De adicción a lo dulce, no hay nada

El gusto por un sabor o su preferencia se desarrolla en el hogar temprano, pero también puede modificarse por nuevos aprendizajes y experiencias. La responsable de los sabores en el hogar es la madre o el padre que toman las decisiones de lo que se va a consumir en la mesa.

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Por Elizabeth Castro

01 December 2017

Me llamó la atención que en la “Normativa de tiendas y cafetines escolares”, emitida por el Ministerio de Educación en junio del año en curso, se expresara en su literal d) del artículo 8 que “…los alimentos procesados y ultraprocesados con edulcorantes artificiales o naturales… no deberán ser comercializados… por incentivar la adicción al sabor dulce”.

Sin embargo, la Organización Mundial para la Salud recomendó que se dejara de usar la palabra “adicción” desde los Años Sesenta y se sustituyera por “dependencia” y asimismo la adicción no figura entre los términos diagnósticos de la CIE-10 (Clasificación Internacional de Enfermedades de dicho organismo).

Menciono esto porque considero que esta gran nación, nuestro querido El Salvador, donde uno de sus elementos es la población humana que habita en ella, se merece lo mejor, por lo que un cuerpo normativo que regirá la conducta de un grupo de salvadoreños debe ser producto del máximo esfuerzo intelectual, donde sus preceptos jurídicos encaminen a estas personas a conformar un lugar donde se viva en óptimas condiciones.

Pero aún más llamativo fue que acuñaran la frase “adicción al sabor dulce”, pues la dependencia a dicho sabor no está probada en los diversos estudios científicos en ratas que se han realizado.

La adicción per se definía antes como el consumo repetido de una o varias sustancias psicoactivas, hasta el punto de que el consumidor (adicto) se intoxica periódicamente o de forma continua, mostrando un deseo compulsivo de consumir la sustancia (o las sustancias) preferida, tiene una enorme dificultad para interrumpir voluntariamente o modificar el consumo de la sustancia y se muestra decidido a obtener sustancias psicoactivas por cualquier medio, acompañada con un síndrome de abstinencia que ocurre frecuentemente cuando se interrumpe el consumo.

El consumo de azúcar (en los grandes consumidores de ella) no desarrolla estos comportamientos descritos, pues no es una sustancia psicoactiva, ya que no altera los pensamientos y las percepciones con episodios de descontrol progresivos, que hacen al dependiente abandonar intereses ajenos de forma progresiva.

El gusto por un sabor o su preferencia se desarrolla en el hogar temprano, pero también puede modificarse por nuevos aprendizajes y experiencias. La responsable de los sabores en el hogar es la madre o el padre que toman las decisiones de lo que se va a consumir en la mesa; ellos enseñan a sus hijos, ellos emiten mensajes de aprobación o desaprobación sobre los sabores, ellos son los que educan con la conducta que realizan, pues los niños son sumamente imitadores.

Pero volviendo a la normativa, más adelante en el literal c) de su artículo 10 expresa: “Se deberá promover el consumo de… refrescos de frutas… sin edulcorantes adicionales y con 10 gramos, 2 cucharaditas de azúcar, por un vaso de 250 mililitros de agua. Priorizar endulzar los alimentos con miel, azúcar morena o panela”. Esto es completamente contradictorio. En un artículo prohíben edulcorantes por incentivar adicción o dependencia a lo dulce y posteriormente piden que se agregue endulzante en forma de azúcar, miel, azúcar morena o panela. Tal vez el emisor de la normativa desconoce que edulcorante significa sustancia que añade sabor dulce a una cosa… o no sé, quizá no sabe que azúcar morena, miel o panela son edulcorantes también.

Sigo pensando que el progreso social es demasiado lento y quizá sea porque quienes tienen a su cargo emitir las normativas que rigen dicho progreso, no tienen los conocimientos mínimos necesarios. ¡Hasta la próxima!

*Profesional de la nutrición, colaboradora de El Diario de Hoy.