Olvida la vaca cuando fue ternera

¿Qué tal si, como nación, aprendemos algo de humildad, nos mostramos más agradecidos con lo que tenemos, practicamos más la franciscana austeridad a que nos obligan los tiempos que corren?

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13 January 2017

La palabra paz es un vocablo polisémico, es decir, tiene una pluralidad de significados. La paz que ahora extrañamos no es, ni por cerca, la falta de paz que se vivía durante nuestra pasada guerra civil. Para quienes quieran hacernos creer que no se acuerdan de cuando fuimos terneritos, o para quienes los altísimos debates ideológico políticos les nuble la memoria, les recomiendo que vean la corta serie de Netflix sobre la vida del actual papa (“Llámame Francisco”) que lo muestra cuando solo era el jesuita argentino Jorge Bergoglio que daba clases en “el colegio” y luego cuando, ya Provincial de la Orden, tuvo que asumir posiciones de mayor riesgo ante la dictadura militar. Más que menos, así vivíamos también entonces por acá: con nuestra propia dictadura militar (que poco se diferenciaba de la que muestran en la serie); nuestra incipiente polarización política (que se tragó en sus fauces a las filosofías humanistas no marxistas, mucho más ponderadas que los extremos) que persiste aún en absurda ostentación de tozudez colectiva; nuestra propia represión (que envidió únicamente los nauseabundos viajes en avión que la serie recuerda), nuestros incipientes guerrilleros (tan jóvenes y delgados que, de no ser porque su discurso permanece igual de incendiario que el de antaño, apenas han de reconocerse a sí mismos en las fofas carnes, las acicaladas fisonomías y las lujosas condiciones de vida que hogaño disfrutan pero que esconden a sus bases); y lo más lamentable de todo, nuestros propios esbirros (de ambos lados, según revelaciones y confesiones que se han conocido) que medran siempre en las nefandas obscuridades intestinas de toda guerra (nefando: de que no se puede hablar sin repugnancia u horror, RAE). De esa oscuridad humana salimos por los Acuerdos; maltrechos y dolidos, pero vivos. Como “andó” el Lázaro del chiste, así hemos andado nosotros durante estos cinco lustros.

¿Por qué los negociadores no previeron desde entonces darle una computadora a cada niño, cada niña? ¿por qué no nos advirtieron sobre el zika o la chikunguña? ¿o a los estadounidenses sobre Trump? Quizás porque no podían, ni quisieron, preverlo todo. Es bueno tener siempre en cuenta que todos procedemos y tomamos decisiones a la luz que arroja la información con la que se cuenta en el momento en que se decide. Los Acuerdos quisieron poner punto final a la falta de paz de entonces. Y lo lograron. Confieso que durante años temí encontrar la noticia que informaría de pleitos sangrientos entre desmovilizados de ambos bandos durante la celebración de las fiestas patronales de cualquier municipio del país. Ni una sola vez. Como psicólogo me costó creerlo. Los combatientes estaban ahítos, hartos, de tanta muerte me dije. Hasta que la muerte, ella también una “perversa polimorfa” como diría Freud, cambió de forma y se pasea de nuevo entre nosotros.

Creo que con esta conmemoración de los 25 años de firmados los Acuerdos de Paz nos estamos retratando los salvadoreños. Habiendo tenido el vaso quebrado, sin capacidad para retener agua ninguna en su interior, logramos conseguir otro, quizá no de cristal de Bohemia como los querríamos pero sí lo suficientemente delicado y bonito como para exhibirlo ante el mundo. Logramos también medio llenarlo de un buen Oporto o Jerez de la Frontera que otros envidiarían. 

Y ahora, en lugar de agradecer a Dios por lo que logramos, tomarnos un descanso del diario vivir, aprovechar de una tarde apacible para reflexionar mientras regamos nuestras meditaciones con el buen Oporto o Jerez que tenemos, elegimos mejor darnos de trompadas entre nosotros mismos reclamándonos porque no hemos logrado llenar el vaso que yo quería, hasta el borde, del vino que ella prefiere.

¿Qué tal si, como nación, aprendemos algo de humildad, nos mostramos más agradecidos con lo que tenemos, practicamos más la franciscana austeridad a que nos obligan los tiempos que corren y nos ponemos, en serio, a trabajar por conseguir mejores vasos y vinos para todos?


*Sicólogo y colaborador
de El Diario de Hoy