¿Fanático yo?

Los autoritarismos, las ideologías y los esquemas de pensamiento “enlatado” nos han enseñado, por las malas, que cuando se sigue irreflexivamente a iluminados y mesías, el próximo paso es la catástrofe.

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Por Elizabeth Castro

15 December 2017

La sensibilidad actual nos lleva, ordinariamente, a sentirnos cómodos en ambientes poco agresivos, condescendientes. En general aborrecemos los autoritarismos y los esquemas rígidos de pensamiento, damos gran valor a la autenticidad y rechazamos que otros quieran imponernos sus ideas, criterios o puntos de vista.

Los autoritarismos, las ideologías y los esquemas de pensamiento “enlatado” nos han enseñado, por las malas, que cuando se sigue irreflexivamente a iluminados y mesías, el próximo paso es la catástrofe, sin importar que el aglutinante del rebaño sea la hipervaloración de la raza, la nación, la religión, el partido, o el sistema socio económico.

Desconfiamos, con razón, de los exaltados. Rechazamos afirmaciones tajantes. Nos asustan las normas y las leyes rígidas. Preferimos la incertidumbre, el buen humor a tener razón y nos reímos de cosas serias mientras exaltamos las nimiedades… hasta que aparecen los fanáticos del antifanatismo: esos que reniegan de cualquier compromiso, sospechan de los hechos, solo confían en sus sentimientos y afirman únicamente lo que aprueban los de su misma cuerda.

Entre sus filas nacen manifestaciones públicas contra el fanatismo, que se llevarían la medalla del primer lugar en un concurso de fanáticos. También aquí escuchamos y leemos feroces críticas contra quienes —amparándose en el derecho humano de la libertad de expresión— dicen cosas que ellos consideran obscenas, porque —alegan— avivan el odio (el de ellos, generalmente) e introducen diferencias donde la aspiración es la plana igualdad… cuando en realidad solo se está manifestando un punto de vista u opinión más o menos documentada.

Paradójicamente, el declive del autoritarismo “formal”, “oficial”, ha producido otras dictaduras: exclusión por motivos políticos, ideologías de género, culto a personajes políticos, nacionalismos, relativismo como vehículo del imperio de la posverdad, etc.

Entonces si los que parecen no son y los que son no parecen, ¿cómo estar seguro de que uno ha dado con un fanático? Por sus afirmaciones apodícticas e impositivas, su carencia de argumentos, su tendencia a ofender, a menospreciar, su llamada al “diálogo” (un diálogo que consiste generalmente en decir sus ideas y acallar las del que piensa distinto, descalificándolas de entrada con etiquetas) para “resolver” los problemas, etc.

Como se ha escrito, para preservarse del fanatismo hace falta “guardarse de querer juzgarlo todo, como si se contemplara la realidad desde una atalaya privilegiada; hacer un esfuerzo para no caer en el simplismo, ni etiquetar los problemas para eludir su complejidad, o dar respuestas triviales a problemas insuficientemente planteados; adoptar una actitud positiva y abierta ante los nuevos modos de entender las cosas, los nuevos estilos de vida, y ante la evolución de la sociedad; huir de los tonos catastrofistas o apocalípticos, del talante de queja habitual, de la negación de los valores positivos que siempre surgen en los cambios históricos; y por último, no hacer juicios ni condenas precipitadas de mentalidades, actitudes o sistemas de pensamiento”.

La persona razonable propone, no impone. No teme contrastar su pensamiento con el de los demás, respeta el razonamiento del otro y procura no solo entender lo que dice, sino comprender por qué lo dice.

El que no es fanático tiene presente que lo verdadero es razonable, interesante; que lo bueno es amable y lo bello, seductor. Su manera de comunicar es incompatible con la agresividad y el lenguaje ofensivo, o despreciativo. Procura tener honestidad intelectual en su discurso y trata de presentar ideas, hechos, ejemplos, sin apoyarse exclusivamente en argumentos de autoridad, o apelar indebidamente a sentimientos, filias y fobias.

Para terminar ¿cómo distinguir entre personas de principios, y fanáticos? Primero, sopesando que todos tenemos derecho a tener principios y valores estables, a creer profundamente en nuestras ideas; y después constatando que al sensato, a diferencia del fanático, nunca se le ocurre eliminar al disidente.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare