La tensión entre las dos Coreas, la libre y la esclavizada por la variante más extrema del comunismo, viene desde finales de los Años Cincuenta, después que China Continental —en ese entonces una de las naciones más pobres de la Tierra— destacara sus tropas para evitar que el régimen del abuelo de Kim Jong Un fuera derrocado.
Ese abuelo, Kim Il Sung, llegó al poder siendo el cabecilla de una tropa coreana sostenida por la Unión Soviética, estalinista en ese entonces, que con esa casi simbólica maniobra no quería quedar fuera de los arreglos de paz con Japón, entonces derrotado por los estadounidenses.
Pasar del país convertido en cárcel que es Corea del Norte, como fue en Europa del Este antes de la caída del Muro de Berlín, equivale a jugarse la vida, como le ocurrió la semana anterior a un soldado norcoreano que saltó el límite con el Sur libre entre una lluvia de balas de sus mismos camaradas. La aventura le costó cuatro impactos de bala del medio centenar que le dispararon.
Formalmente quien esto escribe puso pie varias veces en Corea del Norte, pues en el salón donde se llevan a cabo las negociaciones entre las dos Coreas, más bien entre Occidente y la barbarie, una línea divide lo que toca a Corea del Sur, otra a lo que es el infierno.
Los que visitan ese salón entran y salen de “Corea del Norte” las veces que les vienen en gana, pero Dios guarde abrir una puerta y poner pie en los infiernos...
Las ventanas del salón daban, en ese entonces, a una especie de desarrollo de viviendas en Corea del Norte, edificios de varios pisos con ventanales donde nadie asomaba y que, más tarde, las imágenes satelitales demostraron que las construcciones tenían un metro de ancho.
A esa clase de engaño recurrió el conde Potemkin cuando llevaba a Catalina la Grande en sus giras por Rusia para ver la situación del país: remodelaba fachadas y arreglaba vías, pero tras ello estaba la milenaria miseria del pueblo ruso.
La emperatriz aprovechaba las giras para ver a qué apuesto soldado u oficial pescaba para entretenerse al caer el sol.
Potemkin no sólo no era celoso sino aprovechaba la situación para descansar...
La libertad hizo que Corea del Sur pasara de ser gris a una urbe esplendorosa
Corea del Sur es un país extraordinariamente desarrollado, con algunas de las compañías tecnológicas más avanzadas del mundo, pero que aún tiene sorprendentes resabios de su pasado, uno de ellos que los chefs de comedores muy coloridos cortan y preparan las legumbres en la acera frente al establecimiento, lo que hace que por prudencia los visitantes coman en los hoteles.
Seúl, su hermosa capital, que nuestro redactor Guillermo Peñate visitó en los Años Sesenta y describió como una ciudad gris de posguerra, sin pintura, es ahora una pujante y esplendorosa urbe, cruzada por un río.
En un momento canalizaron el río, luego lo cubrieron con cemento pero ahora fluye al abierto con promenadas a sus lados para que la gente salga a caminar y tener contacto con la naturaleza.
Cuando se cruza por tren la península se ven las lindas viviendas rurales coreanas sin protección visible, lo que demuestra los casi nulos índices de delincuencia en el país.