Misericordia y paz

La muerte reviste una importancia particular. La Iglesia siempre ha vivido este dramático tránsito a la luz de la resurrección de Jesucristo, que dio certeza a la vida futura.

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10 April 2017

Estamos en plena celebración de Semana Santa, por lo tanto, es importante compartir y analizar la Carta Apostólica del Papa Francisco, sobre la misericordia y paz.

El Papa destaca que en estos tiempos hay poblaciones que sufren hambre y niños que no tienen nada para comer. Grandes contingentes de personas siguen emigrando de un país a otro, en busca de alimento, trabajo, casa, seguridad y sobre todo, paz. La enfermedad es una causa de sufrimiento permanente que reclama socorro, ayuda y consuelo.

Las cárceles son lugares en que las condiciones de vida causan sufrimientos. El analfabetismo está impidiendo que niños se formen, exponiéndolos a nuevas formas de esclavitud. La cultura del individualismo hace que se pierda el sentido de la solidaridad hacia los demás. Dios sigue siendo hoy un desconocido para muchos; lo que representa la más grande pobreza y el mayor obstáculo a la dignidad de la vida humana.

Pero debemos considerar que el perdón es signo del amor de Jesús, revelado durante su vida humana. No existe página del Evangelio que pueda ser sustraída al amor que llega hasta el perdón; incluso, en el último momento de su vida terrenal, la crucifixión, Jesús tuvo palabras de perdón: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

La alegría del perdón es difícil de expresar, pero se trasparenta cada vez que la experimentamos. En su origen está el amor con el cual Dios viene a nuestro encuentro, rompiendo el círculo del egoísmo para hacernos instrumentos de misericordia. Nos invita a que permitamos que Él nos quite las aflicciones y preocupaciones y nos ayude a mirar con serenidad la vida cotidiana.

La misericordia tiene lugar en el Sacramento de la Reconciliación. Somos pecadores y cargamos con el peso de la contradicción entre lo que queremos hacer y lo que, en cambio, realmente hacemos. Sólo Dios perdona los pecados, pero sin alguna duda quiere que también nosotros estemos dispuestos a perdonar a los demás, como él perdona nuestras faltas. ¡Y qué tristeza, cuando nos quedamos encerrados en nosotros mismos, incapaces de perdonar! Triunfa el rencor, la rabia, la venganza. La vida se vuelve infeliz. Se anula el compromiso de la misericordia.

A menudo pasamos por duras pruebas, pero jamás debe decaer la certeza de que Dios nos ama. Su misericordia se expresa en el afecto y en el apoyo que muchos hermanos ofrecen cuando sobrevienen los días de tristeza y aflicción. Todos tenemos necesidad de consuelo, porque ninguno es inmune al sufrimiento, al dolor y a la incomprensión. Cuánto dolor puede causar una palabra rencorosa, fruto de la envidia, de los celos y de la rabia. Cuánto sufrimiento provoca la traición, la violencia y el abandono. Cuánta impotencia ante la muerte de seres queridos.

Una palabra que te da ánimo, un abrazo que te hace sentir comprendido, una caricia que hace que percibas el amor, una oración que te permite ser más fuerte, son expresiones de la cercanía de Dios a través del consuelo.

La muerte reviste una importancia particular. La Iglesia siempre ha vivido este dramático tránsito a la luz de la resurrección de Jesucristo, que dio certeza a la vida futura.

La cultura contemporánea, a menudo, tiende a banalizar la muerte hasta el punto de invisibilizarla. La muerte en cambio se ha de afrontar y preparar como un paso doloroso e ineludible, pero lleno de sentido: como el acto de amor extremo hacia las personas que dejamos y hacia Dios, a cuyo encuentro nos dirigimos.

Recordemos que no tener trabajo, hogar, o ser discriminados por la fe, la raza, el sexo o la condición social, atenta contra la dignidad de las personas.

*Columnista de El Diario de Hoy.