La satánica palabra

La privatización sería una vacuna contra los males endémicos que aquejan al Estado: corrupción e ineficiencia. Desde el manejo del zoológico, pasando por la fiestera CEPA.

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26 March 2017

A todos nos resulta evidente que entre la gestión privada y la pública existe un mar de eficiencia que los separa. La gestión privada constantemente brega en río revuelto para superar los problemas que se presentan en las empresas: conflictos laborales, regulaciones y permisos a nivel municipal y estatal, fiscalizaciones de Hacienda, presiones de proveedores con quienes se lucha para lograr un mejor precio, y así, un sinfín de situaciones de tensión, que hacen que administrar una empresa sea una experiencia más parecida a hacer rafting en río revuelto, que remar en una canoa sobre un plácido lago.

A diferencia de la gestión privada, las empresas públicas no sufren el estrés de estar cortos de fondos para operar o la exigencia de presentar buenos resultados ante la Junta de Accionistas. Tampoco les interesa prestar servicios de calidad, ¿por qué hacerlo? ¿por qué esforzarse en ser mejores y ser premiados por la preferencia de los consumidores, si por ley poseen monopolios y no participan en libre competencia? Un ejemplo de antaño que evidencia lo anterior fue –la gracias a Dios extinta- Antel. Era más fácil recibir un milagro del cielo, ganarte la lotería o que te cayera un rayo en seco, que un funcionario de Antel atendiera de forma expedita y eficiente la solicitud de un parroquiano cualquiera cuando solicitaba una línea telefónica, proceso el cual tardaba entre 3 y 10 años. Los ciudadanos, cuando finalmente se les conectaba una línea telefónica, acostumbraban hacer un Te Deum en la Iglesia más cercana.

Por otro lado, la corrupción usualmente campea y hace de las suyas en la gestión pública. Para el caso: la emisión de las otrora “Cédulas de Identidad”. Antaño, se podían obtener cédulas falsas, a una muy módica suma. En ellas podías ponerte el nombre, profesión o estado civil que te diera la gana. Nadie corroboraba la información. Cuando obtuve por primera vez mi cédula, la encargada de su emisión me preguntó -sin si quiera volverme a ver-, “¿cuánto mide?”. Solo por ponerla a prueba le dije: “dos metros” (cuando en realidad, soy tan chaparro como un Hobbit). Ella dócilmente anotó en mi documento la estatura de un jugador de la NBA. Cuando finalmente levantó la mirada y vio mi estatura, tuve la impresión de que estaba a punto de cometer un homicidio. Ese tipo de situaciones prácticamente ha desaparecido en los duicentros, los cuales, obviamente, se encuentran en manos privadas.

Lo mismo se puede opinar sobre la emisión de las licencias de conducir. Recuerdo cuando -con mi cédula en mano- pretendí obtener mi primera licencia de conducir en la antigua “Tránsito”. Al solo llegar al recinto, un individuo de lentes oscuros y barba estilo Moctezuma, me jaloneó del brazo y me dijo: “le saco la licencia en 10 minutos, son cien colones y no hace cola”. Antes de poder dar una respuesta, el tipo me introdujo a un cuartucho en donde me tomaron foto y me preguntaron qué tipo de sangre tenía, eso, por supuesto, sin hacerme ningún tipo de examen. Diez minutos después tenía mi licencia “verde” en la mano. El tipo, en esa ocasión, me dijo que “por cien colones más, me daba la licencia para manejar transporte pesado”. Ahora, gracias a estar la emisión de licencia en manos privadas, la corrupción que imperaba en Tránsito prácticamente ha desaparecido.

El último caso que ha puesto en evidencia la desidia, mala administración, mal uso de recursos y hasta un dejo de deshumanización, es el caso del zoológico nacional. Empezando por el hecho de la evidente suciedad del recinto en general, así como de las terribles jaulas en que mantienen a los animales; los cuales, a todas luces, están desnutridos y mal atendidos. Terminando con la tragedia de Gustavito, la cual no solo consiste en la muerte cruenta de un animal indefenso, sino que, a la fecha, ni siquiera tenemos una clara versión de lo ocurrido.

En mi cuenta de Twitter, sugerí que la solución a este caos era la privatización del zoológico, ante lo cual mi cuenta hirvió de comentarios negativos, como si me hubiera atrevido a utilizar una satánica palabra: privatización. Y es que “les guste o no les guste”, la realidad es que la privatización sería una vacuna contra los males endémicos que aquejan al Estado: corrupción e ineficiencia. Desde el manejo del zoológico, pasando por la fiestera CEPA, poniendo empresas estratégicas en manos privadas, no me cabe duda de que el manejo de los pocos recursos con que cuenta el Estado sería mucho más eficiente y competente. Y es que privatizar es una satánica palabra, pero solo para los feligreses de la Iglesia de la Ideología.

*Abogado, máster en leyes. @MaxMojica