Inicialmente, pensé que las noticias eran malas, que había pasado algo. No sé, un desastre natural de esos que nos son propios, o un desastre político, que tampoco somos ajenos a esos. Lo digo porque el viernes de la semana pasada, amanecí con más de una persona que vía correo o redes sociales me compartía lo que aparentemente era la misma noticia sobre El Salvador. Y nada, la costumbre de leer malas noticias nos ha entrenado para siempre esperar lo peor, pero resultó que en contra de mis cínicas conclusiones, las noticias eran buenas. Por primera vez en aproximadamente dos años, en mi país no se habían reportado asesinatos. Muchos amigos extranjeros me preguntaron si eso significaba que por fin alguien había dado con la fórmula para la paz en El Salvador. Y aunque la tendencia indica que los asesinatos en comparación a 2015 van en bajada, la triste respuesta es que no, el día sin muertes violentas no es indicador de que hemos diseñado la elusiva fórmula para la paz.
Con optimismo sensacionalista, medios internacionales desde CNN a Al Jazeera a The Guardian nos dieron cobertura, anunciando que el jueves 12 de enero se había convertido en un día “libre de asesinatos” en el país más violento. Digo optimismo sensacionalista, porque una gota de sano escepticismo sabe leer entre líneas que asesinatos reportados no necesariamente significa asesinatos reales. En su entusiasmo las noticias internacionales habían también omitido mencionar que las desapariciones en El Salvador ya no pertenecen a las historias de la guerra civil. Son reportadas a diario, y la tendencia en 2015 se encontraba en aumento, a tal grado que parecía haber un grado de relación con la aparente disminución en los homicidios. En otras palabras, estábamos contando la misma cosa de manera diferente.
Lo anterior no significa que un día de respiro no merezca celebración. Cada vida que no perdemos es potencial que conservamos y nuestra dignidad humana común dicta que ninguna vida perdida debería verse reducida exclusivamente a una estadística. Pero si las políticas públicas en materia de seguridad y de justicia criminal han sido más de lo mismo en los últimos años, si se ha demostrado poco compromiso o interés en reformar el sistema penitenciario y carcelario, poco indica que el día sin asesinatos es producto directo y exclusivo de un atino gubernamental necesariamente.
Pero más allá del escepticismo cínico con el que deberían leerse cualquier tipo de estadísticas --especialmente las que provienen de fuentes oficiales, con una serie de incentivos para promover cifras favorables-- sí hay espacio para leer un día como el jueves 12 de enero como una serie de victorias. Si los números se traducen en consecuencias de la vida real, la estadística puede también leerse como que hubo, en promedio, 14 familias que no tuvieron que planear un funeral. Hubo, en promedio, 14 madres salvadoreñas que se fueron a dormir sin llorar hijos muertos. En promedio, hubo 14 perpetradores que ese día conservaron algo de su humanidad al no terminar con una vida. Eso en el contexto de la cantidad de sangre derramada parece poco. Pero si recordamos por un segundo que en nuestra Constitución hemos elevado a “la persona humana como fin y origen de la actividad del Estado,” sobran las razones para celebrar. Y para rogar, con toda la fuerza que nos permite la fe, el optimismo y la esperanza, para que haya más días así.
*Lic. en Derecho de ESEN
con maestría en Políticas Públicas
de Georgetown University.
Columnista de El Diario de Hoy.
@crislopezg