” y promover la igualdad al mismo tiempo que se destierra la exclusión.

No hablo de teoría. Después de más de cien años de intentos de imponer una visión que considera inmoral el lucro y la competencia, porque piensa que lo natural es la igualdad y no la diversidad entre todas las personas, no hay un solo país, una sola sociedad, que haya alcanzado el éxito en lograr el bienestar para sus ciudadanos. Más bien lo contrario: hay tantos fracasos como intentos de poner en marcha esas ideas.

Sin embargo, todavía hay quienes creen que los capitalistas, los empresarios, simplemente se meten en sus bolsillos lo que “en justicia” correspondería a los trabajadores. Piensan que todo aquel que no produzca con su tarea un bien material y tangible, para decirlo directamente: no trabaja; y por eso, quien se haga rico por medio de su ingenio, habilidades de emprendimiento, capacidad de tomar riesgos, o su visión empresarial, no es más que un vividor, un embaucador, que explota a la gente trabajadora. Un ladrón.

Pero los capitalistas no son ni inmorales ni innecesarios. De hecho, las economías donde hay libertad económica están a la vanguardia del progreso social y del desarrollo humano. Porque la libertad permite que haya incentivos reales que estimulen a invertir tiempo, ingenio, trabajo; que se creen fuentes de empleo, se mejoren los bienes por la competencia, se avance por la investigación, se cree riqueza y se provean mejores servicios públicos.

El mundo no funciona por deseos bondadosos, sino por necesidad, tal como señala la conocida cita de Adam Smith escrita hace más de trescientos años: “No es por la benevolencia del carnicero ni del panadero por la que podemos cenar cada noche, sino por la preocupación por sus propios intereses”.

Cuando —por muy bienintencionado que se esté— se obstaculiza la inversión de particulares, cuando se ve con sospecha la empresa privada, cuando se planifica por decreto y se coarta la iniciativa individual, cuando se nacionalizan las actividades productivas, etc. se logra al principio la ilusión de que se promueve la igualdad y la inclusión social, pero en el mediano plazo desaparecen los innovadores y los inversionistas, y se termina en el parasitismo social y la insolvencia del Estado.

La igualdad tiene que ser ante la ley, pero no por medio de la ley. Esto es particularmente dañino con respecto a las remuneraciones y los controles de precios y de producción de bienes. Si una persona no gana más porque se esfuerza más, trabaja menos.

Sin embargo, y a pesar de los hechos, todavía hay quienes defienden planteamientos y sostienen posiciones en contra de la diversidad y de la libertad. Quizá por ignorancia, quizá por romanticismo, quizá por interés personal…

¿Por qué fracasan? Por ineficiencia, pues, como se ha dicho: “cuando la mitad de las personas llegan a la conclusión de que ellas no tienen que trabajar porque la otra mitad está obligada a hacerse cargo de ellas, y cuando esta otra mitad se convence de que no vale la pena trabajar porque alguien les quitará lo que han logrado con su esfuerzo... Eso, mi querido amigo... ¡es el fin de cualquier nación!”.

* Columnista de El Diario de Hoy. @carlosmayorare