Con furia quemaron los graneros y murieron de hambre y frío

Las gastadas arengas sobre el buen vivir por ahora calan en las cabezas de los fáciles, pero si la tripa no está contenta, hasta ellos van a reaccionar.

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Por Mirna Navarrete

03 December 2017

En “La rebelión de las masas”, Ortega y Gasset narra de una sublevación en el Medioevo, cuando enardecidos campesinos se levantan contra el barón del lugar, dan fuego a sus graneros y más tarde, llegado el invierno, todos se mueren de hambre.

El efemelenismo no se las aguanta para demostrar a los salvadoreños y al mundo su gran, extraordinaria, capacidad para destruir, acabar con empresas, con el sustento de la población, con el orden de leyes, con la Sala de lo Constitucional, con edificios, parques, urbanizaciones, con todo lo que se les ponga al frente.

Para medir esa capacidad hay que ver videos o irse a la propia Isla, para enterarse del ruinoso estado en que se encuentra La Habana y toda Cuba. En Netflix, un fotógrafo que ha seguido el terrible drama a lo largo de los decenios, Jon Alpert, recorre desde el entusiasmo con que los habaneros recibieron a los barbudos a la situación de hoy, entrevistando a sobrevivientes o a sus hijos o nietos.

“Cuba and the cameraman”, del desbordante optimismo a la peor clase de pobreza.

Medardo, el que dirige el oficialismo, no se resiste a anunciar la llegada de las aplanadoras para aplastarlo todo en este país en dos etapas: primero, la venezolana, donde pondrán a los pobladores a comer basura, y luego la cubana, donde esta basura se reparte igualitariamente pero se excluye a la jerarquía del partido oficial, que vivirá (así lo creen) en esas barriadas especiales donde algo de las mieles capitalistas podrá conseguir la membresía del partido.

El “experimento cubano” lo financiaron los soviéticos pero al despanchurrarse el “glorioso bloque socialista de naciones” los graves problemas comenzaron y Cuba sólo precariamente pudo sostenerse (según se dice, mercadeando unos polvitos blancos) hasta que Chávez comenzó a abastecerlos de petróleo que en parte podían vender en mercados internacionales.

Pero la narcodictadura venezolana ya no puede darse ese lujo y más bien está buscando que los recipientes de ese petróleo paguen lo que les entregaron. Y entre esos están los salvadoreños.

Estarán metidos en sus palacetes

pero no les llegará comida

En estos momentos y embriagados con la idea de implantar en este suelo la dictadura del caite y la carreta, todo parece ir viento en popa, pero falta solucionar un problemita: Ese problemita es muy simple... ¿quién le dará de comer a la jerarquía efemelenista si acaban con los productores del país?

Ni ellos ni los cuarenta y tantos mil activistas contratados que pueden saber alguna cosilla son capaces de producir ni los frijoles ni el maíz que consumen y tampoco sigue vigente la posibilidad de robarse gallinas, pues las gallinas las guardará la gente en sus propias casas para evitarlo.

Al colapsar la producción —a los socialistas del Siglo XXI sus brillantes negocios les han terminado rápidamente en la bancarrota, desde la financiera, Veca, alba alimentos, etc.— ¿cómo va a sostenerse la masa de activistas y cómo esperan que la población comience a pasar hambre sin mover un dedo?

Las gastadas arengas sobre el buen vivir por ahora calan en las cabezas de los fáciles, pero si la tripa no está contenta, hasta ellos van a reaccionar. Hay países pasando hambre donde la gente detiene las cosechas y no las deja llegar al mercado.

Y menos cuando esas cosechas van a las ciudadelas de los opresores.