La secuencia coreográfica de gran parte del ciclo noticioso y sus reacciones se ha vuelto facilísima de predecir. Ocurre el suceso. El suceso se reporta. Los reportajes se comparten en redes sociales acompañados de la indignación. La indignación se viraliza con hashtags de #TodosSomosAgregueElNombre. Se encienden los debates en las redes sociales. Los políticos brincan de inmediato para explotar la indignación y capitalizarla de alguna manera. Se firman peticiones en línea. No faltan los indignados a quienes es la indignación ajena lo que les indigna, ya sea porque no la consideran suficiente, no la consideran adecuada, o según algunos, es dicotómica y necesariamente implica que los individuos son incapaces de indignarse por las cosas que valen (a ser subjetivamente determinadas por los sabios policías de la indignación) ya que están indignados por el suceso. Y luego, ocurre el siguiente suceso y el ciclo se repite, una y otra vez, y de la indignación pasada no queda otra huella más que la digital, que para efectos prácticos sirve de poco.
Como ejemplo, el caso de Gustavito (QDDG). Se reportó el supuesto ataque. La indignación, correctamente, se hizo sentir. Se firmaron peticiones. Circuló uno o varios hashtags. Se encendió el debate, correctamente, sobre la evidente incapacidad gubernamental, que en todo sentido, reflejó el suceso. Saltaron los políticos oportunistas. Los policías de la indignación ajena, sin falta, se indignaron porque la gente no se indigna lo suficiente con las estadísticas diarias de homicidios en el país. Y ahora, que el polvo comienza a asentarse y la indignación ya bajó de tono, continúa la siguiente coreografía en la función y queda la anterior olvidada.
Es lógico, válido y razonable indignarse. Nuestro gobierno lo amerita casi a diario. Por el presupuesto y la manera en que están hipotecando nuestro futuro fiscal. Por los excesos de nuestros diputados a costillas del contribuyente. Por el estado lamentable en el que se encuentran las cárceles y el trato inhumano que reciben -- caso literal de violencia estatal -- muchísimos reclusos. Por igualmente lamentable estado en el que se encuentran muchísimos hospitales y el también trato, casi inhumano, que reciben doctores y pacientes. Por el estado lamentable en el que se encuentran las escuelas, y el trato que reciben maestros y alumnos. Por la violencia de la que son víctimas tantas mujeres a diario. Por los niños y niñas que cada día intentan reclutar las maras. Por que no existe compromiso de resolver la criminalidad que obliga a tantos salvadoreños a emigrar en condiciones de altísimo riesgo. Todo. Entendiblemente indigna y da rabia.
Pero la indignación sin acción no sirve de absolutamente nada fuera de generar circo en redes sociales y en la política. No cambia nada. No deja huella. ¿Cómo capitalizamos la indignación y la volvemos acción? Convirtámosla en cartas y llamadas a los diputados que supuestamente nos representan para exigir cambios. Convirtámosla en recaudación de fondos para ayudar a tantas organizaciones sin fines de lucro que a diario le hacen la tarea al gobierno. Convirtámosla en ciudadanía activa. Convirtámosla en educación para nuestras futuras generaciones, para que crezcan inconformes. Si no, la indignación y vestiduras rasgadas no son más que show.
*Lic. en Derecho de ESEN
con maestría en Políticas
Públicas de Georgetown University.
Columnista de El Diario de Hoy.
@crislopezg