Se habla mucho sobre el giro que está teniendo Latinoamérica hacia la derecha, un enfoque con el cual se explica el triunfo de Macri en Argentina, la destitución de Rousseff en Brasil, entre varios otros sucesos que se interpretan como un probable retorno de la región a políticas de derecha. En un marco más amplio, el triunfo de Donald Trump en noviembre 2016 luego del Brexit, fue el culminante de un año en que la izquierda más tradicional en los países industrializados mostró su incompetencia.
Atrás quedaron los años dorados de la izquierda bolivariana, en los que presidentes como Chávez, Kirchner, Lula, Lugo, Morales, Correa y Bachelet, se reunían a definir políticas de cooperación y diálogo regional.
Ahora, la izquierda latinoamericana se encuentra con partidos políticos, presidentes y ex–presidentes, acusados de estar involucrados en redes de corrupción o sin respuestas a nuevas demandas de sociedades que han avanzado rápidamente por un camino de modernización y cambio. La izquierda se muestra carente de brújula.
Aquí en El Salvador, al considerar las encuestas de opinión pública, ese giro hacia la derecha es más mito que realidad. Más de la mitad de los salvadoreños dice que no simpatiza con ninguno de los cinco partidos con representación en la Asamblea Legislativa. Y es probable que la próxima elección legislativa siga el mismo guión: los grandes protagonistas: el FMLN y ARENA, mientras que la tercera fuerza se disputará entre GANA y PCN. La mala noticia es que ningún pequeño partido está en condiciones en estos momentos, de disputar el dominio de los dos grandes.
Las elecciones de 2018 están cada día más cercanas y todavía hay muchas cosas que pueden cambiar en el terreno electoral. Si no pasa nada extraordinario, se proyecta que esta elección dará a luz a una Asamblea Legislativa muy parecida a la actual, en la cual nadie podrá tomar decisiones trascendentales, de mayoría calificada, excluyendo a su antagonista ideológico.
Como hechos fácticos de aparente tendencia, Latinoamérica reporta triunfos de partidos de derecha, pero estos no son señales de un giro de masas votantes hacia la derecha; no hay que confundirse. Más bien son expresiones aisladas, como alternativas frente al debilitamiento programático de izquierdas desgastadas, que pretenden sostenerse, perpetuarse, debilitando la institucionalidad y la democracia.
En este escenario de orfandad programática, sin referentes claros de izquierda en los cuales refugiarse, la derecha ha encontrado un espacio y se está haciendo del poder; algunas veces, no necesariamente por sus propios méritos y estrategias, sino porque la izquierda desorientada está con un rumbo confuso. Han emergido grandes masas de clases medias que aspiran seguir progresando y no encuentran en las izquierdas sus vanguardias, y a su vez han crecido grandes sectores de población empobrecida. Las izquierdas han mostrado incapacidad de responder a esas realidades sociales.
En ese contexto, lo que se ha dado en llamar el “giro hacia la derecha” en Latinoamérica, debería en realidad llamarse el “colapso de las izquierdas”.
La derecha debería evitar los discursos de confrontación, catastróficos e iracundos. Debe más bien desarrollar un discurso estadista y articular políticas sensatas que respondan a las necesidades sentidas de la población. Prepararse a enrumbar la nación para cuando le toque asumir el poder. Prestigiar con sus acciones, coherentes y consecuentes, a la clase política.
En Latinoamérica, después de gobiernos populistas de izquierda, tocará ordenar cuentas fiscales, mejorar la seguridad y combatir a fondo la corrupción que corroe las esferas públicas y las clases políticas. Y sobre todo, llevar progreso, prosperidad, a las clases medias y grandes masas de población excluida.
Los líderes y tanques de pensamiento deben prepararse ante esta responsabilidad inminente.
* Columnista de El Diario de Hoy.
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