El 25 aniversario de la paz: Los partidos políticos

Las sociedades demandan ahora más transparencia, soluciones efectivas e inmediatas a sus peticiones e ideas más creativas. 

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04 January 2017

A los partidos políticos debe juzgárseles por la fidelidad que les conceden los electores, por mantener un número estable de votantes elección tras elección, por su presencia territorial a nivel nacional y por ser considerados como indispensables, por parte de los ciudadanos, para conservar la estabilidad democrática. Estas cuatro condiciones permiten descifrar si estamos o no frente a un sistema de partidos fuerte o bien institucionalizado. 

Otras de las características para apreciar el comportamiento de las organizaciones partidarias son: su capacidad para formar coaliciones, la transparencia con la que administran el financiamiento que reciben y las prácticas democráticas con las que eligen a sus autoridades y candidatos, estas dos últimas como consecuencia de una sociedad civil más exigente.

La valoración hacia los partidos también toma en cuenta la calidad de sus promesas electorales y el cumplimiento de las mismas. Aunque con menor rigor que las características señaladas en los párrafos anteriores, los habitantes han comenzado a reclamar una “democracia de resultados”. Cuando con la democracia no se come, no se educa ni se cura, el enojo, como lo señaló el escritor e intelectual mexicano, Jorge Volpi, se transforma en rabia. 

Las encuestas de opinión señalan que el “voto informado” está aumentando. Se trata de un sufragio que empieza a ser impactado, aunque todavía de manera muy tímida, por las medidas contenidas en los planes de gobierno y en las plataformas legislativas. En un sistema electoral con “listas abiertas”, en el que los votantes eligen directamente a los candidatos de su preferencia, la rendición de cuentas toma una trascendencia que no existe en aquellos que prefieren a las “listas cerradas”, como ocurría en nuestro caso, antes de 2012, cuando los aspirantes a legislador se “resguardaban” tras la bandera del partido.

Veinticinco años después del acuerdo de paz los partidos políticos ocupan un lugar de primer orden en el ámbito de la representación política. Aunque a partir de 2010 comparten con los candidatos independientes la posibilidad de acceder a la Asamblea Legislativa, conservan la preferencia de la gente como vehículos para alcanzar el poder político. Los dos partidos “ancla”, ARENA y el FMLN tienen la mayoría de diputados y alcaldías y, a partir de 2009, iniciaron la alternancia en la presidencia de la República.
 
Las organizaciones políticas minoritarias, como resultado del sistema de representación proporcional regulado en la Constitución de la República, siguen empujando el “equilibrio” legislativo, principalmente en aquellas decisiones que requieren de la mayoría simple de los votos. La falta de entendimientos entre los partidos, sin distinción del número de escaños que posean, impone esta división de roles y privilegios que no existe en una democracia de consensos. En esta, si bien persisten las diferencias entre las distintas corrientes políticas, se intentan resolver los grandes problemas y se establecen los cimientos mínimos que orienten a la economía, a la política y al desarrollo social.

En resumen, y respecto de las características del sistema de partidos, el de El Salvador parece haber mantenido, durante las dos décadas y media después del pacto de Chapultepec, los requisitos que le permiten garantizar la continuidad de la democracia electoral. 

La realidad es otra al evaluar a los partidos de manera individual. Ahora enfrentan un entorno muy diferente del que cobijó, en enero de 1992, al fin del conflicto armado. Una ola de insatisfacción ciudadana los ha remecido durante los últimos años. Las sociedades demandan ahora más transparencia, soluciones efectivas e inmediatas a sus peticiones e ideas más creativas. Lo hacen sin importar la demagogia o el populismo con el que proceden algunos líderes políticos. Esto impone a los partidos nuevos retos y una urgente necesidad de responder a la población con una forma diferente de gobernar que se aparte del clientelismo político como plataforma para obtener el respaldo popular.

La paz sentó las bases para una participación más plural en el ámbito político partidario. El poder se distribuyó sin concentrarse en un solo protagonista. Ahora toca a los actores retomar una agenda de acuerdos que detenga, para seguir con Volpi, la rabia con la democracia que azota a toda América Latina y que evite utilizar a la antipolítica como estrategia.
  

*Columnista de El Diario de Hoy