Esta semana tuvo lugar la presentación del segundo tomo del libro “El país que viene” un gigantesco esfuerzo de Diego Echegoyen, quien en el primer tomo presentó los testimonios de una generación de jóvenes comprometidos, que nacieron después de 1980, y tienen el privilegio de ser la generación más formada e informada de la historia reciente.
Fue la oportunidad de conocer a estos salvadoreños, penetrando en el mundo de sus trabajos, de sus planes y de sus sueños, en el ámbito empresarial y del deporte, al mismo tiempo que exponen su percepción sobre la historia reciente del país, y sus expectativas para un futuro en el que ellos serán los principales protagonistas y las posibilidades de participar activamente en el mundo de la política.
Hay críticas acerbas por ilusiones truncadas, puertas cerradas y pocas oportunidades, con promesas de un cambio que nunca llegó. Muchos de ellos han trabajado en organizaciones de la sociedad civil, intentando participar en el debate político, cuestionándose aspectos vitales como la unión centroamericana, la necesidad de un estado de derecho y la lucha contra la corrupción. Y nos presenta a valientes emprendedores que lo han arriesgado todo para hacer realidad sus anhelos, recomendando cómo convertir el sueño americano en sueño salvadoreño.
En el segundo tomo de “El país que viene” Echegoyen se impone la tarea de escuchar las voces de 60 jóvenes compatriotas en el exterior, que miran el futuro con esperanza, persiguiendo sus sueños con determinación, sin olvidar a la Patria que los abraza en la distancia. Sus historias demuestran el conocido dicho de que “en cualquier lugar del mundo donde vayas, encontrarás un salvadoreño”, porque desde Abu Dabi, Taiwán, Corea, Japón, Australia, España, Italia, el Reino Unido, México, Chile, Argentina, Canadá, los Estados Unidos, Guatemala, Costa Rica y Panamá, nos transmiten la ruta, a veces trágica, otras sorprendente, que los ha llevado a establecerse en el extranjero.
Conmueve la lectura de estas historias, que son girones de estas jóvenes vidas, que han logrado posicionarse en prestigiosas instituciones, superando muchos la barrera del idioma y viendo coronados sus esfuerzos con premios internacionales. Pero en todos ellos se mantiene viva la añoranza de su tierra, y el deseo de regresar para poner a su servicio los conocimientos adquiridos. Hay deportistas, artistas, escritores de cuentos infantiles, ingenieros en robótica, cocineros, especialistas en manejo del agua, una verdadera riqueza, que aunque lejos, está soñando con regresar.
La presencia de once de los protagonistas despertaron en el público sentimientos de emoción, admiración y respeto ante el coraje y la ilusión que demostraban sus testimonios, pero que hacían surgir una serie de preguntas, de difícil respuestas:
¿Qué puede El Salvador ofrecer a estos jóvenes profesionales, brillantes, esforzados, que en otros países han visto abrirse insospechados horizontes, donde sus conocimientos son herramienta segura que los llevará al éxito como un premio a su esfuerzo?
¿Puede el país abrirles los brazos, y darles espacios de participación en la empresa privada, en el sector público, en la actividad política, o se encontrarán con que las puertas están cerradas, y que la mejor decisión será, luego de hacer un peregrinaje sentimental de playas, lagos y montañas, volver a empacar su bagaje de ilusiones, y volver la espalda “a estos septiembres cuajados de luceros”, derramar unas pocas lágrimas al despedirse de la familia, y volver a engrosar el cada vez más creciente grupo de salvadoreños en el exterior?
Triste panorama de una generación de adultos ingratos e ignorantes, que no hemos sabido apreciar el tesoro que estos jóvenes nos quieren entregar. ¿Puede hacerse algo para recuperarlos?
*Columnista de El Diario de Hoy.