Vivimos en una época de grandes paradojas. Tiempos estos que pretenden brillar por su apertura, tolerancia y pluralismo, y cada vez son más los que, llevados por una suerte de horror a la pluralidad, intentan imponer un discurso único. Una era en la que se consolida la dictadura de lo sentimental por encima de lo racional; en una palabra, dogmatismo emocional que prescinde cínicamente de las opiniones contrarias. Y cada vez son menos los que se dan cuenta de ello.
El hombre posmoderno es deudor de su conciencia. La herencia de autosuficiencia racional es demasiado importante como para prescindir de ella; y si, además, se comprende bien que la emoción y el sentimiento han ido poco a poco tomando la sala de máquinas de la voluntad, tiene uno servido el autoritarismo bien intencionado y la imposición indiscriminada de lo que se debe pensar, del modo en que estamos obligados a sentir, y la conducta que habremos de tener no solo para conducir nuestra propia vida, sino también la de las demás.
El ejemplo más claro lo tenemos en el empeño incesante que un puñado de personas -muchas desde posiciones de influencia cultural y/o política-, tienen con respecto a la imposición de leyes que contradicen en su misma raíz valores culturales probadamente beneficiosos; concretamente me refiero al discurso ideológico que sustenta temas como la coacción para aceptar la ideología de género en contra de todos los datos objetivos de la ciencia, la antropología y el sentido común; o las maniobras ideológico-políticas encaminadas a despenalizar el aborto, cuando con mínimos conocimientos de salud pública y estadísticas al alcance de todos, es demostrable que dichos empeños fracasan una y otra vez en prevenir, y a fin de cuentas no hacen más que exacerbar, los problemas que pretenden atajar.
Una y otra vez, para ahondar un poco más en lo que venimos diciendo, las investigaciones arrojan resultados que confirman que cuando se ponen en marcha políticas públicas que buscan simultáneamente la protección de la madre y la vida humana en gestación, se logra un impacto positivo en la salud materna y prenatal; mientras que, por otra parte, en todos los países que cuentan con leyes que favorecen el aborto electivo no solo no se logra una reducción de las muertes maternas por complicaciones sanitarias, sino que el número de mujeres que fallecen por condiciones relacionadas con su embarazo, aumenta.
Sin embargo, como con frecuencia las discusiones respecto a las políticas públicas para favorecer la salud materno infantil caen -no pocas veces por obra de los comunicadores-, en el campo ideológico o simplemente propagandístico, seguimos conviviendo con clichés, estereotipos y recursos a argumentaciones de caso límite, que no hacen sino oscurecer las cosas y difuminar los resultados de políticas exitosas de salud pública.
Que el que gobierna, el que lucha desde la trinchera de una ONG, el que cuenta con el privilegio de contar con una tribuna en los medios, tenga “clarísima” la ruta a seguir y actúe en conciencia, no es ni ha sido nunca garantía de que las cosas se hagan del mejor modo; al contrario, actuar prescindiendo de facetas de la realidad, lo demuestra la historia, suele desembocar en tiranías más o menos patentes.
Situaciones que llevaron a C.S. Lewis a escribir, hace ya algunos años: “Entre todas las tiranías, una dominación sinceramente ejercida por el bien de sus víctimas probablemente sea la más opresiva. Sería mejor vivir bajo el poder de barones corruptos que bajo omnipotentes legisladores de la moral. La crueldad del barón corrupto podrá decaer por momentos, su avaricia podría alguna vez resultar saciada; pero aquellos que nos atormentan por nuestro bien, lo harán sin tregua, porque cuentan con la aprobación de su propia conciencia”.
*Columnista de El Diario de Hoy. @carlosmayorare