La Bahía de Jiquilisco, ubicada en el departamento de Usulután, es una de las áreas del país mucho más vulnerable a un derrame de petróleo o de otro hidrocarburo que pueda ocurrir en la costa salvadoreña, según pone en evidencia un reciente estudio del doctor José Enrique Barraza Sandoval.
El estudio de Barraza, que se titula “Sensibilidad Ambiental de los Ecosistemas costeros de El Salvador, ante derrames de Hidrocarburos”, brinda un diagnóstico de los ecosistemas costeros que actualmente se tienen en el país y presenta los grados de sensibilidad que estos poseen ante un hecho de esa naturaleza.
El biólogo marino señala que, en general, toda la costa es vulnerable; pero son los manglares como los que están en la Bahía de Jiquilisco, los de la isla San Sebastián, siempre en la Bahía de Jiquilisco; el Icacal, en La Unión; Barra de Santiago, Barra Salada; además, el estero de Jaltepeque, estero Las Tunas y El Tamarindo.
Barraza, quien es investigador asociado del Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación (ICTI) de la Universidad Francisco Gavidia (UFG), detalla que la Bahía de Jiquilisco es el manglar más delicado de ese conjunto por toda la riqueza (flora y fauna) y por todas las actividades productivas que se desarrollan en ella.
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La bahía está categorizada a nivel mundial como Humedal RAMSAR con un área total de 63,500 hectáreas, pero el especialista precisa que solo la cobertura de bosque manglar no perturbado que tiene es de 18,424 hectáreas.
Según el especialista, el impacto sería más severo en ese punto de la costa debido a que los derivados del petróleo quedarían pegado en el suelo, en la raíces de los mangles y se degradaría de una forma mucho más lenta que en los otros.
“Los manglares morirían. Se perderían actividades turísticas; la colecta de mariscos se afectaría; moriría gran cantidad de aves; los cultivos de camarón que hay en la zona se perderían; la extracción de sal también sufriría y el ecosistema de pradera marina que también tenemos allí y es única en el país se perdería, sino en el cien por ciento en gran parte”, precisó.
Barraza señaló que aquellas especies que ya están amenazadas o en peligro de extinción, como es el caso de la tortuga carey, también se verían impactadas porque llegan a desovar entre la vegetación de la Bahía de Jiquilisco y se alimentan allí, justo en la pradera marina. También mamíferos, crustáceos y reptiles que viven en ese sitio morirían.
La investigación sobre la vulnerabilidad de los ecosistemas marinos ante los hidrocarburos comenzó en el primer semestre de 2016 y concluyó hace un mes. Durante ese periodo Barraza tomó muestras en 20 playas del litoral salvadoreño.
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Según los resultados del estudio, a los manglares le siguen en vulnerabilidad los pantanos de agua dulce, entre ellos el del Zanjón del Chino, que está en la Barra de Santiago; el del Aguaje, en el Estero de Jaltepeque; la Laguna San Juan, ubicada en la Bahía de Jiquilisco; así como el que está en el estero de la playa Las Tunas, en La Unión.
El biólogo sostiene que en estos puntos también hay riqueza de especies, y como el movimiento del agua es muy lento y raras veces llega salinidad, entonces los hidrocarburos se degradarían lento.
En el tercer lugar de los más afectados están los arrecifes rocosos como el de Los Cóbanos: “Allí sería serio porque el coral es delicadísimo y lo poco que ha quedado después de los eventos del (fenómeno) del Niño se morirían”, explicó.
En sensibilidad ante un derrame de hidrocarburos le siguen los bajos intermareales o playones, como la gente le dice, a las extensiones que quedan expuestas cuando baja la marea; los rompeolas de roca expuestos a las olas; las playas de arena gruesa; las playas de arena fina y, finalmente, los acantilados; aunque estos últimos serían los que más resistirían.
¿El porqué del estudio?
El investigador del ICTI explica que en 1,999 la desaparecida Secretaría de Medio Ambiente, junto con una empresa norteamericana con el financiamiento del Fondo de la Iniciativa para las Américas (Fiaes), hizo un documento con la misma temática; pero hasta la fecha la información no se había actualizado.
“Se consideró necesario realizar una nueva evaluación y un nuevo muestreo, que incluyó visitas a la zona costera, para poder brindar a las autoridades relacionadas con el medioambiental, manejo de hidrocarburos, pesca, municipalidades y empresa privada, un documento actualizado”, indicó el especialista.
Explicó que al contar con una herramienta como esta, los funcionarios, considerando las limitaciones de recursos que hay en el país, tienen la oportunidad de priorizar acciones a tomar en caso de que ocurra un accidente de derrame de hidrocarburos o determinar que zonas proteger.
“Según el estudio de hace veinte años y según este, los ecosistemas más delicados siguen siendo los manglares, las zonas rocosas con asentamientos de coral y también los pantanos de agua dulce próximos a la costa”, dijo.
Barraza expresó que El Salvador tiene que tener estrategias para lidiar con derrames de petróleo u otras sustancias similares.
“Algunas veces, en otros lugares y dependiendo del material derramado, los técnicos deciden no hacer nada y dejar actuar la naturaleza, porque si se llega caminando o en lancha todo ese movimiento de la gente y maquinaria lo hunde, se queda allí y las conchas y camarones no van a vivir por unos veinte años; y si en caso llegan a vivir estarán contaminados”, precisó.
Insiste en que en la actualidad se debe estar preparados para estos eventos que traerían grandes costos ambientales y económicos, debido a que el país está en la ruta de los buques tanqueros y hay más barcos que traen al país combustible refinado.
De hecho, la posibilidad no es tan remota ya que el especialista trajo a cuenta que en la década de los 90 se produjeron derrames en el Puerto de Acajutla. Según notas de la época, uno de ellos ocurrió cuando se rompió una tubería de un búnker donde se almacenaba el crudo, a eso se suma un derrame que se dio el año pasado en Puerto Sandino, Nicaragua, y puso en peligro la zona del Golfo de Fonseca.