Me emociona que El Salvador va a celebrar el 25 aniversario de sus Acuerdos de Paz. Más allá del simbolismo, lo entiendo como una especie de despertador para todos. Despertémonos, nos dice el aniversario, pues en verdad no hay “paz” todavía en nuestro país.
Los Acuerdos fueron transcendentales: pusieron fin a la guerra y crearon instituciones importantísimas —pero no nos trajeron paz. Sería mucho pedirle, a unos acuerdos, que rindan rápidamente lo que toma años y hasta siglos construir. No es culpa de los Acuerdos que las pasadas y presentes generaciones de salvadoreños nunca hemos vivido una época de paz duradera o sostenible. A nuestros abuelos les tocó vivir la tensión y represión de los 50 y 60. A nuestros padres les tocó enfrentar las armas y el reto de acabar una guerra entre hermanos, que era a su vez una lucha ideológica entre poderes globales. Y a los jóvenes nos ha tocado la posguerra —una época marcada por la ausencia de guerra y también la falta de paz.
Me detengo un momento sobre esto, porque creo que no apreciamos lo suficiente cómo la posguerra nos ha formado. Mi generación es cautelosa. Nuestros hijos juegan detrás de paredes y razor; limitamos nuestros movimientos a los espacios conocidos; nuestros carros están polarizados. Si nos marca un número desconocido, no contestamos al teléfono. Estamos acostumbrados a la democracia imperfecta. Sabemos que hay instituciones, pero no siempre podemos contar con ellas.
Fundamentalmente, somos varias generaciones que no conocemos la paz —entendida no solo como la ausencia de violencia, sino también como el conjunto de instituciones, actitudes, y compromisos nutridos por la sociedad que le permiten resolver constructivamente el conflicto. Los investigadores nos indican que tarda por los menos 30 años reconstruir un país después de una guerra —no solo a nivel de infraestructura o economía, pero a nivel psicológico. Un americano que tiene décadas de vivir en El Salvador me dijo que a veces parece que todos sufriéramos de PTSD —síndrome de stress postrauma— tal es nuestro nivel de desconfianza y conflictividad.
Quizás tenga razón. Aquí donde vivo en Suiza, se respira la paz. La sociedad está comprometida con su democracia, con la negociación de acuerdos de Estado, con la inviolabilidad de sus instituciones. Mis amistades suizas no pueden concebir de la violencia en América Latina, les parece insoportable tan solo un homicidio, mucho menos veinte por semana.
Tantos años sin paz han normalizado para nosotros cosas que no son normales. Nos hemos tenido que volver muy resilientes para seguir construyendo nuestras vidas en el contexto de violencia y problemas aparentemente intratables. Tengo un amigo que salió a trotar una madrugada y pasó cerca del cuerpo de un hombre asesinado a tiro blanco. Mi amigo sintió el golpe de ansiedad —¿será que los asesinos están todavía cerca?— y siguió trotando. Pienso en una compañera de trabajo que conversó amablemente con el pandillero que le robó su celular en un semáforo capitalino. Cuando el joven le quitó la pistola de enfrente, mi amiga se lo agradeció. Ambos sabían que fueron suertudos, al haber evitado la muerte insensata que destruye tantas vidas todos los días en El Salvador. Nuestra resiliencia nos posibilita seguir adelante, pero nos desensibiliza a situaciones intolerables.
El ejemplo suizo me da esperanza —les costó a los suizos no menos de 800 años de guerras fratricidas para lograr la paz. Estamos de acuerdo que El Salvador no tiene el lujo de 800 años para resolver su brecha de paz: hemos llegado a un punto de tal desesperación que estamos dispuestos a ceder el terreno ganado en derechos humanos y a violentar nuestras propias leyes con esfuerzos vanos por reducir los homicidios.
Aun dentro de la tormenta apocalíptica de medidas extraordinarias, crisis fiscal, polarización política, cárceles que explotan, yo me aferro a la promesa de paz y no pierdo mis esperanzas. Decidí dejar mi trabajo en Suiza para comenzar un proyecto pro paz en El Salvador, al cual los invito con gusto. En foropaz, queremos ofrecer un espacio de encuentro para las organizaciones que promueven la paz por medios pacíficos en el país. Si bien todavía no tenemos las actitudes y los comportamientos que nos hacen falta, nada nos puede detener en perseguirlos.
*Presidenta Fundación H. de Sola idesola@grupodesola.com