"Es por este alto propósito que ahora llamo a mi pueblo en casa, y a mi gente cruzando los mares, que harán suya nuestra causa. Les pido que se mantengan calmados, firmes y unidos en esta época de juicio. La tarea será difícil. Puede haber días oscuros por delante, y la guerra ya no puede limitarse al campo de batalla, pero solo podemos hacer lo correcto cuando vemos lo correcto y confiamos nuestra causa a Dios. Si uno y todos nos mantenemos fieles a eso, dispuestos a cualquier servicio o sacrificio que se nos pueda exigir, entonces con la ayuda de Dios prevaleceremos". Este fue parte del discurso dado por el rey Jorge VI de Gran Bretaña el 3 de septiembre de 1939, el cual dio inicio a la II Guerra Mundial contra la Alemania nazi. Parecen palabras simples, pero fueron el inicio de una resistencia mundial contra la idea de un imperio de Adolfo Hitler en Europa; además, la claridad y solidez del discurso resultó ser sorprendente, ya que según la historia el rey Jorge VI era introvertido, inseguro y tartamudo.
Cada vez que veo a un gobernante frente a un micrófono me acuerdo de la película que popularizó el anterior discurso histórico. Porque cuando son tiempos difíciles, ya sea en ámbito económico, político, social o ante desastres naturales, lo que todos necesitamos es tener claro el panorama, saber qué se avecina, sacar ánimos de cualquier lado y tener la esperanza de que las cosas mejorarán. Esa confianza que se necesita es la que debería transmitir un líder, en especial el presidente de un país, quien a pesar de sus propias limitantes sea capaz de tomar decisiones difíciles y estar presente en situaciones urgentes para la población.
En El Salvador vemos a diario que carecemos de un liderazgo visible. El país vive una dura situación económica, donde el ruido de un inminente impago ha llevado a las calificadoras de riesgo a degradar la nota del país y a compararlo con Venezuela y Grecia. Ante el problema del pago de la deuda del país, el Gobierno se enredó en un discurso contradictorio; mientras en la mañana anunciaban el impago si no se aprobaban los préstamos, en la tarde el Ministerio de Hacienda sacó un comunicado diciendo que contaban con el dinero. Y desde hace años vivimos en uno de los países más violentos del mundo, que aunque traten de matizar la situación con publicaciones bonitas, la realidad es que muchas personas mueren y los vivos no podemos andar tranquilamente por las calles.
La semana pasada, la capital del país se vio afectada por un enjambre sísmico. Mientras la población entraba en pánico y había caos vehicular en las calles (quizá porque resulta inevitable pensar en los terremotos del año 2001 al estar en una situación así), el presidente de la República no apareció por ningún lado. Sus ministros dieron la cara ante la población, un rostro descontrolado, asustado y con respuestas titubeantes ante las preguntas de la prensa. El ministro de Gobernación manifestaba que no había ningún tipo de alerta, al mismo tiempo que la Dirección de Protección Civil emitía alerta amarilla; la ministra de Medio Ambiente nos mandaba a la playa o a la montaña, sin pensar en el caos en las calles ni en el latente riesgo de desprendiendo de tierra y rocas en carreteras, como lo que pasó en Los Chorros. ¿Cómo es posible que viviendo en el Valle de las Hamacas no tengamos un plan claro en el caso de un terremoto? ¿Dónde está el presidente para controlar todas estas situaciones alarmantes?
El Salvador urge de un liderazgo fuerte y claro; de esos que asumen sus errores y responsabilidades, de los que buscan soluciones concretas a los problemas y no solo se limitan a echarle la culpa a otro o pretenden vender la idea de que no pasa nada. A pesar de que faltan alrededor de dos años para la elección presidencial, ya los posibles candidatos de cada partido se empiezan a perfilar; es hora que nosotros, los votantes, trabajemos para romper ese esquema de elegir como opción “al menos peor” entre muchos males. Necesitamos un liderazgo claro para el país y eso nos toca exigirlo a nosotros.
*Columnista de El Diario de Hoy.