"Ahora, este no es el final. No es ni siquiera el principio del final. Pero es, quizá, el final del principio” –Winston Churchill.
Los argentinos ni siquiera estamos ahí, en el final del principio. Estamos al principio del principio. Pero al principio al fin. Ya no en punto muerto. Gracias al ex fiscal Alberto Nisman, al fiscal Gerardo Pollicita y al juez Claudio Bonadio estamos en movimiento, empezando a transitar un sendero de rendición de cuentas. ¿Llegaremos al final? En nuestra Argentina de novela, nadie podría responder eso con seguridad.
Las dramáticas detenciones de Carlos Zanini, Luis D´Elía, Héctor Timerman, Yusuf Khalil y Fernando Esteche, y el procesamiento con pedido de desafueros de Cristina Fernández de Kirchner, marcan definitivamente un punto de inflexión excepcional en la persecución de la justicia en la Argentina. De una Argentina que empieza a cambiar, a impartir justicia, a arrestar y a juzgar a los cómplices de Irán, a los traidores de todos los argentinos que, con tal de aliarse comercial e ideológicamente con un régimen fundamentalista dictatorial, quisieron borrar la memoria de los 85 muertos de la AMIA con la firma de un memorando miserable, confeccionado en secrecía, a espaldas de la ciudadanía, en las sombras de la diplomacia internacional.
“Hace dieciocho años que pusieron la bomba”, decía un lustro atrás en diálogo telefónico el entonces canciller Timerman a un dirigente de la comunidad judía, en un esfuerzo por justificar el acercamiento oficial a la República Islámica de Irán, entonces gobernada por Mahmoud Ahmadinejad, un negador público de Holocausto y de la existencia de homosexuales en Irán. “¿Tenés otro para negociar?”, insistía el ilustre canciller. Esas líneas exponen el patetismo de todo el abyecto emprendimiento. Los tramos más elocuentes de los muchos audios que emergieron a la esfera pública tras el asesinato de Alberto Nisman expusieron la magnitud de la conspiración criminal y la praxis política callejera del Kirchnerismo, aun en la esfera transnacional. Uno los escucha con incredulidad al advertir la mediocridad de los involucrados, la desfachatez de su desenvoltura, el vocabulario berreta de militantes de cuarta categoría mientras elucubran su entramado global que reunió a Buenos Aires con Caracas con Etiopía con Siria con Suiza y con Teherán.
Esta chatura diplomática escondía una sordidez moral inconcebible. La Presidenta puesta al servicio de enemigos de la patria, de ayatolás despiadados que enviaron a sus sicarios del Hezbolá a violar la soberanía nacional para asesinar argentinos en el terruño. Un acto de guerra cabal, ante el cual la banda de Cristina Fernández de Kirchner (CFK) se postró con obsecuente humildad. “¿Y con quién querés que negocie? ¿Con Suiza?”, desafiaba Timerman en esa conversación emblemática.
Las poderosas imágenes de los arrestos de esta impresentable tropa K nos tomaron por sorpresa esta calurosa mañana porteña. A fuerza de experiencia, los argentinos somos escépticos por naturaleza. Pero lo que estamos presenciando es esperanzador. Desconozco como se estará viendo este impresionante desarrollo desde el distante Irán. Desde Buenos Aires, en cualquier caso, se ve genial.
*Analista político.