"Seguiremos dos simples reglas: Comprar americano, y contratar americano". Con esa frase el presidente Trump izaba una de sus principales banderas: El proteccionismo.
Es un hombre decisivo. Un viernes inauguraba su presidencia con esas palabras, y el lunes firmaba la orden para retirar a los EE. UU. del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica.
Cuando en 1994 entró en vigencia el NAFTA se impulsó una tendencia mundial a abrir las fronteras económicas. Se suscribieron muchos tratados para crear áreas de libre comercio. Reduciendo o eliminando los aranceles se facilitó el transporte de bienes y servicios entre los países.
Por décadas –principalmente desde el socialismo y la socialdemocracia– muchos intelectuales, políticos y líderes religiosos manifestaron su rechazo a los TLC y al libre comercio. Pues hoy esas personas deben sentirse satisfechas. Finalmente sentaron en el Salón Oval a uno de los suyos, un líder que se enfrenta con decisión al libre comercio.
Vivimos tiempos interesantes. Hoy resulta más apropiada que nunca la dedicatoria que escribió Friedrich von Hayek en El camino a la servidumbre: A los socialistas de todos los partidos. Hayek nos explica cómo el rechazo a la libertad, y la afición por el colectivismo puede predicarse a sujetos e ideas que están en cualquier lugar del espectro político. El antiliberalismo no es patrimonio de la izquierda.
El proteccionismo suele venderse con patriotismo. De ahí la arenga de comprar americano y contratar americano. Lo importante es proteger lo nacional. Pero, más allá del romanticismo patriótico, “lo nacional” significa resguardar los negocios de determinados empresarios locales.
Y es que el proteccionismo no beneficia a los consumidores. Con muros arancelarios se defiende a ciertos empresarios de la competencia internacional. Eso supone limitar las opciones de los consumidores, y ceñirlos a comprar productos de la oferta local.
Cada quien es distinto. No sé usted, pero cuando yo compro algo intento que sea lo más barato y de mejor calidad. Si el productor de ese bien es salvadoreño o no, a mí poco me importa. Mi prioridad es satisfacer las necesidades de mi familia y las mías de la mejor manera. Prefiero cuidar de mi bolsillo, y no el del empresario que me vende. Muy salvadoreño puede ser él, pero mi familia y yo también lo somos.
Por eso no me convencen los ataques contra el libre mercado señalando que éste solo beneficia a los grandes empresarios. Por experiencia noto que los más beneficiados somos los consumidores. Entre más opciones tenemos, mejor nos va; independientemente de que estas alternativas sean chinas, estadounidenses o mexicanas.
Es el bienestar de nosotros, los consumidores, lo que justifica defender el libre mercado y rechazar el proteccionismo. Y en esa lucha debemos estar atentos ante cualquier iniciativa que amenace nuestra libertad económica.
Hace unos meses el Ministro de Economía dijo: “He pedido un estudio de aquellos productos que se fabrican aquí, ya sea en zona franca o fuera, para ver los niveles de aranceles o impuestos que se tienen para introducir esos productos. ¿Para qué? Para aumentar esos aranceles”. El motivo de ello, decía, era “proteger la producción nacional, el empleo y fomentar la diversificación productiva”.
Permanezcamos alertas. Es probable que con la bandera proteccionista izada en la Casa Blanca este tipo de iniciativas tomen impulso.
Esas políticas implican limitar sus opciones de compra y hacerle más difícil la adquisición de productos internacionales. De manera que es bastante probable que los favorecidos por una iniciativa proteccionista así terminen siendo ciertos empresarios locales y no usted, el consumidor.
Aceptar con sumisión que se nos obligue a comprar productos a empresarios nacionales no es ser buen salvadoreño. No dejarse majear, sí.
*Colaborador de El Diario de Hoy.
@dolmedosanchez