No podemos perder de vista que la presidencia de Estados Unidos, como Poder Ejecutivo, solo puede hacer algunas cosas de forma unilateral. El Congreso y la Corte Suprema son unos enormes contrapesos en la democracia representativa norteamericana.
Si bien la presidencia norteamericana es posición destacada del mundo, que refleja el poder inherente al país más poderoso del mundo; el presidente, al interior de la federación, está entre los líderes institucionales más débiles. Puede hacer algunas cosas unilateralmente, particularmente las relacionadas a la política exterior, pero el Congreso podría bloquearlas. Puede hacer algunas cosas por orden ejecutiva, pero la Corte Suprema podría anularlas. Puede aprobar ciertos programas que requieren la cooperación de los Estados, pero los Estados podrían negarse a cooperar (como lo vemos en la actualidad). A cada paso, su capacidad de actuar unilateralmente es muy limitada. La diferencia entre cómo aparece el poder presidencial y cómo se ejerce en la realidad, es enorme. Y con esa finalidad los Fundadores legislaron el sistema democrático norteamericano.
¿Qué puede hacer el Congreso? Ambas cámaras tienen mayorías republicanas. El control republicano de la Cámara de Representantes es abrumador. Sin embargo, el control republicano del Senado no lo es. Este tiene 52 republicanos, 46 demócratas, y 2 independientes que se especula votarían con los demócratas. Esta aritmética esencialmente le otorga a los republicanos una mayoría de cuatro votos. Y debido a que el Vicepresidente sería el voto decisivo en caso de empate, 3 republicanos tendrían que cambiar de lado para derrotar cualquier legislación.
Tres “defections” harían imposible aprobar cualquier propuesta de ley. Como tal, cualquier Senador Republicano que pueda posicionarse como un posible “defector” podría negociar el apoyo del presidente en cualquier número de asuntos. El presidente se vería obligado a comprometerse o se arriesgaría a que la legislación sea derrotada.
Los senadores norteamericanos no son actores libres. Necesitan ser reelegidos. Su cálculo sobre si oponerse a un presidente republicano dependerá en gran medida, si no enteramente, de si el presidente le ayuda o le lastima en sus ofertas de reelección.
El punto a considerar es, por supuesto, el uso de “filibusters” (filibusteros). Esta es una profunda tradición en el Senado y ha servido como otro control sobre el poder. Cualquier senador puede obstruir un proyecto de ley, y si todo un partido la apoya, el filibustero sólo puede ser detenido si consigue 60 votos a favor o dejando que los senadores sigan indefinidamente hasta que caiga. Se especula, por ejemplo, que el nombramiento del juez Neil Gorsuch para la Corte Suprema de Justicia, será obstruido “filibuster”. Si esto ocurre, los demócratas en el Senado serían efectivamente capaces de bloquear toda la agenda de Trump. Alternativamente, Trump necesitaría el apoyo de 8 demócratas para obtener 60 votos y poner fin a un filibuster. Y eso no es probable que suceda.
El presidente puede lograr algunas cosas con una orden ejecutiva, asumiendo que la Corte Suprema no intervenga. Pero políticas más amplias como el desarrollo de la infraestructura no pasa sin el apoyo del Congreso.
La batalla estará al interior del Partido Republicano en el Senado. El resultado dependerá de si las calificaciones de aprobación de Trump sobrepasan los buenos números, y además, que los mejore a cómo empezó su presidencia.
Según una nueva encuesta realizada por Politico y Morning Consult; hasta el momento, el 49% de los votantes aprueba la presidencia de Trump, mientras que el 41 % lo desaprueba. Ese es un duro contraste con la última encuesta de Gallup, en la cual sólo el 45 % de los votantes aprobó cómo Trump ha manejado las cosas en el cargo, con un 48 % de desaprobación.
* Columnista de El Diario de Hoy.
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