Magaly no lo había planeado, pero aquel ramo de flores que amaneció una mañana de noviembre de 2012 en la puerta de su casa la llevó a dar un paso forzado, pues hacía pocos días que se había casado.
El ramo llevaba un mensaje: esas flores serían para Magaly o cualquiera de su familia si se negaban a entregar el dinero que les exigían como extorsión. El remitente era un grupo de la pandilla 18 revolucionarios. Por eso, junto a su esposo, acordaron que lo mejor era que ella se fuera a Estados Unidos. Él la seguiría después.
Magaly recordó que en Los Ángeles, California, estaba un señor amigo suyo que siempre le había dicho que la miraba como a su hija. Y por eso ella se refería a él como papá. Desde antes de la amenaza, él ya le había dicho que la apoyaría cuando se quisiera ir a Estados Unidos.
Ella iba a una parroquia católica donde conoció a un hombre al que todos llamaban Toledo, quien le había dicho que llevaba personas sin papeles a Estados Unidos.
Tras recibir el ramo de flores, la joven le pidió ayuda a “su papá”. Entonces ella descubrió que el “papá” de Magaly y Toledo ya se conocían. Nunca supo cómo. De repente, Toledo le dijo que la esperaría a las 6:00 de la mañana en la parada de buses que está frente al Súper Selectos de Lourdes, Colón. Ahí iba a pasar el autobús Cóndor que viaja entre San Salvador y Tecún Umán, ciudad guatemalteca, del departamento de San Marcos, limítrofe con el sur de México. Eso fue entre el 18 y el 20 de noviembre de 2012. A menos de un mes de haberse casado, Magaly se separaba de su esposo.
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El viaje costaría 8 mil 500 dólares, es decir, 1,500 más que la tarifa normal que los coyotes cobraban en ese entonces. Parte de la plata la iba a cancelar su amigo o “papá” que estaba en Los Ángeles. Como adelanto, una noche antes de iniciar el viaje le entregaron 2 mil 500 al coyote.
Toledo le recomendó que llevara ropa cómoda y sandalias, que comprara una cola para sujetar el cabello, que fuera ancha, la cual debía descoser para meter su licencia de conducir y su documento único de identidad y luego volver a coserla. Magaly hizo tal cual y más: en una billetera echó 200 dólares. El coyote le hizo otra recomendación: que de su casa saliera con vestido y tacones.
¿Para qué los documentos? Si en el camino el coyote no tenía quién recibiera el dinero que le enviaran, ella podría recibirlo con sus documentos.
Llegó el día
A la hora indicada apareció el autobús. Paró exactamente donde Magaly estaba. El esposo la vio subirse… Y vio al automotor alejarse con su joven y hermosa esposa. Junto a ella, subieron otras dos mujeres.
El Cóndor hizo otra parada en el cantón Ateos para que se subieran un hombre y una mujer. En una curva antes de llegar al desvío de Armenia paró nuevamente y allí se subieron tres hombres.
Antes de llegar al desvío al Cerro Verde, Magaly vio que Toledo ya iba en el bus. Vestía un short beige y una camiseta.
Casi a las 10:00 de la mañana, cuando el Cóndor ya se aproximaba a la frontera La Hachadura, el coyote se le acercó, le puso una mano en el hombro y le dijo que no la quería ver triste, que nada le iba a pasar, porque se la habían encomendado especialmente.
Ya en territorio guatemalteco, una hora y media después, cuando todos los pasajeros habían comido, el bus reanudó la marcha. Y no paró más. Magaly se durmió y despertó hasta que llegaron a Tecún Umán, la ciudad fronteriza con México. El viaje había terminado.
En mar picado
Toledo dijo que los que iban con él se quedaran en el autobús. Allí Magaly supo que solo ese coyote llevaba a 27 inmigrantes. Los subieron en dos microbuses y los llevaron hasta puerto Ocós, en el océano Pacífico, distante unos 25 o 30 kilómetros de Tecún Umán. Llegaron a una casa donde había ya otras 30 personas que también viajaban ilegalmente hacia Estado Unidos.
En puerto Ocós, Toledo les dijo que continuarían el viaje por mar en lancha. Luego les presentó a Alexis (José Alexis Huezo Guillén, según consta en el proceso judicial que se le siguió a esa red de traficantes en El Salvador), uno de sus colaboradores y que él quedaría a cargo de todos. También les presentó a una mujer joven que desde San Salvador hasta Tecún Umán había repartido sodas y golosinas. La presentó como Iveth (Iveth de los Ángeles Méndez Ábrego).
“Yo voy a estar a cargo del grupo, así que no quiero payasadas; nadie vaya a intentar irse en el camino porque yo sí soy de cuidado, conmigo nadie va a jugar. Si la policía los para, no tienen que decir que van conmigo. No deben mencionar nada de eso”. Aquello sonó como una amenaza.
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La noche comenzó a caer. Toledo les dijo que todos iban a comer. Magaly vio que en el grupo de migrantes que les había precedido había un joven y la tía de este, una mujer de ojos verdes.
Toledo llamó a Magaly, al hombre joven, a la tía de este y a Alexis. Cenaron juntos. El coyote le dijo a Alexis que a ellos tres (el joven con su tía y Magaly) debía cuidarlos bien, pero hizo énfasis en Magaly: nadie debía faltarle el respeto, que era el papá quien estaba pagando el viaje de ella y que, además, un pariente de ella lo conocía y no le convenía tener problemas. Debía darle lo que ella quisiera sin importar lo que valiera.
Al siguiente día, el grupo se alistó para subir a una lancha que los llevaría hasta el puerto Salinas Cruz, del estado de Oaxaca, México.
Iveth y Alexis les entregaron unas bolsas grandes, negras, de plástico, e hicieron dos grupos. Magaly no sabía para qué les habían dado las bolsas. Le explicaron que debía abrirle tres hoyos: uno para meter la cabeza y los otros dos para los brazos, de tal manera que le quedara como una capa impermeable.
Toledo le dijo a Magaly que se iría con el grupo de Alexis e Iveth, que podía pedir de comer lo que quisiera. Dos hombres iban como tripulantes de la lancha. En total, en ese viaje, el coyote llevaba a cinco niños.
Pero poco después del mediodía, el mar se puso picado. El viento arreció mucho y tuvieron que parar en un lugar que los coyotes conocen como El Triángulo de las Bermudas. No podían continuar, mientras el hambre y el miedo se apoderaban de ellos.
Pasaron toda la noche en la lancha. Ya de madrugada, Magaly no pudo soportar el frío y temían que la hipotermia la matara. Iveth le dijo a Alexis que se sentara con ella para darle calor. Él se negó por la orden de Toledo: que nadie se le acercara.
Pero al ver que Magaly estaba muy mal, Alexis y otros cuatro inmigrantes decidieron darle calor abrazándola. Ella se durmió. Cuando despertó eran las 7:00 de la mañana.
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Era el tercer día de viaje de Magaly. El viento continuaba muy fuerte y decidieron no continuar. Navegaron hasta llegar a un lugar conocido como Los Paredones. A las 11:00 de la mañana llegaron a una casa de campo a la orilla de la playa. Una mujer llamada María los recibió contenta pero lamentando que no hubieran podido llegar a Salinas Cruz. Les recomendó que no salieran de la casa porque era zona de narcotraficantes y podían obligarlos a quedarse con ellos traficando drogas.
En esa casa estuvieron como tres días y medio. Magaly ayudaba en los quehaceres del hogar o a preparar la comida para el grupo. Iveth, mientras tanto, no hacía más que acicalarse y llamar por teléfono a Toledo para decirle que mandara dinero para la comida.
El último día apareció el esposo de María. Ella ya les había comentado que era traficante de drogas. El hombres se puso furioso al ver la casa llena de migrantes. Le gritaba a María que los sacara, pero la mujer le decía que no debía hacerlo porque era un acuerdo entre ellos que cuando no tuvieran dinero iban a hospedar migrantes.
Magaly intervino para que aquel hombre no siguiera golpeando a María, quien le dijo que no se metiera en problemas. La intervención enfureció más al hombre. Alexis también intervino diciéndoles que él les estaba pagando por cada persona.
Entonces el hombre le dijo a Alexis que se fueran de su casa al amanecer o que le dejaran a Magaly para que le transportara un bulto de drogas. Alexis le dijo a Magaly que estaba en verdaderos problemas y que tenía que aceptar trasladar la droga. Sin embargo, hizo una tímida defensa y le dijo al narcotraficante que no podía dejársela.
Alexis comenzó a decirle a Magaly que le dijera por qué era tan especial para Toledo; que le dijera si le estaba pagando más.
También le dijo que no fuera a intentar escaparse porque el hermano de él era el pandillero más famoso de la MS (mara Salvatrucha) en El Salvador y que la iba a encontrar donde se escondiera.
Aunque no era cierto, en un intento de no dejarse intimidar, Magaly le dijo que un familiar de ella también era cabecilla de pandilla y que si a ella le pasaba algo, entre ellos (pandilleros) se iban a arreglar.
Alexis logró evitar que el esposo de María usara a Magaly para transportar drogas. A la mañana siguiente abandonaron aquella casa; se embarcaron a Salinas Cruz, donde arribaron a las 7:00 de la noche.
Les ordenaron desocupar la lancha en menos de dos minutos. Debían tomar cualquier maleta y luego las intercambiarían. No tenían que demorarse tanto porque cerca estaba un puesto de migración.
A la siguiente mañana, a Magaly y la señora de ojos verdes les dijeron que se pusieran la mejor ropa porque las llevarían hasta Oxaca en un taxi y que si alguna autoridad los paraba, los hombres dirían que ellas eran sus esposas, que eran profesoras y que iban para Oaxaca a pasar un fin de semana en familia. Era viernes ese día.
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Todo salió bien en ese viaje. En Oaxaca llegaron a la casa de Concepción Ramírez, una mujer a quien también llamaban Concha, cuarentona pero con cuerpo de 20. Aquel día andaba con un vestido bien pegado al cuerpo que le tallaba muy bien.
Horas después llegó el resto de migrantes. En esa casa se bañaron y Concha les dio de comer. Mientras tanto, les dijo que ya se las arreglaría para ver cómo los mandaba a todos de una vez hasta la terminal de buses.
Concha le preguntó a Alexis quién era la persona recomendada por Toledo. Aquél señaló a Magaly. De inmediato se apartaron del grupo para hablar los tres. Le indicó que todo estaba planeado.
Concha acompañaría a todo el grupo hacia arriba, es decir, hacia el norte de México. Le hizo mostrarle la ropa que llevaba y Concha le dijo que usara un jeans, una sudadera y zapatos tenis.
Aquella noche descansaron un rato. Cuando despertó, Alexis la tenía abrazada. Ella se quitó los brazos de encima. Alexis y Concha se quedaban sin respuesta siempre que le preguntaban por qué
Toledo había enfatizado cuidarla tanto.
Como a las 10:00 de la noche les dijeron que se alistaran, empezarían a moverlos. Los llevaron de cinco en cinco a la terminal de buses que los llevaría hasta Puebla. En esa ciudad se hospedaron en el hotel Santander. Allí se quedó todo el grupo. Ya había arreglos para ello. Acomodaron a 15 inmigrantes en cada habitación.
Toledo también le había entregado a Magaly un teléfono celular para que pudiera comunicarse con su familia en El Salvador o en Estados Unidos. Alexis lo sabía. Esa noche le dijo a Magaly que debía llamarle a su “papá” (refiriéndose a su amigo que vive en Los Ángeles) para recordarle que ya era tiempo de que se comunicara con Toledo para hacer otro depósito de dinero.
Aquella noche Alexis le confesó a Magaly que le gustaba y que aunque ya tenía a alguien en El Salvador, si le pedía que la siguiera, era capaz de irse con ella para Estados Unidos. Él terminó proponiéndole tener relaciones sexuales. La mujer le dijo que lo único que ella quería era que la ayudara a llegar con bien, que la cuidara para que ningún hombre le hiciera daño. Alexis le dijo que dejaran las cosas así y que decidiría siempre lo que fuera bueno para ella.
Como si Alexis y Concha se hubiesen confabulado, momentos después ésta le recomendó que aceptara a Alexis como su pareja porque lo que faltaba del camino era duro y que él la cuidaría de todos esos riesgos.
Al siguiente día, siempre en el hotel Real Santander se presentó una mujer a la que Magaly solo conoció como Verónica (Verónica Margarita Serrano González); la acompañaba otra mujer de nombre Yeny (Yeny Elizabeth Monterrosa Guerrero). Verónica les dijo que estaban allí para cuidarlos porque Alexis no estaba.
Un día después, miércoles de noviembre, reapareció Alexis con alimentos. Les dijo que comieran y descansaran bien lo que faltaba de la noche porque les esperaba un viaje muy agotador y que solo había un camión en el que tenían que viajar los 27 inmigrantes que estaban alojados en el Real Santander. Para hacer menos torturador el viaje, se rotarían en las posiciones y que no quería que nadie se fuera quejando; si querían llegar a su destino, tenían que aceptar el sacrificio.
Entrada la noche, cuando las calles estaban desiertas, Alexis comenzó a bajar al grupo. A los hombres los acomodó acostados debajo de los asientos de una camioneta Van. De los 27 inmigrantes solo cinco iban sentados, el resto iba en posiciones incómodas. La camioneta era manejada por un hombre a quien llamaban Félix.
Los 27 inmigrantes recibieron una sorpresa: los llevaron a pasear a la Basílica de Guadalupe. Ahí estuvieron casi una hora. Comieron y algunos hasta tuvieron tiempo de ir donde una gitana. Ella le dijo a Magaly que iba a llegar a su destino final, pero iba a sufrir mucho, porque un hombre la haría sufrir bastante. Le recomendó que cuando llegara a Reynosa, tirara el teléfono; si no, ese teléfono sería su perdición. Además, le aseguró que, cuando llegara a su destino, transcurridos tres años “iba a conseguir sus papeles”.
A Alexis le dijo que dejara el camino en el que andaba porque lo llevaría a la cárcel; que su jefe, quien supuestamente lo quería, “era quien la iba a meter la daga” y que iba a perder mucho dinero.
Alexis pareció preocuparse.
Cuando se retiraron de la Basílica de Guadalupe, en la misma camioneta viajaron entre cuatro a seis horas. Llegaron a un lugar donde los atendieron bien. Al poco rato, Alexis le dijo a Magaly que se preparara porque junto a la señora de ojos verdes y el sobrino de esta saldrían con Concha a comprarles ropa.
En esa misma salida, Alexis le dijo a Magaly que comprarían 27 boletos de autobús a Lalo, un empleado de la terminal de buses. Luego, Félix llevó a todo el grupo a la terminal de buses. Viajaron varias horas hasta llegar a Reynosa. Verónica, Yeni e Iveth se quedaron en el lugar donde habían compraron los boletos.
En Reynosa, donde el bus los dejó, esperaron un momento. Luego llegaron seis hombres en tres carros donde se acomodaron los 27 migrantes; viajaron unos 10 minutos y los llevaron a una casa
sobre una calle de tierra.
Mujeres para Los Zetas
El carro donde iba Magaly era conducido por un hombre al que llamaban Sata, quien al llegar a la casa le tomó la mano y dijo: “Con esta me quedo yo”. Pero Alexis le dijo que no la podía tocar porque era la recomendada de quien les había hablado Toledo.
Ante la insistencia del Sata, Alexis pidió hablar con un señor de apellido Alemán, pero este no estaba, solo el hijo, quien le dijo a Alexis que no podía hacer nada, que ahí el Sata mandaba.
Entonces el Sata se sintió envalentonado y tomó con fuerza a Magaly y se la llevó a una habitación. Cuando abrió la puerta vio que había otras cuatro mujeres que dijeron ser hondureñas. Sata dejó a Magaly con ellas y se retiró.
“Me llamo Gladys”, dijo a Magaly una de las hondureñas. Y continuó contándole que tenían cinco meses de estar en ese lugar con el Sata, que a pesar de que salían viajes para cruzar la frontera, el Sata no las dejaba ir porque se las entregaba a Los Zetas para que abusaran de ellas sexualmente.
Gladys también le contó que además de ser abusadas por Los Zetas, el Sata también se las llevaba a otro grupo de hombres que no sabían quiénes eran. El Sata abusaba casi todos los días de las cuatro y también se las entregaba a siete hombres que trabajaban con él. Todos las violaban.
Magaly les dijo que era salvadoreña. Gladys le sugirió que viera cómo hacía para no estar mucho tiempo ahí y no pasar por el infierno que ellas estaban viviendo.
Como a la media hora, llegó el señor Alemán con Sata y otro joven. Cuando abrieron la puerta, Magaly se levantó rápido y se paró a un lado como para salirse de la habitación.
“Sí, esta es, me la llevo para mi casa, nadie de ustedes la va a tocar”, dijo Alemán. En ese momento entró Alexis y Concha, a quienes Magaly comenzó a reclamar diciéndoles por qué iban a permitir que abusaran de ella.
Alemán se enfureció y le dijo que era una chiquilla malcriada, que como no quería (tener relaciones sexuales) con él ni con sus empleados, como castigo la iba a dejar en un lugar aislado para ver cuántos días aguantaba.
En seguida, Alemán y otro hombre la subieron a la segunda planta de la casa, la hicieron que caminara sobre una orilla estrecha de la paredes hasta que llegó a una esquina de la parte de arriba.
Luego comenzaron a colocar ladrillos como para que Magaly no pudiera salir. Y la dejaron a la intemperie, de pie, sin poder moverse toda la noche. Aguantó el frío de noviembre porque no le dieron nada para abrigarse.
A la mañana siguiente llegó Alexis a bajarla y le habló sobre la propuesta del señor Alemán: que se iba con él a su casa a tener relaciones sexuales, o con Sata o con Alexis. Tenía que tener una pareja, de lo contrario los problemas continuarían. Ella, no más atinó a decirle a Alexis que exigía hablar con Toledo. Que haría lo que fuera, pero que no aceptaría ese trato.
Alexis la llevó abajo y mientras bajaban le dijo que lo más viable era que se acostara con él, que trataría de cuidarla. Ante la negativa de Magaly, Alexis respondió que entonces mejor se dedicaría cuidar a la señora de ojos verdes, que iba a tener relaciones con ella y que dejaría a Magaly a merced de quien quisiera hacer con ella cualquier cosa.
En ese momento Magaly se resignó a cualquier cosa y le preguntó a Concha si la iba a apoyar y cuidar. Ella le dijo que lo haría hasta donde pudiera. En ese momento, Magaly se fue a donde
Alemán a pedirle que la dejara durmiendo debajo de los árboles o donde fuera, que prefería que la matara pero que no abusaran de ella; tomó un cuchillo y le dijo que desde ese momento era más fácil que le dieran un disparo pero que nadie la iba a tocar; que la dejara debajo de los árboles con Concha.
Alemán le dijo que aceptaría pero que durante el tiempo que estuviera allí no les iba a dar agua ni comida. Magaly le llamó a Toledo para explicarle lo que le pasaba. Este le respondió que hablaría con Alemán y Concha. Como a los 15 minutos, Toledo le devolvió la llamada para decirle que no se preocupara porque nadie le iba a hacer daño, que nadie la iba a tocar si ella no quería, pero que
Concha sí tenía que irse con Alemán, un hombre como de 70 años.
Mientras tanto, Magaly tenía que quedarse durmiendo bajo los árboles, sin abrigo, sin comida ni agua. Únicamente le darían agua para que se bañara. El castigo duró tres días. Durante ese tiempo, Magaly bebía del agua que le daban para bañarse.
Después de que Concha fue abusada por Alemán, la devolvieron junto a Magaly. Durante las noches que durmió bajo los árboles, siempre mantuvo el cuchillo en la mano porque miraba que constantemente llegaban muchos hombres y se llevaban a otras mujeres para abusar sexualmente de ellas.
La última de las tres noches que durmieron a la intemperie vieron cuando unos hombres regresaban a las cuatro hondureñas. Iban borrachas y golpeadas pero de las cuatro, Gladys era la que parecía haber recibido más golpes.
Al siguiente día, como a las 11:00 de la mañana, el Sata y otros de sus colaboradores coyotes dijeron que iban a armar el primer viaje, que eran buenas noticias porque hacía varios días que no salía viaje. Según Magaly, en aquella casa donde estuvo tres días y medio, había aproximadamente 260 inmigrantes. Comenzaron a sacarlos en grupos de 30 para “deshacerse de ellos”. Es decir, que continuaran el viaje.
Alexis le dijo a Magaly que se iría con Concha y otro grupo, diferentes a los 27 con los que había viajado por Guatemala y buena parte de México. Magaly formó parte de un grupo de 34 inmigrantes que fueron trasladados en dos pick-ups hasta la orilla del río Bravo. Lo cruzaron en tres balsas amarillas. Tardaron tres minutos en cruzarlo. En la orilla estadounidense otros tres hombres los esperaban y les lanzaron una cuerda para halar las balsas.
Quienes llevaban ropa de color se la debían cambiar por ropa oscura y mantenerse debajo de los árboles para no ser descubiertos. A los 34 pasaron, los guías les dijeron que tendrían que caminar entre 15 y 30 minutos, dependiendo de cuán rápida fuera la marcha, para llegar al “levantón”, es decir, el lugar donde los recogerían otros vehículos.
Cuando llevaban 20 minutos de caminata, una de dos salvadoreñas lesbianas se desmayó. El guía eligió a cuatro migrantes, entre estos a Magaly, para que la cargaran, diciéndoles que estaban a unos siete minutos del levantón. Así fue. En ese lugar una camioneta tipo van los estaba esperando. Se subieron todos pero tuvieron que forzar la puerta para cerrarla.
De repente apareció migración. Uno de los migrantes había quedado con los pies fuera de la van. Un agente de migración comenzó a pegarle a un vidrio de la camioneta para que se detuviera; sin embargo, lograron escapar… pero más adelante, otra patrulla los comenzó a perseguir.
Lograron evadir a la patrulla fronteriza. El motorista de la van los dejó en un lugar espinoso, donde la migra no entra. El conductor les dijo que no salieran hasta que él regresara.
Todos estaban lastimados y espinados. A los 10 minutos llegó un carro y alguien dijo: “Vámonos”. Una joven salió corriendo, pero eran los de la patrulla fronteriza. La capturaron y se la llevaron.
Como a la media hora llegó el guía con la camioneta para llevarse a los 33. Los llevó a McAllen, a una casa rodante que ocupaban como bodega para guardar migrantes, donde ya había 150 migrantes a los que se sumaban los 33. El encargado de la bodega era un tal Julio. Él les dijo que el señor Alemán no había mandado dinero para la comida... Durante dos días no comieron ni bebieron nada más que tortillas duras.