¿Cómo es que un país llega a estar en un estado como en el que está Venezuela en este momento, en el que el pueblo se está enfrentando con un gobierno que ha llevado al país a la ruina total, económica, social y políticamente, y que ahora está reprimiendo terriblemente a la población? Parte de esa represión se observa en los miles de videos que muestran la violencia desplegada contra la ciudadanía en los espacios abiertos. Hay otra parte que no se observa, la de la tortura que los sicarios del gobierno aplican a jóvenes, a mujeres, y a todo tipo de personas en la obscuridad de las prisiones y las estaciones de policía. Estas personas son capturadas en las manifestaciones o después de ellas y son sometidas al sadismo de las fuerzas bolivarianas para quebrarles el espíritu de lucha que los lleva a salir a las calles y enfrentar las balas y los golpes y las mentiras del régimen de Maduro. Y, a pesar de toda esta violencia, la gente se lame sus heridas y vuelve a salir al día siguiente.
Esta persistencia en la protesta denota una determinación de llegar a las últimas consecuencias para liberarse de la terrible tiranía del Socialismo del Siglo XXI. La gente está dispuesta a pagar un costo altísimo por alejar del poder a Maduro y los Socialistas del Siglo XXI.
Lo trágico de la situación es que pagar ese costo no era necesario algunos años atrás. Es bien fácil detener a una dictadura cuando esta inicia sus intentos por establecerse. La firmeza de un pueblo en la defensa de sus derechos e instituciones puede desalentar las ambiciones de los dictadores en ciernes. En esa etapa ni siquiera es necesario pensar en desalojar al tirano en potencia porque el pueblo mismo, con un sacrificio mucho menor que enfrentar las balas y los torturadores, le puede negar el acceso al poder a través de la defensa de las instituciones. Pero si las instituciones no se defienden, la dictadura se consolida y se vuelve más difícil detenerla. Venezuela pasó por esta etapa hace ya mu-chos años, cuando Hugo Chávez todavía controlaba el gobierno. En la tercera etapa, la tiranía no solo está consolidada internamente sino que ha tenido el tiempo necesario para amedrentar o eliminar a los posibles adversarios del gobierno. Al final de este período el pueblo pierde la voluntad de luchar y se abandona a convertirse en una Cuba, en la que hay disidentes, pero bien poquitos y siempre en peligro de muerte.
Venezuela está en esta tercera etapa. El régimen está consolidado, tiene en sus manos todos los poderes reales que funcionan cuando un grupo de personas deciden luchar sin escrúpulos para mantener a cualquier costo el poder—la policía, el ejército, los grupos paramilitares. La Asamblea tiene el poder de la legitimidad, pero los Socialistas del Siglo XXI tienen el poder de las balas y la inmoralidad necesaria para usarlas contra el pueblo.
Lo que está pasando en Venezuela es ya una tragedia. Lo que puede pasar es todavía peor. Los Socialistas del Siglo XXI no vacilarán en ahogar en sangre esta rebelión que, del lado del pueblo, es totalmente pacifista.
Nosotros estamos todavía entre la primera y la segunda etapa. El FMLN ya ha acumulado mucho poder. Ahora está tratando de consolidar la tiranía porque sabe que si hay elecciones libres los van a expulsar del gobierno. La única manera en la que pueden perpetuar su poder es quitarle al pueblo la capacidad de removerlo. En este momento es fácil quitarles el poder: el 80 por ciento de los votantes no están con ellos y las dos terceras partes quieren un cambio de partido en el gobierno. Para evitar pasar por las tragedias de Venezuela, lo único que hace falta es votar abrumadoramente contra el FMLN en 2018 y en 2019. Hay que hacerlo antes de que se consoliden, y, como en Cuba y Venezuela, le quiten al pueblo el poder de elegir a sus gobernantes. Esta, remover del poder a los del FMLN, debe ser la primera prioridad del pueblo salvadoreño.
*Máster en Economía Northwestern University. Columnista de El Diario de Hoy.