La semana pasada estuvieron de visita en El Salvador dos intelectuales argentinos de primerísimo nivel, Nicolás Márquez y Agustín Laje, autores de un fascinante libro que reúne las advertencias mejor documentadas que en América Latina se han escrito contra la ideología de género, esa peligrosa corriente del pensamiento posmoderno que tantos estragos ha causado ya en Europa y Estados Unidos.
Ambos escritores anduvieron por estos lares presentando las conclusiones más importantes de su erudita investigación, pero sobre todo compartiendo con diversas audiencias su tesis alrededor del vínculo que desde hace mucho tiempo es posible registrar e inventariar entre el marxismo histórico y la ideología de género. Filias y fobias aparte, el que tengamos a tantos partidos de izquierda impulsando legislaciones abortistas o matrimonios “igualitarios” en todo el mundo no es casualidad. Márquez y Laje lo demuestran fehacientemente.
A este tipo de radicalismo pernicioso y divisivo es al que se refería la profesora alemana Jutta Burggraf cuando reflexionaba: “Si damos una mirada a los últimos siglos de nuestra historia, comprobamos que el movimiento feminista ha cambiado profundamente nuestra convivencia, tanto en la familia como en la sociedad. Estos cambios parecían, al principio, justos y necesarios; más tarde, se los ha caracterizado —con creciente preocupación— como dañinos y exagerados; y, en la actualidad, son (y quieren ser) plenamente destructivos”.
En El Salvador todavía hay mucha gente pensando que las aplicaciones extremas de las teorías de género están lejos de reproducirse aquí. Se sigue suponiendo que falta bastante para que un padre de familia salvadoreño vaya a prisión por rehusarse a que su hijo reciba clases de “diversidad sexual” (como le ocurrió a David Parker en Massachusetts), o para que en redes sociales se convoque al linchamiento de un escritor por argumentar contra la nueva imposición ideológica (como le pasó a la profesora Alicia Rubio en España), o para que una turba de feministas radicales se lance a profanar un templo cristiano (como sucedió en la Catedral de Mar del Plata, Argentina).
La realidad es que nuestro país no es inmune a estos excesos. Aquí ya asoman los primeros síntomas de la misma fiebre totalitaria que busca proscribir, sin mediar consideraciones, toda opinión diferente a la que sostiene cierto activismo fanático. Para ilustrarlo, veamos lo ocurrido precisamente durante la reciente visita de Márquez y Laje. Los autores tenían agendada la presentación de su libro en una universidad privada, pero el evento tuvo que cancelarse debido a la amenaza de demanda legal que alguien hizo pocas horas antes por teléfono.
¿Con arreglo a qué marco jurídico puede alguien decidir el tipo de libros o ideas que deben conocer los estudiantes de una universidad privada salvadoreña? ¿Y cómo es que personas u organizaciones podrían creerse facultadas para que su muy particular opinión sobre un evento académico se materialice en la prohibición del mismo, siendo que no existe asidero para acusar a nadie de atentar contra derechos ajenos solo por emitir ideas sobre determinados tópicos?
“Sí”, justificó alguien en twitter, “díganos intolerantes… Díganos dictadores LGBT… Díganos neo marxistas… Pero no vamos a permitir charlas donde se esparza más odio e ignorancia. Ganamos una batalla. Sorry”.
Aquí nos queda bien dibujada, en pocas líneas, esa mentalidad autoritaria que está minando la sana convivencia en otras latitudes. Atribuyéndose el derecho de calificar lo que los demás debemos entender, el totalitario se apresura a vetar, en nuestro nombre, lo que él ya juzgó. Con eso de la “batalla ganada”, además, estos peculiares adalides de la “tolerancia” nos informan de qué lado estamos en la “guerra” que ellos libran.
¿Hasta dónde son capaces de llegar quienes así discurren? Lo podemos ver en España, Estados Unidos, Holanda o Suecia: igualitarismos por decreto, delitos sacados de la chistera, libertades atacadas, persecuciones religiosas, derechos fundamentales conculcados. No creamos, repito, que esas cosas solo pasan afuera. Los nudillos de esos despotismos ya están tocando nuestras puertas.
*Escritor y columnista de El Diario de Hoy