El domingo 12 de noviembre, “Día Nacional de la Pupusa”, Toribio caminaba feliz de la mano de su madre por las calles empedradas de Panchimalco, dirigiéndose al chalet de la Niña Sonia, en donde se comían las mejores pupusas del lugar. El día estaba engalanado con esos inigualables atardeceres novembrinos que huelen a vacaciones escolares, cocina de leña, piscuchas y tiempo en familia.
Toribio caminaba callado, perdido en sus pensamientos, hasta que finalmente preguntó: “Mamá, ¿cómo se hacen las pupusas?”. Juana levantó los ojos al cielo, agradeciéndole a todos los santos que Toribio había preguntando algo fácil y no ese otro escabroso tema sobre “¿cómo se vive el ‘buen vivir’?” que le sacó la última vez en el parque. “Mira pues –explicó Juana–, para hacer una pupusa primero tenés que tener lista la masa, de ahí agarrás una bolita y la tortiás, luego le hacés un huequito con la mano y…”.
“¡Mamá! -la interrumpió Toribio– ¡Eso ya lo sé! Lo que quiero saber es ¿a dónde se le echa el gas?”. Juana se paró en seco, volteó a ver al cipote y le preguntó: “¿Y qué tiene que ver el gas con las pupusas?”.
“Pues eso es lo que quiero saber –contestó Toribio–. La vez pasada que vine con la Abuelita Mary al chalet, bien cabal oí que la Niña Sonia le dijo que si el gobierno no pagaba el subsidio del gas, el gasero le había dicho que ya no iba a traerlo a Panchimalco y que si eso pasaba, no iba a poder echar pupusas”.
“Ah, bueno –dijo Juana, entendiendo la pregunta–, es que todos estamos interrelacionados; a ver, te explico: el gobierno paga a las empresas el subsidio del precio de venta que le da al pueblo. Cuando el Estado no paga –porque se ha gastado el pisto de los impuestos en otra cosa–, las empresas importadoras y distribuidores no pueden continuar con la venta. El gas se utiliza para calentar la plancha para tortear, si no hay gas, no se puede cocinar. Pero no acaba ahí la cosa”.
“¿Te acordás del finado Don Nando? –prosiguió Juana–, ¿el que tenía la tienda donde compramos el maíz? Pues él también está relacionado con las pupusas, porque de ese maíz se saca la masa. Los productores de maíz lo mandan desde Guatemala hasta La Tiendona, de ahí lo llevan a la tienda de Don Nando, que es donde lo compra la Niña Sonia. Ella va después al molino de nixtamal del maistro Félix. El molino funciona con electricidad que viene de Honduras, que exporta energía a El Salvador, que es distribuido casa por casa, por compañías que generan miles de trabajos en el país”.
“¿Y todas esas actividades están relacionadas con las pupusas? –preguntó Toribio impresionado–. Yo pensé que las pupusas las cocinaba la Niña Sonia y ya. Que solo era de comprar la masa y el queso”.
“Pues eso es lo que aparenta –dijo Juana–. Desde fuera ser empresario se ve bien chiche; encima –continuó la Juana, que a esas alturas ya había agarrado carreta con la explicación–, no hemos hablado de los impuestos”.
“¿Cuáles impuestos, mamá? –preguntó Toribio sorprendido– ¡si la Niña Sonia es pobre y los impuestos solo los pagan los ricos!”. “Hay, hijito –dijo Juana, entornando los ojos como emoji de WhatsApp–. Ese es el garabato que te dan los políticos. ¡Claro que la Niña Sonia paga impuestos! Mira, cuando el picachero trae el maíz para Panchimalco, hecha gasolina con IVA, Fovial, Cotrans y FEFE (o sea, el “impuesto de guerra” para financiar una guerra que no hay desde hace más de 25 años). ¡Eso es solo una muestra! Entendé: cuando el gobierno pone impuestos a las empresas e importadores, se trasladan a toda la cadena de producción; así los acabamos pagando todos: vía incremento en los precios. El impuesto se agrega al precio del maíz, del queso, del cerdo, del frijol, del aceite y finalmente, al de la pupusa.
“Por ejemplo, cuando el hijo del finado Nando encarga el maíz y llama al picachero usando su celular, paga el CESC e IVA. Cuando la Niña Sonia te vende la soda, a ella las empresas vendedoras de gaseosas le hicieron la percepción del IVA y del impuesto ad valorem sobre bebidas carbonatadas. Todo eso influye en el precio de lo que comprás ¡Los impuestos los pagamos todos, hasta cuando nos comemos una pupusa!”.
“O sea que los impuestos que el Estado le pone a los ricos y a las empresas, y la forma en que el gobierno se los gasta ¿también afecta a los pobres? ¡Ojalá algún día los políticos entiendan que todos estamos interrelacionados!”, concluyó Toribio, mientras sorbía su rica taza de chocolate chapín, que también había pagado el 5 % de impuesto al transporte.
*Abogado, máster en leyes.
@MaxMojica