¡No! –dijo airadamente Akne-Akbe, el anciano líder de la tribu, el cual, a sus cuarenta años (que era la expectativa de vida para esas épocas), pensaba que ya se las sabía de todas, todas- ¿Cuántas veces te voy a ordenar que alejes de mí ese artefacto infernal?
-Pero abuelo –replicó Akne-Bebé, quien, a pesar de su corta edad, nunca se quedaba callado-, esta es una lente pulida que he inventado. Es sumamente moderna. Si apunto con ella a la hojarasca y me ubico debajo del sol, no tarda en generar una llama. ¡Nos ahorraríamos mucho tiempo y esfuerzo! En vez de estar todo el día chollando un palo de ocote contra otro para hacer fuego, podríamos dedicarle más tiempo a la observación de las estrellas o en ver cómo le hacemos para cazar un mamut.
-¡Pues no, dije! Desde la época de mi tátara-tátara abuelo, el gran Akne-Atatuk (que los dioses lo tengan en gloria), venimos haciendo el fuego de esa forma y no voy a aceptar que vengas con esos relajos modernos. De ahí solo falta que vengas con la televisión, el internet y esas tonteras, y toda la sociedad se nos va al traste.
Y es que Akne-Akbe era conocido por sus posturas conservadoras. No le gustaba nada que lo hiciera pensar, cambiar o cuestionar sus creencias o estilo de vida. Las malas lenguas de la tribu decían que era por que los huesos mágicos que adivinaban el futuro eran de su propiedad y, por ende, cada vez que alguien los quería usar le tenían que pagar un diezmo, por lo que defendía su uso con dientes y garras (literal), mientras promovía entre el pueblo la creencia en sus poderes místicos. Pero la verdad es que la relación del pago del diezmo y sus posturas conservadoras nunca fue comprobado.
Además, era un secreto a voces que Akne-Akbe era socio del propietario de la plantación de los palitos de ocote con los que se hacía el fuego, por lo que –a parte de su sano interés de que la tribu siguiera con el ancestral y ecológico uso de dicho recurso-, no le interesaba que precisamente su nieto fuera quien anduviera haciéndole aguas al negocio.
-Si me dejaras montar una fábrica de estos lentes -replicó Akne-Bebé-, le daríamos trabajo a toda la tribu. Podríamos exportarlos a cambio de pieles de venado, frutas y semillas que tanto nos hacen falta. Eso nos sacaría de la pobreza y nos llevaría a la modernidad; además, ya encontré un bonito lugar para poner la planta industrial y…
-¡Sos necio, mono! –interrumpió Akne-Akbe a su nieto, mientras le pegaba con un palo en la cabeza- somos pobres porque los dioses así lo quieren, si no, hubiéramos nacido en Estados Unidos. Además, ya decretamos un aumento al salario mínimo ¡con ello vendrá la felicidad, así todos tendremos suficiente, abundará el trabajo y crecerá el poder adquisitivo de los más pobres de la tribu!
Akne-Akbe omitió mencionar el detallito del control de precios y que muchos recolectores y cazadores, disimuladamente, habían ido migrando poco a poco a la tribu que estaba más allá del Río Grande, debido al alza en los costos de producción y el aumento de los impuestos, pues no quería darle a su nieto más munición con qué importunarlo.
Akne-Bebé estaba en cuclillas, sobándose el chichón que le había dejado el cariñito de su abuelo con el palo, y sacando fuerzas de flaqueza dijo:
-Pues entonces ¡me voy! ¡No hay lugar para mí en esta tribu que no quiere cambiar, que no quiere pensar, que no quiere abrir espacios, que no quiere innovar!
Akne-Bebé, decepcionado pero decidido, metió sus pocas pertenencias en su bolsa: un cambio de ropa interior de piel de conejo, una hondilla y su pasaporte. Y se fue con sus sueños para la gran tribu del Norte. Según cuenta la leyenda, con mucho esfuerzo, Akne-Bebé fundó su empresa para hacer lentes para hacer fuego: “Akne-Bebé’s Magnifying Glass Co, Ltda.” Su empresa creció y fue referencia de éxito para futuros cromañones. Según dicen, nunca regresó a su tribu, aunque mandaba abundantes pieles de zorro -como remesas familiares- para ayudar a su familia a quienes nunca olvidó.
Y es que eso es lo que pasa en los países en que los gobiernos no apoyan la innovación, la iniciativa privada, el emprendimiento y la investigación: hacen que los talentos emigren y fructifiquen en otros lados, dando espléndidos frutos en otros países en donde son bien recibidos, incentivados y apreciados. ¿Algún día aprenderemos la lección? Lo dudo. No mientras sigamos gobernados –como lo hemos sido por décadas- por personas que prefieren hacer fuego frotando palitos.
*Abogado, máster en leyes.
@MaxMojica