Están por cumplirse 3 años desde que el para entonces recién electo presidente, Salvador Sánchez Cerén, dijo durante su toma de posesión que quería una ciudadanía activa que hiciera contraloría social y que exigiera principios éticos a sus funcionarios. También insistió en la búsqueda de la unidad y el trabajo conjunto en procura de solucionar los problemas de nuestro país y ofreció ponerse al frente del sistema nacional de seguridad ciudadana.
Casi 3 años después de esas manifestaciones, vemos con pesar que las mismas han estado desprovistas de verdadero contenido y que, en el mejor de los casos, se han traducido en muestras indiscutibles de improvisación gubernamental.
En efecto, en el gobierno del presidente Sánchez Cerén, no ha caído nada en gracia la contraloría ciudadana que, hoy más que antes, ha tomado plena conciencia de su rol y que por ello exige mejores y más transparentes comportamientos de sus funcionarios.
Se creó una Secretaría que dice ser de Transparencia, pero de la cual ya nos cansamos de hacer notar que en la práctica se ha convertido en una especie de defensora oficiosa de los desaciertos del gobierno y que en lugar de propiciar el acceso a la información pública, se ha dedicado a justificar el oscurantismo invocando prácticas que imputa a gobiernos pasados, como si eso le diera justificación suficiente para no cumplir con el rol que le ha sido encomendado.
Cuando los ciudadanos hemos cuestionado el innecesario crecimiento del aparato estatal, la inexistencia de una política de austeridad impulsada y vigilada desde el Órgano Ejecutivo, las deficiencias en los programas sociales, los problemas que día a día viven alumnos y enfermos en escuelas y hospitales, la carencia de una responsable estrategia fiscal y otras, la respuesta que se recibe de todo el aparataje gubernamental es una sola: “se critica porque se quiere desestabilizar y entorpecer la gestión del actual gobierno; lo que se intenta es favorecer a nuestros oponentes político partidarios”.
Hace 3 años se dijo que se quería que los ciudadanos exigiéramos, pero cuando lo hacemos individualmente o a través de diferentes organizaciones sociales, se responde con vehemencia, descalificando apriorísticamente y sin poner ni el más mínimo de atención a las exigencias. Mucho menos se intenta corregir lo que se señala que está funcionando mal.
Las encuestas muestran que hay un descontento generalizado en la población, y si bien es cierto no se pueden ni deben sacar conclusiones categóricas de estas encuestas, ni mucho menos deben utilizarse para elaborar sobre sus resultados las políticas públicas, también es cierto que no pueden desatenderse como si nada pasara.
Pero parece que no hay nada que corregir según lo ven las autoridades. Resulta inverosímil que a estas alturas, luego de casi 3 años, el presidente no haya separado de su cargo a ni un solo funcionario de su gabinete. No puede ser que a la fecha no se haya percatado que hay muchos de sus funcionarios que están haciendo un papel terrible al frente de las instituciones.
No se puede defender a ultranza una mala gestión y no se debe permanecer en silencio como si lo que ocurre no se conoce al interior de la casa presidencial. Casi 3 años después, no es posible que no se hayan dado cuenta que necesitamos un cambio de timón y que requerimos de nuevos funcionarios que con objetividad intenten enderezar las instituciones que hoy no están funcionando.
Hace casi 3 años se hizo un llamado a trabajar unidos y a escuchar propuestas, pero –hasta la fecha - no ha existido manera de hacerlo en serio en prácticamente ningún tema. La posición ha sido tan unilateral e irreflexiva, que con anticipación se descalifica cualquier esfuerzo ciudadano. Y sino, veamos lo que ha ocurrido con la más reciente propuesta para modificar el sistema previsional. El presidente ni conocía la propuesta cuando ya se había escuchado a su alrededor la posibilidad de un veto presidencial.
Han pasado casi 3 años y el problema de la inseguridad ciudadana no ha podido tener un tratamiento adecuado. El presidente nos dijo que se pondría al frente en el manejo del fenómeno delincuencial, pero en realidad no lo hemos podido tener más lejos.
Queda tan solo la mitad del período presidencial. El presidente tiene que comenzar a escuchar con empatía las críticas de quienes queremos un mejor El Salvador y queremos trabajar unidos para ello. Por cierto, debe entender que los festivales sabatinos, en la forma en que están siendo organizados, contribuyen a mantenerle casi inmune a la crítica; eso no es bueno.
*Colaborador de El Diario de Hoy
@hsaenzm