Tiempos de locura…

En este nuevo siglo ya no cuentan, o por lo menos ya no como antes, las predicciones de las empresas encuestadoras ni las de quienes analizan la política, ni la simplicidad de los estudios que mantienen como triunfadores a los partidos tradicionales.

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Por Elizabeth Castro

21 December 2017

Los hechos nos están demostrando que las ideas preconcebidas en materia de elecciones ya no representan pronósticos confiables. En otras palabras, en este nuevo siglo ya no cuentan, o por lo menos ya no como antes, las predicciones de las empresas encuestadoras ni las de quienes analizan la política, ni la simplicidad de los estudios que mantienen como triunfadores a los partidos tradicionales, ni tampoco si influye o no que los participantes en un proceso electoral debatan sus programas de gobierno.

Esto no significa que los estudios de opinión pública son irrelevantes o que los pretendientes a la silla presidencial no deben discutir acerca de los asuntos de Estado. Tampoco se trata de prescindir de las investigaciones. Lo primordial ahora mismo es la precisión y el método para evaluar la información, y el entendimiento del “mercado electoral”.

Es necesario revisar qué se pregunta a los entrevistados, a quiénes se consulta y el momento en el que se realiza el sondeo. El fracaso de las encuestas en la mayoría de países y el uso interesado que se hace de ellas para beneficiar a uno u otro postulante, obliga a quienes las elaboran a reexaminar el procedimiento, las fórmulas y la manera de comprobar la veracidad de sus conclusiones.

Por otra parte, en la actualidad se requiere que los presidenciables y los que contienden por un espacio en el legislativo o en los gobiernos locales deliberen sobre áreas específicas. Se acabaron los tiempos de las generalidades, en los que se escondía la incapacidad abordando temas que parecían importantes pero que terminaban siendo vagos y ambiguos. En la época de la información, de las redes sociales y de la transparencia, quienes ignoran los dilemas puntuales de la población cometen un suicidio político.

Este es un periodo en el que urge indagar sobre otros aspectos a los que o no se les ha otorgado mayor importancia o se han observado sin mayor rigor científico. La motivación de los votantes para respaldar una u otra opción política, las causas de la baja participación electoral, y las razones por las que en ciertos sistemas unas situaciones ocasionan efectos distintos, es decir, por qué en unos países, por ejemplo, la corrupción termina afectando al bipartidismo y fragmentando los congresos y en otros no causa conmoción, son algunas de las realidades cuyo entendimiento podría orientar mejor las decisiones de los habitantes, de las organizaciones partidarias y de las autoridades que administran las elecciones.

Hoy es más complicado vaticinar cómo se comportarán los electores, si los institutos políticos de “viejo cuño” continuarán o no imponiéndose por encima de nuevas opciones partidarias, cuál será el impacto de la falta de resultados y del incumplimiento de las promesas de campaña, si la “antipolítica” servirá de trampolín para que emerjan aspirantes sin ninguna experiencia en cuestiones de gobierno, o por qué la población prefiere comportamientos autoritarios en lugar del respeto al Estado de derecho.

También han entrado en escena nuevas exigencias. La participación igualitaria de las mujeres, el uso de la tecnología electoral para el conteo de votos y el procesamiento y transmisión de resultados, la rendición de cuentas en el ámbito del financiamiento de la política, la observación electoral especializada, la contención de la violencia que adopta diversidad de manifestaciones según el contexto del que se trate, y la judicialización de la política entrañan retos de primer orden para asegurar la gobernabilidad democrática y conservar la estabilidad de los sistemas políticos.

A cuatro décadas de la “tercera ola democrática”, término que Samuel Huntington utilizó para referirse a la sustitución de los golpes militares por las elecciones como la vía por excelencia para alcanzar el poder político, se requiere de un activismo decidido de la sociedad civil y de la comunidad internacional para impedir una vuelta al pasado en la que los fraudes marcaban el destino de las votaciones.

Cuando la población sabe más aumenta también la dificultad para conseguir el favor de los electores, y la organización de los comicios se vuelve más compleja. Nos enfrentamos a un nuevo ciclo en el que los ciudadanos se han tomado en serio el espacio que les concede la democracia.

*Columnista de

El Diario de Hoy