Hace un mes leía la noticia de una italiana acosada sexualmente por unos 20 jóvenes en Florencia. Al inicio, todo parecía amigable. “De repente, no sabría explicar cómo, me rodean e inician a decir frases como ‘ven con nosotros, te divertirás, tantos contra una hacen una bonita noche, te haremos gozar”, cuenta la víctima.
La situación empeora. Los jóvenes, también italianos, la insultan, la tocan y la golpean. Entonces aparece Hossein, un vendedor de flores bengalí que, sin saber cómo, logra ahuyentar a los acosadores. La lleva a un local, le ofrece algo de comer y de beber, le da un pañuelo para secar sus lágrimas y le regala una rosa. La mujer, agradecida por su valiente acción, le entrega una foto para que recordase siempre el rostro de la joven que salvó esa noche. “Es importante no ver al extranjero como alguien malo, como tantos los pintan”, concluye la joven haciendo referencia a los prejuicios, cada vez más extendidos, contra los migrantes, debido a los diferentes problemas que algunos causan en el país.
Mi vida tampoco se ha salvado de los prejuicios. Mea culpa. Pocos días atrás, en una estación de metro conocí a un nigeriano. Me llamó la atención que, pese a su aspecto descuidado y ropa harapienta, no estaba pidiendo dinero o vendiendo imitaciones. “No es como la mayoría de migrantes africanos”, pensé. De pie, con una sonrisa y mirada sincera, poco visible por sus gruesos anteojos, saludaba a los pasantes, mientras mostraba unos libros. Me detuve a curiosear y comenzamos a platicar. Dejó su nación a causa del terrorismo, pues su pueblo fue invadido por extremistas islámicos que mataban despiadadamente a quienes no compartían sus ideas. Una amenaza contra su hijo mayor bastó para que huyera y buscara refugio junto con su familia en Italia.
Para Chibuzo no ha sido fácil recomenzar y rehacer su vida lejos de su tierra. De eso dan testimonio sus ojos cansinos y su piel rasgada por el sol. Varios años de trabajo como profesor de literatura en una primaria quedaron atrás. Las aceras y estaciones son su nueva aula; los caminantes y viajeros, sus alumnos, a quienes ofrece libros con cuentos e historias tradicionales de África, traducidas por él mismo al italiano, para ganarse el sustento. No se rinde, porque se considera un hombre de fe, con un nombre cuyo significado le recuerda que “Dios lidera el camino”.
En nuestra sociedad salvadoreña también abundan los prejuicios y el tiempo no logra sepultarlos: si vistes o luces de determinado modo, si has estudiado en este colegio o universidad, si te gusta este tipo de música, si vives en tal colonia, si apoyas a este partido político… ¿Cuántas veces nos hemos formado un concepto distorsionado de los demás y cerramos las puertas al otro por un juicio insensato o erróneo? Enmendemos el camino si es necesario.
Es tiempo de volvernos más humanos y reconsiderar nuestro modo de relacionarnos en un mundo invadido cada vez más por el “yo”, que teme al “tú” y no digamos al “nosotros”. De la entrega y del darse provienen tantas cosas grandes. Desde el agua —una relación entre dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno— fuente de vida, hasta la humanidad misma, tan maravillosa y única, fruto del don de sí.
En una ponencia, el literato Alessandro D’Avenia propuso la amistad como modelo para la nueva ciudadanía. La reflexión es interesante, aunque yo la considero analógicamente para las relaciones sociales y no de forma unívoca.
“La amistad es el modelo por excelencia de la ciudadanía, puesto que rehúye todo tipo de contrato utópico entre mónadas batallando entre sí. La amistad consiste en salvar la vida propia y la del otro, nada más y nada menos que en el don de sí. El punto de partida no es el miedo al otro, sino el compromiso para ampliar una relación que hace las diferencias más específicas todavía y, por ende, más enriquecedoras, gracias a la misma relación (palabra que viene de re-fero: aportarle algo a alguien una y otra vez)”, propone el autor.
Una existencia abierta a los demás hace de este mundo un sitio más habitable, más solidario, libre de apariencias y de prejuicios.
*Periodista.
Máster en comunicación corporativa.
jgarciaoriani@gmail.com