Explique usted el siguiente refrán: “No hay primera sin segunda”. (Le sugiero que, como esparcimiento sano, haga la prueba con 10 personas. Puede ser que se divierta de lo lindo).
Preguntas de este tipo tipificaban al primer test de inteligencia que Alfred Binet estructuró en Francia en 1904. Con ello, según mi criterio propio, dio lugar a la segunda gran revolución en psicología: la medición de los procesos psicológicos. Antes de eso, varios “grandes” lo habían intentado con muy pobres resultados. Los franceses Binet y Simon defendieron la idea que la inteligencia, por ser compleja, tendría que ser medida de forma compleja. Años después de práctica e investigación, el mismo Binet crearía el concepto de Edad Mental. Y solo una década después, William Stern daría con la sencilla fórmula para la creación del concepto de Cociente Intelectual.
Si Freud y su psicoanálisis generaron una nueva perspectiva para entender la enfermedad y la práctica psiquiátrica, Binet permitió que la ciencia entrara de lleno en la psicología al demostrar que la complejidad de los procesos psicológicos podría ser medida válidamente si se le perdía el miedo a la complejidad de los mismos.
Lamentablemente Binet murió joven, a los pocos años de ganar fama internacional por su test. Pero su creación ya tenía vida propia, se difundió y evolucionó: había parado el huevo, como cuenta la anécdota sobre Cristóbal Colón y el descubrimiento de América. Nombres como los de Jean Piaget, David Wechsler, Charles Spearman, Arthur Otis, Alexander Luria y Lev Vygotsky, John Raven, Anne Anastasi, Joy Guilford y, más recientemente, los esposos Alan y Nadine Kaufman han quedado inscritos indeleblemente en el desarrollo de la historia de la medición de la inteligencia en psicología. A Piaget le debemos la mejor teorización sobre la inteligencia y su desarrollo. Fue ese “buen abuelo” (vea una foto de él) quien demostró que “los niños no son adultos en pequeño”, sino que tienen maneras distintas de conocer e inteligir el mundo. A los soviéticos Luria y Vygostky les debemos haber introducido la consideración de las influencias sociales (cercanas y mediatas) en el desarrollo de la inteligencia; a Spearman la introducción de los refinamientos estadísticos para la elaboración de pruebas psicológicas; a Joy Guilford la primera formulación seria de Inteligencias múltiples.
Yo también, cuando no conocía bien toda la complejidad y bellezas de las pruebas que se emplean, me opuse a la medición de la inteligencia. Por eso ahora, me genera el sentimiento que me genera el escuchar a personas desinformadas (en el mejor de los casos) y mal intencionadas (en el peor) hablar dislates contra la medición de la inteligencia. Las Inteligencias Múltiples de H. Gardner y la de la Inteligencia Emocional de D. Goleman no son descabelladas, pero no habrían tenido la prensa que obtuvieron de no haberse erigido en oposición a la “teoría tradicional”, como la llaman sus detractores, de la inteligencia. Pregunte usted a cualquier seleccionador de personal, director de escuela, rector de universidad, gerente general de una empresa si estaría de acuerdo en eliminar el test de inteligencia de la batería de pruebas que emplea para seleccionar a sus gerentes y directores. Me comenta su respuesta.
Quienes conocemos la diversidad de pruebas de inteligencia, sabemos sus defectos y limitaciones. Difícilmente alguien que conozca estos instrumentos hará una defensa extrema de los mismos y nunca, pero nunca, confundirá la inteligencia con la medida de la misma. O reducirá las cualidades de una persona a su mayor o menor CI. De igual forma, nadie que verdaderamente conozca las bondades de una buena prueba de inteligencia dejará de admirarse del genio de sus creadores o se atreverá a negar las inmensas utilidades que su uso ha prestado durante tantos años a la ciencia y a la humanidad.
*Sicólogo y colaborador
de El Diario de Hoy