Una moral alternativa

Con demasiada frecuencia prima la subjetividad sobre la razón y la imaginación por encima de la inteligencia, quizá se comprenda mejor que haya quienes apelen a una moral alternativa para justificar lo injustificable.

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24 February 2017

Hace algunos años, mantuve correspondencia acerca del aborto con una respetada ginecóloga. Mi punto de partida era preguntarle por qué alguien que literalmente toca con las manos la realidad del inicio de la vida, era partidaria de interrumpir violentamente el embarazo para deshacerse (era el término que usaba) del no nacido. 

Después de muchos correos electrónicos, me respondió algo que me hizo entender al fin su forma de pensar. Me dijo que sabía que se trataba de una vida en desarrollo, de un ser humano que tenía derecho a vivir... pero, concluía, si esa alma tenía posibilidad de ser liberada del cuerpo que le aprisionaba y reencarnarse en otro bebé que sí habría de ser aceptado por sus padres, teníamos pleno derecho de impedir que naciera. 
Me parece que algo parecido está pasando con las interminables discusiones acerca de la pretendida despenalización del aborto en determinadas circunstancias. 

Comprendo que quienes propugnan la iniciativa se pongan del lado de las madres ¿quién no lo haría? Entiendo que en trágicas y complejas circunstancias se pretenda ayudar a las mujeres. Pero no termino de entender que cierren la razón y el corazón a las consecuencias que en esas mismas mujeres provocan los abortos voluntarios. 

También me parece lógico que si se examina un muy serio problema sufrido por una mujer con nombre, apellido e historia personal, se recurra y se propugne la interrupción voluntaria del embarazo para salir del brete; pues a fin de cuentas con ella hablo, la veo, la comprendo y sufro, me compadezco; en cambio con el niño que lleva en su seno no tengo ninguna relación: no lo veo, no hablo con él, puede ser para mí un absoluto extraño; una idea, más que una realidad personal. 

Todo lo anterior es muy comprensible. Sin embargo, que algo sea lógico, no es sinónimo de que sea justo. 

Es necesario recordar que pretender legislar con base en percepciones y sentimientos, no es aconsejable para ninguna sociedad. Ya se sabe: la ley, ninguna forma legítima de ley, puede asentarse sobre sentimientos, sino exclusivamente sobre razones. Los sentimientos son mudables, pasajeros, subjetivos y dependen en muchos casos de las circunstancias que rodean la persona que los padece. Las razones en cambio son comunicables, estables, objetivas en muchos casos, trascienden el tiempo, y dependen menos de los intereses de quien las propone. Los sentimientos son manipulables, las razones –al menos en personas inteligentes– son más difíciles de manosear.

Pero vivimos en un mundo en que predomina el sentimiento sobre la razón, las percepciones sobre las verdades, la imagen sobre la palabra. Tiempos en que la inteligencia política ya no se apoya en el bien común o la naturaleza humana, sino en cuestiones como el carisma, la capacidad histriónica, las habilidades comunicacionales. 

Una época en la que los análisis serios: sociológicos, antropológicos, científicos, jurídicos, son hechos a un lado por la encuesta de opinión y el recurso al caso extremo; y las voces autorizadas, en la medida en que sean políticamente incorrectas, son suplantadas por ruido, “trending topics”, propaganda, con independencia absoluta de la verdad, y de su búsqueda sincera y desapasionada. 

Por eso, porque con demasiada frecuencia prima la subjetividad sobre la razón y la imaginación por encima de la inteligencia, quizá se comprenda mejor que haya quienes apelen a una moral alternativa para justificar lo injustificable. 

Y no me refiero solamente al insoslayable tema del aborto, sino también a la selectividad a la hora de seguir juicios sobre corrupción, a las ejecuciones extrajudiciales de pandilleros, a machismos desbocados, feminismos recalcitrantes, etc. En fin, a realidades que juzgadas desde el sentimiento, la emoción, la capillita, o la cerrazón mental, impiden llegar al fondo de los temas, y tomar decisiones, al menos, sensatas. 

*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare