Los riesgos y peligros de “estar hartos” de los políticos

La baja aprobación y confianza en los partidos son voces de alerta no solo para estos institutos, sino también para la ciudadanía, que debe estar atenta a no cometer errores que empeoren la situación. 

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21 January 2017

Los resultados de las últimas encuestas realizadas por el Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) de la UCA, confirman algo que ya sospechábamos y que, sin embargo, no deja de ser preocupante. 

El reciente estudio “Los ciudadanos opinan sobre el estado del país y de la democracia a 25 años de los Acuerdos de paz”, sostiene que el 49.9 % de los salvadoreños se siente poco satisfecho por el funcionamiento de la democracia. A esto se suma que el 81.8 % está poco o nada satisfecho con el sistema político del país. 

Es lógico que, ante este panorama, los políticos se lleven la peor parte. En otra de las encuestas realizada por el mismo instituto, titulada “Los salvadoreños evalúan la situación del país a finales de 2016”, se muestra que el 88.5 % tiene poca o ninguna confianza en los partidos, lo que los ubica en la última posición de actores nacionales / instituciones en las que los salvadoreños confían, con apenas 3.5 puntos. No es de extrañar que la Asamblea Legislativa, siendo un organismo conformado por partidos, se encuentre en penúltimo lugar, con 5 puntos. 

Cada año estas instituciones van de mal en peor. En el estudio de 2015, los partidos y la Asamblea tenían 5 y 5.6 por ciento de confianza, respectivamente. 

Los números rojos para los políticos no significan que los salvadoreños no quieran vivir en democracia, ya que consideran que ésta sigue siendo el mejor régimen político para el país, aunque tenga problemas. 

Todos estos datos lanzan voces de alerta. 

La primera es para los partidos políticos. Es tiempo de que se tomen en serio la negativa imagen que tienen y luchen por mejorarla asumiendo el rol que les corresponde: ser organizaciones que encausen una multitud de opiniones sobre temas de poder y gobierno, abiertas a la participación ciudadana y a la crítica, a través de cursos de acción efectivos, con respeto a la institucionalidad. Pero lo que vemos principalmente ahora es todo lo contrario: clubes de amigos, organizaciones casi pegadas con chicle a conveniencia electorera, al servicio de unos pocos y sin visión de largo plazo. 

Los partidos pueden comenzar a ganarse la confianza de los electores promoviendo la transparencia, el estado de derecho y la lucha contra la corrupción, sin distinguir colores o banderas. La gente clama por la honestidad y la legalidad. Esto se refleja en que la Fiscalía pasó de tener, en 2015, el 8 % de confianza a 12.9 % en 2016, un año en el que un nuevo fiscal asumió la dirección de la institución y en el que se promovieron investigaciones de alto impacto que involucran al crimen organizado, expresidentes, exfuncionarios y hasta al anterior jefe de dicha entidad. 

La segunda alerta es para la ciudadanía. El hecho de que más de la mitad de los entrevistados crea que la democracia puede existir sin los partidos y que el 83.9 % esté de acuerdo con que el país adopte una nueva Constitución que reforme el sistema político (sin tener claro en qué consistiría dicha reforma), evidencia lo frágil de nuestro sistema democrático. 

No dejemos que el disgusto con la clase política tradicional obnubile la razón y lleve a tomar decisiones con el hígado, pues muchas veces únicamente se propicia la llegada de los “mesías políticos”, quienes resultan ser figuras populistas perniciosas para cualquier país, ya sea por su inexperiencia u oportunismo. Basta ver España con Pablo Iglesias, Italia con Beppe Grillo, Grecia con Alexis Tsipras o Guatemala con Jimmy Morales. Peor aún si se trata de individuos que se enquistan en el poder, como resultó ser Hugo Chávez y su chavismo en una Venezuela azotada por la miseria, la criminalidad y la corrupción. 

Nuestra democracia necesita primero purificarse para luego fortalecerse. Los partidos deben poner de su parte, pero somos la ciudadanía quienes debemos “ayudarles” con una seria exigencia y fiscalización continua, que va más allá del voto. Quienes tengan vocación política, además, deberían involucrarse, sin miedo a “ensuciarse las manos” -aunque sin contaminarse-, para limpiar la mugrienta y deteriorada casa, antes de que se derrumbe. 

“La democracia tiene que nacer de nuevo cada generación, y la educación es su comadrona”, decía el filósofo John Dewey. Si nos involucramos seriamente, este renacer será posible. 

*Periodista.
jaime.oriani@eldiariodehoy.com