Creer en Dios siempre ha sido peligroso y ahora solo lo es un poco más. En Egipto, a los ramos puestos al paso del Cristo que cabalga hacia su muerte, se ha unido la sangre de 45 inocentes que pagaron con su vida el delito de ser fieles a su Señor, en medio de la intolerancia del mundo.
A lo largo de la historia hemos sido los cristianos las víctimas propicias de las formas más inhumanas de intolerancia y de ella proceden los miles de mártires que hoy guían con su ejemplo el sufrimiento y la resistencia, colectiva e individual, de quienes no estamos dispuestos a claudicar en el amor a Dios, que dio la vida por la salvación de nuestras almas.
En tanto el Beato Padre Jerzy Popieluszko era asesinado por el gobierno comunista de la Polonia soviética, en El Salvador las enfermas mentes de una derecha ciega pretendían callar a Monseñor Romero clavándole una bala en el pecho al momento de la Consagración. La infamia de los nazis que tomaron la vida que el P. Maximiliano Kolbe ofreció voluntariamente a cambio de sus hermanos en el campo de exterminio de Auschwitz revivió en los marxistas norvietnamitas que mantuvieron secuestrado por 13 años, 9 de ellos en aislamiento al Cardenal Van Thuan.
Hoy las noticias que cuentan la barbarie que sufrimos alrededor del mundo los seguidores del Dios Vivo, se pierden convenientemente en un torbellino mediático diseñado para ser el parapeto de los príncipes de un mundo que ve en nosotros un estorbo para sus planes de dominación y explotación.
El Estado Islámico reivindica el holocausto silenciado de millares difundiendo al mundo las grotescas imágenes de cristianos decapitados, crucificados, quemados y ahogados en tanto Boko Haram secuestra centenares de mujeres y niñas cristianas a las que violan multitudinariamente para hacerlas renegar del Señor que las mantiene firmes hasta su último suspiro.
Al genocidio que los grupos extremistas realizan en oriente y África, se une otra persecución igualmente violenta y detestable, que en el “mundo civilizado” se disfraza de modernidad y progresismo, en la que los sicarios no se esconden en trincheras polvorientas, sino en cátedras universitarias y en la que el arma que usan no mata cuerpos, sino almas y conciencias.
Basta que empiecen nuestras fiestas religiosas para que la jauría de los medios internacionales, supuestamente culturales, desate su ofensiva en nuestras salas por medio de mil documentales que pretenden demostrar que todo en lo que creemos es falso y no sirve y no duda en retratar el feo rostro de una “iglesia pecadora” mientras esconde hipócritamente todo el amor con el que centenares de millones de cristianos bañan este mundo que parece odiarnos cada día más.
En nuestra patria, y sin ir muy lejos, pareciera que las iluminadas mentes de algunos han descubierto que el origen de los males de los salvadoreños somos los que creemos en Dios y que para solucionar la pobreza y la enfermedad, la marginación y la miseria, basta con legalizar el aborto y el matrimonio entre homosexuales. En boca de esos “intelectuales”, de izquierdas y derechas, la propuesta del progresismo decadente y su posmodernismo ateo es simple: evitar que los “religiosos” contaminen con su pensamiento el trabajo de hacer política y se aparten de la tarea de construir patria.
Jesús el Cristo caminó hacia el calvario confiado de manera absoluta en el Amor del Padre de todos que le había dicho que del oprobio, la burla y los escupitajos, sería elevado a la Gloria Eterna y tras Él vamos en procesión silente centenares de millones, caminando sobre los mantos y ramos que los mártires de todos los tiempos tienden a nuestro paso, seguros de la Palabra revelada que dice que hoy debemos ser resistencia y mañana reconquista.
Dios nos bendiga a todos y que esta Semana Santa de dolor y esperanza, nos mantenga siempre firmes en su Fe.
*Ciudadano salvadoreño.