Enseñar feminismo

A enseñar que el cuerpo, la atención y el tiempo de una mujer no los merece nadie por ser hombre ni son el derecho de nadie porque podía comprarlo o tomarlo por la fuerza.

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08 January 2017

Esta semana la Fiscalía General de la República -- como siempre con más ruido que nueces -- anunció la captura de un pez gordo. En el sentido metafórico y literal, pues capturaron al Gordo Max y a otros sujetos acusados por remunerar actos sexuales con menores de edad. Lo que se desató a continuación, es de no creer (realmente es de no creerlo, la anterior frase no es una sátira de los poco afortunados titulares que muchos “medios” usaron para dar a conocer la noticia). Inmediatamente se vino una avalancha combinada, compuesta por amarillismo periodístico, doble victimización y sexismo asqueroso; todo un circo macabro que ilustra precisamente por qué nos hace falta tanto como sociedad la única cosa que podría resolver todos y cada uno de los anteriores problemas, y es educación sobre lo que significa la igualdad de género (al vivo a señas: feminismo).

Empecemos por el amarillismo mediático. En países como el nuestro, el morbo atrae y por eso los medios lo ponen por delante en sus reportajes sobre crímenes sexuales. El morbo de saber “qué dijo el acusado, ¿se rió? ¡Hizo una broma!” no informa. De hecho, tiene la peligrosa consecuencia de que humaniza a quien se acusa de haber hecho algo monstruoso. En los casos de abusos sexuales, violaciones, y trata humana, un periodismo que no se enfoca en las víctimas y en las consecuencias del delito, es un periodismo que le falla a las víctimas. El enfoque tampoco puede ser culpar a la víctima. De hecho, explicar por qué los actos de la víctima en un caso de trata de menores no tienen relevancia alguna en la tipificación del delito, es un enfoque instructivo que haría que el reportaje generara algo de valor más que morbo. Mientras los medios no hagan consciencia de que, además de informar, sus reportajes moldean la cultura, seguirán fallándole a las víctimas y perpetuando comentarios entre sus lectores como que “el hombre llega hasta donde la mujer lo deje”, el estúpido arquetipo que impone la absoluta responsabilidad de no ser violada o usada a la mujer, ignorando circunstancias y librando al hombre del libre albedrío que le separa de los animales, como si fuera un pobre incapacitado de la voluntad.

Claro que las reacciones reflejan mucho del sexismo de la sociedad que tristemente, más que solo respirado en el ambiente, es transmitido de generación en generación. A las niñas se les enseña que la culpa de un asalto, abuso, o violación es de ellas (como se visten, como bailan, la cantidad que tomen o con quién se junten). Les dicen que “en gaveta abierta todos meten la mano”. Y a los niños, en este mismo tema, nada. Se les aplaude si meten la mano. Se sabe que en un país urge hablar y enseñar qué significa el consentimiento cuando ni las autoridades encargadas de la implementación de las leyes lo entienden, con alguien que cuenta con rango oficial diciendo que en el caso de la trata de menores “las menores iban con consentimiento, aunque con engaños”. Buena oportunidad para los padres educando niños para explicar qué significa el consentimiento y que no se puede dar si hay engaño de por medio. Y que la ley, para ayudar a borrar arbitrariedades y diferencias en el desarrollo emocional y biológico, ha estipulado que para perfeccionar este tipo de consentimientos se tengan 18 años.

En general, buena oportunidad para los padres, medios de comunicación y cualquier entidad con influencia formativa para los individuos en la sociedad para enseñar respeto en vez de miedo. Enseñar que “no”, no significa tal vez o sí. A enseñar que las diferencias (de poder, de edad, de dinero) no pueden usarse para conseguir síes. A enseñar que el cuerpo, la atención y el tiempo de una mujer no los merece nadie por ser hombre ni son el derecho de nadie porque podía comprarlo o tomarlo por la fuerza: la mujer los entrega solo si quiere. A enseñar que todas las personas, mujeres y hombres, menores y mayores de edad, requieren respeto. En pocas palabras, enseñar feminismo, que, al fin y al cabo, eso significa.
 

*Lic. en Derecho de ESEN
con maestría en Políticas Públicas
de Georgetown University.
Columnista de El Diario de Hoy
@crislopezg