Del impago al default…

No nos encontramos frente a las consecuencias de la polarización sino ante el incumplimiento, por razones ideológicas, de agenda política o de conveniencia electoral, de los pactos que se firmaron en los años señalados.

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19 April 2017

Manuel Alcántara, uno de los politólogos más destacados de España, afirma que la polarización no es un obstáculo para la democracia siempre y cuando no genere parálisis legislativa. En otras palabras, se puede debatir sobre un determinado aspecto, inclusive apasionadamente, pero al final se toman decisiones independientemente del interés de los actores.

Las calificadoras de riesgo se han apresurado a señalar que el impago en el que se encuentra el país se debe a la ausencia de acuerdos entre los dos partidos mayoritarios. Siguiendo la tesis de Alcántara habríamos entrado en una etapa en la que las diferencias entre las fuerzas políticas están generando estancamientos muy graves en la concreción de acciones. Este letargo político puede llevarnos aceleradamente a una condición en la que la credibilidad ante los organismos financieros internacionales se desmorone y, entre otras consecuencias, dificulte el otorgamiento de préstamos en el futuro inmediato, aumente las tasas de interés, genere desempleo y reduzca la ya menguada calidad de los servicios públicos en salud y educación.

Sin embargo, el salto del impago al default, en otras palabras, la mutación de un estado en el que aún se puede restaurar la confianza de quienes consideran sujeto de crédito a El Salvador a otro en donde ya no se tiene capacidad de pago y se desaparecen las alternativas para obtener financiamiento, no se debe a la falta de acuerdos entre ARENA y el FMLN. Tanto en 2012 como en 2016 ambos partidos suscribieron con los gobiernos de turno sendos compromisos para evitar la realidad que estamos sobrellevando. Por tanto no nos encontramos frente a las consecuencias de la polarización sino ante el incumplimiento, por razones ideológicas, de agenda política o de conveniencia electoral, de los pactos que se firmaron en los años señalados.

En 2012 el Ejecutivo adquirió la obligación de elaborar “iniciativas de responsabilidad fiscal” entre las que sobresalía la de “tener un déficit de 2.7 % del Producto Interno Bruto (PIB) en el 2013”. Para hacer efectiva esa reducción del déficit, la administración de ese entonces se comprometió tanto a introducir “las medidas de ingresos y gastos que formaran parte del programa de ajuste y sostenibilidad fiscal” como a lograr que el presupuesto fuera “consistente, integral, consolidado y completo”. Otra de las obligaciones fue la de aprobar una “política de ahorro y austeridad para 2013”.

En 2016 se firmó un documento adicional donde el FMLN y ARENA, junto al presidente de la República y al Secretario Técnico y de Planificación, convinieron en “consolidar las finanzas públicas en 2017 a través de medidas de ingresos y gastos durante los siguientes tres años que dieran como resultado al menos 3.0 % del PIB”. Se recalcó, de nuevo, la necesidad de presentar un presupuesto íntegro y la urgencia de cumplir la resolución de la Sala de lo Constitucional para mejorar el rendimiento de los fondos de pensiones. También se garantizó la aprobación del presupuesto extraordinario para las elecciones de 2018 y la formalización de la solicitud, ante el Fondo Monetario Internacional, de un acuerdo que asegurara la sostenibilidad fiscal, además de otros aspectos.

Los consensos políticos alrededor del problema fiscal han sido amplios y serios. De haberse ejecutado en forma cabal e íntegra, la situación sería distinta a la que estamos padeciendo. La primera falta grave a lo estipulado en ambos casos fue la de no someter a la Asamblea un presupuesto que se adecuara a lo establecido a la Constitución. La reciente admisión de inconstitucionalidad en contra del presupuesto de 2017 demuestra la presunta infracción.

Lo cierto es que, por primera ocasión, El Salvador es objeto de calificaciones de riesgo vergonzosas que ponen en entredicho la buena reputación de país ante las instancias financieras del extranjero, hacen resurgir siniestras soluciones como la “desdolarización” y la “expropiación de los fondos de pensiones” y permiten que, en medio de la “buruca” todos y nadie sea el responsable de este desorden.

No es la polarización la que afecta la adopción de alianzas, el pecado se refleja en el empeño de imponer lo ideológico, lo partidario y lo electoral por sobre el bien común y eso puede llevarnos al fondo del precipicio.

*Columnista de El Diario de Hoy.