Amar al partido sobre todas las cosas

El desprestigio actual de la política, partidos y políticos, más que un lugar común, se está convirtiendo en un preocupante síntoma de una enfermedad que nos puede traer, a no muy largo plazo, nefastas consecuencias.

descripción de la imagen

Por

17 February 2017

Se vea por donde se vea, los partidos políticos y su prestigio entre la población están a la baja, muy a la baja. No importa si gobiernan o están en la oposición, la gente –en general–, ha dejado de creer. Lo malo es que –de acuerdo a las encuestas de todas las casas investigadoras–junto con la popularidad en picada de los partidos políticos, el público tiene cada vez en menor estima al sistema mismo de la democracia. 

No se trata solamente de un problema de polarización, de enfrentamiento ideológico. De alguna manera ya superamos esa etapa, en el sentido de que el desprestigio está muy extendido y no hace distingos entre ideologías. Se trata de una crisis del concepto mismo de la política. 

Buena parte de la decepción popular se da porque los partidos parecen haberse quedado atascados en un discurso de buenos-malos, blancos-negros, sin matices. Como si siguieran pensando, sin excepción, que el rival político es absolutamente incapaz de nada, que todo lo que hace lo realiza exclusivamente por propio interés, y que la solución para todos los problemas pasa por copar no solo el gobierno, sino todas las instituciones del Estado, y, por supuesto, para siempre. 

Como en sus discursos y acciones los políticos trasladan a la gente esa polarización, logran que cada vez más salvadoreños, hartos de un estado de crispación generalizada, rechacen los enfrentamientos incendiarios y denigratorios como asuntos de un pasado ya superado y, en todo caso, como problemas personales de los mismos políticos de siempre, que manejan como estrategia los alegatos ataque-al-contrario-exaltación-del-propio-partido. 

El problema es complejo, porque la hipertrofia ideológica resta, además, legitimidad a las instituciones, y convierte el diálogo y el debate público prácticamente en un imposible. El partidismo por encima de todas las cosas no es nuevo, pero los últimos años parece haberse agudizado.

Muchas, demasiadas instituciones del Estado proyectan una imagen partidaria. Electoralista. No solo porque se adhieran a unos colores políticos determinados, o defiendan sus legítimas ideas políticas, sino porque cada vez más se utilizan recursos públicos para hacer propaganda desde su seno, y a través de medios oficiales de comunicación. 

Los partidos en la oposición tampoco escapan de la crítica de la gente: se los ve demasiado abocados a lo electoral y muy poco empeñados en la defensa de lo público. Por no decir que a algunos de sus integrantes difícilmente se les puede separar de la sombra sospechosa de la búsqueda del interés propio, y de la utilización del partido respectivo para salirse –literalmente– con la suya. 

¿Será que se les ha olvidado a los partidos políticos –mejor dicho, a los políticos en los partidos– que a fin de cuentas dependen de la soberanía popular? Si no, los hechos desmienten los discursos: hay demasiadas actuaciones que parecerían indicar que en lugar de mandatarios se creen propietarios. 

El tiempo de los elitismos políticos ha terminado. Hoy es época de desprestigio y bajísima popularidad, cuestionamientos a la democracia, y desconfianza en la administración pública.
 
Por eso actualmente es más necesario que nunca reivindicar la imparcialidad de la ley, la independencia de quienes la aplican y su responsabilidad ética pública, pues toda actuación política que no busque en primer y único lugar el bien común, el bien de la nación, y siembre un germen de tiranía, poco a poco convierte la sociedad en terreno fértil para la aparición de mesías políticos, o de simples oportunistas y/o charlatanes.

El desprestigio actual de la política, partidos y políticos, más que un lugar común, se está convirtiendo en un preocupante síntoma de una enfermedad que nos puede traer, a no muy largo plazo, nefastas consecuencias. 

*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare