Cuatro letras que esconden un significado profundo. A lo largo del tiempo, filósofos, artistas, literatos y otros han intentado describir una realidad que define la existencia de la humanidad, porque, como dice Antígona en su diálogo con Creonte, no nacimos para compartir el odio, sino el amor.
Para Baudelaire, es el anhelo de salir de uno mismo. Considerado un poeta maldito, víctima de una vida bohemia y de excesos, tocó una fibra importante: la necesidad de ser amados evidencia nuestra imperfección, nuestra sed de infinito que no se satisface con el ensimismamiento. Amar es vaciarnos y puede ser difícil. Es una entrega que nos llena del otro. El amor nos vuelve un “yo” frente a un “tú”. ¡Cuántos padres, cónyuges, novios y amigos están dispuestos a la abnegación y al sacrificio por un ser amado!
“Ser amado es, en este mundo en que nada hay completo, una de las formas más extrañamente perfectas de la felicidad”, escribe Víctor Hugo en Los Miserables, y añade que esta convicción de ser queridos a pesar de nosotros mismos es una dicha suprema. Dentro de la familia se entiende mejor esta afirmación. En su seno somos amados por lo que somos, aprendemos las reglas básicas de la convivencia, a compartir, a ser corregidos y a perdonar.
Gracias al amor, la vida adquiere un nuevo sentido. Es como una luz que trasciende el tiempo, que ayuda a entender mejor el pasado, afirma el andar en el presente y da esperanzas ante el futuro. Lo sintetiza el Principito cuando se dirige al viajero que había perdido su rumbo: “en tu tierra los hombres cultivan cinco mil rosas y no encuentran lo que buscan. Sin embargo, podrían encontrarlo en una sola rosa”.
Gracias al amor nos fortalecemos y sentimos completos. Platón lo explica con el mito de la otra mitad (de allí sale el dicho de “encontrar a la media naranja”). Antiguamente los humanos eran casi perfectos, de forma redonda, con cuatro brazos, cuatro piernas y dos fisionomías unidas; eran robustos y de corazón animoso. Un día subieron al Olimpo para enfrentar a los dioses. Zeus, con ira, los dividió con un rayo y los dispersó. Desde entonces las mitades se buscan y, cuando se encuentran, es tal su deseo de volver a ser uno solo, que nada puede hacer uno sin el otro.
Gracias al amor damos nuevos bríos a nuestra libertad. Nos entregamos porque se nos da la gana y estamos dispuestos a “perderla”. Qué mejores palabras que las que encontramos en Ana Karenina, cuando Lyovin discute con sus amigos antes de su boda. “¿En qué consiste la libertad? La felicidad está en amar solo a Kitty, en desear lo que ella desea, en pensar lo que ella piensa. Esto es, en la no libertad, la felicidad”.
No todo es fácil en el amor. Está reservado para los que arriesgan. Tantos sueños truncados, tantos corazones rotos. Lalaland nos cuenta de un romance casi perfecto de dos personajes que se admiran mutuamente y se apoyan para salir adelante. Ambos cumplen sus sueños artísticos, pero son incapaces de un compromiso maduro que venza los obstáculos de la distancia. Renuncia es un vocablo poco apreciado en el léxico contemporáneo.
Pese a las dificultades, alguno lo ha definido como aquello que nos inmortaliza, jugando con las palabras latinas a-mors, sin muerte. En Crimen y Castigo, tras ser enviado a Siberia, Raskolnikof abraza a su amada Sonia sin pronunciar palabra. “En aquellos rostros ajados brillaba el alba de una nueva vida, la aurora de una resurrección. El amor los resucitaba. El corazón de cada uno de ellos era un manantial inagotable para el otro”, escribe Dostoievski.
¿Acaso el amor puede salvar? Esta época navideña nos recuerda de un Niño que vino al mundo hace más de 2,000 años con un solo motivo: morir para redimir a la humanidad. Lejos de ser una existencia nihilista, encontramos en Jesús la historia de alguien que curó enfermos, consoló a los desesperados y dio —y sigue dando— sentido a tantas vidas. Se la pasó haciendo el bien y llevó a sus últimas consecuencias la entrega amorosa. “No hay amor más grande, que el que da la vida por sus amigos”.
*Periodista. Máster en comunicación
corporativa.
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