El diálogo nacional: los actores…

Quienes consiguieron terminar con la guerra respetaron las ideas, intervenciones y posiciones de sus contrarios. Siempre perseveró el respeto aunque las posturas parecieran inamovibles y difíciles de cambiar.

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22 February 2017

Los actores son un factor decisivo en todo ejercicio de diálogo nacional. La metodología, el contexto político, la agenda, los mecanismos para resolver las diferencias y el seguimiento de los acuerdos, ciertamente son aspectos fundamentales para la credibilidad del proceso. Sin embargo las actitudes y aptitudes, el carácter y virtudes tales como la tolerancia, la paciencia, la prudencia y la sinceridad, entre otras cualidades de quienes intervienen en las discusiones y tienen el poder de decisión, son indispensables para el éxito de la iniciativa.

Los firmantes de la paz coinciden en señalar que en El Salvador existe una estrategia perversa en la que los líderes políticos, sociales y empresariales se descalifican mutuamente en cada ocasión en la que alguno propone soluciones a problemas específicos. Como suele decirse: “se ataca al mensajero” y con ello se ignora el mensaje. 

La maniobra de desacreditar al contendiente no tiene relación con la polarización política. Esta última, en realidad, mientras no genere parálisis, posibilita el debate de las ideas y abre el espacio para exponer la diversidad de remedios a las dificultades, tanto coyunturales como estructurales, que afectan al país. El desprestigio al adversario, si es permitido llamarles así a quienes representan diferentes corrientes políticas, tiene de raíz una explicación más preocupante. Se trata de la ideología, de la marcada fractura con la que, algunos de los que están llamados a conciliar, descifran el futuro de la nación. 

Las tendencias doctrinarias, diametralmente opuestas, eran aceptables cuando el mundo estaba dividido en dos claras inclinaciones. La Guerra Fría lo demostró y le hizo mucho daño al mundo; particularmente a El Salvador. Sin embargo, casi treinta años después, esos apegos a corrientes extremas continúan influyendo en algunos de los que dirigen a los partidos. El irrespeto a la independencia de las instituciones, la intención de concentrar poder político, el anhelo que el Estado lo regule todo, las trabas burocráticas para facilitar los negocios, el concepto amigo-enemigo y la permanente acusación de un “boicot” en contra de la gobernabilidad, no son consecuencia de la polarización política. Se trata más bien de una persistente, equivocada y arcaica forma de ver al mundo en un siglo en el que, como lo han afirmado varios pensadores de reconocido prestigio internacional, la lucha ya no es entre izquierda y derecha, sino entre los valores de la república y los antivalores del populismo.

Por eso la elección de los actores, sus creencias y convicciones y, principalmente, su respeto al Estado de Derecho y a la Constitución, así como su conducta en otras experiencias de diálogo anteriores, también importan. Su comportamiento puede impedir el establecimiento de mesas, comisiones y consejos plurales de discusión o, en su caso, promoverlas como pretexto para comprobar que sí se quieren concertar alianzas, aunque en el fondo el objetivo sea que ningún acuerdo se cumpla. 

Quienes consiguieron terminar con la guerra respetaron las ideas, intervenciones y posiciones de sus contrarios. Siempre perseveró el respeto aunque las posturas, en muchos de los asuntos incluidos en la agenda de negociación, parecieran inamovibles y difíciles de cambiar. La paz se concertó en medio de la guerra. Haberla conseguido con el telón de un cese al fuego habría sido muy cómodo para los equipos de la exguerrilla y del gobierno. 

Esa es una lección muy importante para quienes tendrán la enorme responsabilidad de rubricar un nuevo acuerdo nacional. Seguramente la coyuntura amenazará con detonar las conversaciones que se sostengan y los actores tendrán la tentación de suspender el diálogo mientras no se resuelvan determinados temas. Siempre y cuando no se trate de graves violaciones a la Constitución, a la autonomía de los Órganos del Estado o del inminente incumplimiento de las obligaciones financieras del Estado, nada debería impedir que la mesa continúe su labor y concrete su trabajo en el plazo establecido. 

Los que concurran al llamado del enviado especial del Secretario General de la ONU para facilitar el diálogo en el país, el Embajador Benito Andión, deben mantener la firme determinación de aprovechar esta oportunidad que, veinticinco años después de Chapultepec y en nuevo contexto político, podría significar un salto de calidad que incentive el crecimiento económico, promueva la cohesión social y fortalezca a las instituciones.


*Columnista de 
El Diario de Hoy.