Hay columnas esenciales para el sustancial crecimiento de un país, fuera de eventos que puedan ocurrir en la economía mundial.
Esas bases se fundamentan en el ser humano, porque todo individuo trabaja para satisfacer sus necesidades personales y así avanza. Cada cual ofrece sus experticias a cambio de un salario en valor monetario. Es la comprobada vía del progreso económico y social por la que las condiciones de vida mejoran. No obstante, según su origen natural humano, el individuo exige, como no negociable, su libertad y su propiedad.
Por naturaleza, la producción y riqueza son inherentes al ser humano y a éste se deben las reglas del juego requeridas, que disponen que el hombre jamás debe quedar sometido al Estado.
Pero, toda regla dictada por natura puede destruirse y el hombre empobrecerse, cuando su propio país –el Estado– es capturado por grupos de intereses políticos, militares, mercantiles, creando revoluciones. En esos procesos políticos el hombre confunde sus derechos y deberes cayendo subyugado, convertido a los despreciables socialismos, fascismos, nazismos, comunismos, estados totalitarios y fallidos, parientes entre sí. ¿Un ejemplo? Venezuela, claro modelo de esas perversidades.
En procesos políticos pervertidos, que engañan con soberanías sociales de corte fascista-comunista afectando las libertades, las políticas, las económicas y el respeto a la vida del individuo, se descubre una agenda ideológica destinada a empobrecer al individuo, a la sociedad.
Entonces decaen la productividad y eficiencia laboral y la sociedad empobrece velozmente. Esto lo estamos viendo acá cuando notamos cómo cada vez más abiertamente, se está organizando el Estado para la represión política, en persecución de las libertades, con miras a poseer el poder total, destruyendo instituciones gubernamentales no sometidas al Estado, como es la Sala de lo Constitucional, instigando hacia el odio de clases bajo diseño de política pública, en un fenómeno dirigido a afectar la libertad económica del individuo. Lo vimos recientemente en la abrupta populista alza –y no paulatina, como se debía– del salario mínimo, inconsulto, y legalizada mediante grupos sindicalistas creados por el gobierno, y con la no participación de la patronal de la Empresa Privada que debieron estar. Todo comprobando la agenda de enrumbar al país a más pobreza, al desempleo masivo, al cierre de pequeñas-medianas empresas, a la descapitalización de la economía del sector privado sobretodo del pequeño-mediano empresario, con visos a llevar a los salvadoreños a la subyugación totalitaria para dominarlos.
En Venezuela (“Faro de luz” de este Gobierno) como ejemplo, miles de empresas cerradas intervenidas, expropiadas, nacionalizadas por el gobierno, antes Chávez, hoy Maduro. Actualmente no es fácil deslindar lo político de lo económico, el crimen, el narcotráfico, el lavado y legitimación de capitales, corrupción, asociaciones internacionales con grupos calificados por la ONU como terroristas, son vivo retrato de lo que puede esperarnos.
La impunidad en este país, aparejada con la descomposición social y económica, alcanza ya extremos de descaros exasperantes, como aquella esposa (doble moral) de un expresidente que mientras acusa a cualquier perico de indeterminada barbaridad, ella, “inocente criatura” que llegó sin petate al gobierno, “no imaginaba” (ni le interesaba hacerlo) de dónde su marido ya presidente con sueldo de $6,000, la colmaba de tesoros, lujos, joyas, viajes y suntuosidades, “pagando sus cuentas” –excesivas en centenas de miles– siendo buena parte de las presuntas corrupciones de tres últimos gobiernos que nos han llevado a la contracción de la economía, y a ser el país centroamericano de mayor inflación, donde el Estado de Derecho no existe y en un entorno donde cohabita con un gobierno forajido.
*Columnista de El Diario de Hoy.