Recordar cómo fue la firma, qué ambiente había entonces, los problemas y dificultades que teníamos en ese momento, por supuesto 25 años más jóvenes, es una tarea que por lo general está marcada por los acontecimientos más relevantes que marcaron la vida; se deja de lado muchos hechos y se recuerdan los más significativos.
Cuando aún los actores, como son los firmantes de la paz, están vivos como sucede en nuestro caso, excepto dos, don Abelardo Torres y Schafik Handal, las anécdotas por lo general se transmiten primero de boca en boca, luego las más relevantes se van convirtiendo en hitos que cuentan y explican lo que sucedía en la época.
Todavía más, cuando aún están frescos los hechos, como sucedió ahora que se celebran los 25 años del fin del conflicto bélico, gran parte de los discursos están marcados por la comparación entre el pasado y el presente; casi todos van encaminados a recordar el conflicto bélico y los acuerdos de paz, por lo general, exaltando la gesta, la disciplina y creatividad de los negociadores para terminar el conflicto, la voluntad de las potencias internacionales para apoyar las negociaciones, pero de fondo, por lo menos así lo veo, se trata de un ejercicio que busca comparar lo sucedido antes y lo que sucede ahora.
En este sentido, se dice que se finalizó la guerra, pero ahora padecemos otra; es más, hay voces que señalan que los acuerdos fueron inconclusos porque no hubo consenso en las reformas económicas; incluso algunos todavía achacan a estos acuerdos la situación actual de inseguridad y el desarrollo de las maras. Todavía más, se trata de emular lo sucedido hace 25 años para enrumbar la situación actual tratando de gestionar, como lo han dicho algunos, buscar “acuerdos de segunda generación”.
El cuento de los hechos por los actores de primera mano es importante, ilustrativa pero tarde o temprano se termina, ineludiblemente cuando fallecen, luego viene la tradición oral que por lo general tiene que contarse de manera escrita para que las venideras generaciones conozcan lo sucedido; a diferencia de los contadores de historietas, los historiadores, sobre todo los serios, retoman las anécdotas más relevantes, y trascienden la narración tratando de explicar los hilos que de mejor manera dan cuenta de la realidad de ese entonces.
En este sentido, dos libros hay que tenerlos cerca para conocer las triquiñuelas de la época; obviamente, y no me cabe la menor duda que en el futuro habrá nuevas versiones sobre el conflicto que a lo mejor expliquen de mejor manera lo sucedido, pero hoy por hoy estos dos textos son de lo mejor: uno, es “El Salvador, La reforma pactada”, de Salvador Samayoa, y el otro es de Diana Villiers Negroponte, “En busca de la paz en El Salvador”; el primero es más denso, más académico, bien documentado y probablemente contados los vericuetos de los acontecimientos con bastante detalle, propio de alguien que vivió de primera mano las negociaciones. El segundo también es riguroso y bien documentado pero “contado” de manera más suave, dirían algunos más al estilo periodístico; se nota que su participación en las negociaciones fue de más lejos, no estuvo en la cotidianidad del fin de la guerra y tiene de centro las relaciones de poder nacionales e internacionales. Ambos hay que leerlos y estudiarlos.
Releyendo ambos libros, hay un hilo clave que dio paso a los acuerdos y que refleja la claridad mental, las presiones de la población, la realidad internacional de la época, como lo es la necesidad ineludible de terminar el conflicto bélico por medios políticos, cuestión que no implicó en ningún momento la negociación económica.
Desde un inicio, dice Negroponte, hubo la decisión clara y contundente del gobierno de Cristiani sobre negociar el sistema básico socioeconómico… hubo idas y venidas, pero nunca fue el centro.
Contrario fue el punto del fin de la guerra; cuenta Samayoa que bajo la mediación de De Soto, cuando estaban en la redacción de los acuerdos, el gobierno quería que se incorporara la idea de que lograran “acuerdos que permitan la concertación de un cese del enfrentamiento armado”, el propósito era forzar el cese de fuego primero y discutir después la agenda política de las negociaciones. Luego de idas y venidas lo que quedó fue la decisión de “lograr acuerdos políticos que permitan la concertación de un cese del enfrentamiento armado”.
Esto lleva a decir a Negroponte que una de las lecciones de la experiencia del proceso de paz en El Salvador tienen que ver con “mantener negociaciones políticas a pesar de la violencia de las actividades militares continuas”.
*Editor Jefe de El Diario de Hoy.
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