¿A quién no le gustaría visitar el magnífico palacio de uno de los grandes personajes de la historia europea?
La residencia de Don Lázaro Galdiano, periodista e inversor madrileño nacido hace más de cien años, es hoy el Museo Lázaro Galdiano, uno de los mejores de Europa, donde se atesora una colección de obras de todas las épocas, desde vasos griegos hasta finales del siglo XVIII, dos Bosco, obras románicas, góticas y barrocas, un rostro de Cristo de la escuela de Leonardo, esmaltes preciosos, platería, monedas, armaduras y armas, tallas de marfil, miles de libros antiguos...
Enmarcando todo esta la residencia de Don Lázaro, de cuatro plantas, un jardín que lo rodea, estancias, frescos en los cielos de las habitaciones, forjaduras de hierro en las ventanas...
Se va de sorpresa en sorpresa, de deleite en deleite.
Lo que maravilla es lo armonioso del conjunto: todo es de un excepcional gusto, nada desencaja.
La andadura de Don Lázaro, barbado, aristocrático, se desarrolló en la primera mitad del siglo XX y sobrevivió la República, la Guerra Civil y las dos grandes guerras. Incansable viajero compraba en los principales mercados de arte. Cada obra pictórica, cada talla, cada moneda, cada crucifijo, cada mueble es de gran belleza.
Don Lázaro vivió miles de veces la del hombre que descubre un diamante en la mina. Fue un incansable viajero, periodista, abogado y financiero.
Al día de hoy pero cada vez con menos tesoros a la vista, los mercados de antigüedades, “los de pulgas”, esconden tesoros: el último Leonardo que se vendió en doscientos millones de dólares fue comprado por alguien cuando se confundía con un trabajo renacentista sin gran valor, hasta que se reconoció el aliento del supremo maestro, del creador que estuvo a la par de Miguel Ángel y Rafael.
Somos todos herederos del gran esteta Don Lázaro
El Lázaro Galdiano y en menor escala el museo Sorolla, también la casa-residencia del gran valenciano, nos permiten ver y recrear en nuestra mente lo que fue la vida de personajes de otros tiempos. Hasta hace medio siglo el museo estaba, como la Plaza de Toros, en la periferia de la ciudad; hoy ambos son parte del centro urbano.
Y en aquel entonces sentarse en un “chiringuito”, tomar un vermut dulce y comer tapas de mariscos, era, al igual que hoy, uno de los deleites de locales y forasteros.
Como sucede con todos los museos, en cada visita se descubren cosas nuevas en el sentido de que la misma obra se ve con ojos más entrenados y, por lo mismo, refinados.
No es igual La Gioconda que se contempla por vez primera a los diecinueve años, que la de hoy. E igual sucede con la pintura: “los primitivos”, así se describía a los pintores románicos y góticos en el siglo XIX hasta lo que son hoy, una escuela esplendorosa en el largo periplo del arte.
¿Cómo serían las señoras, mucamas, servidores, jardineros de entonces? En cuanto a las señoras, las fotos del museo las muestra con mangas y largas faldas, en los mismos años en que en París las bailarinas del can-can levantaban las piernas hasta el techo y acompañaban a pintores a sus almuerzos campestres completamente desnudas.