"La desconfianza es una señal de debilidad”, dijo alguna vez Indira Gandhi.
En este momento, pareciera que la crisis de los micrófonos hace imposible la confianza mutua porque el espionaje afectaría de manera irreparable las reglas del “fair play” —el trato justo, con reglas de juego claras—. En realidad, es ahora más que nunca cuando habría que apostarle a un posible entendimiento en los temas de nación, y para que esto suceda habría que comenzar por aceptar que aún no existe la madurez política para llevarlo a cabo sin intermediarios.
Para avanzar en la consolidación de nuestra democracia es imperativo que recuperemos la confianza. La desconfianza estuvo presente antes de la guerra, y lo ha estado en toda la postguerra hasta incrustarse en el sistema político, institucional y social. Los ejemplos son diversos: desde la inseguridad jurídica para la inversión privada hasta la parálisis política que nos tiene en un punto muerto.
La democracia existe por la voluntad de la mayoría de los salvadoreños, y para consolidarla y conservarla requiere de respeto mutuo, tolerancia, voluntad política genuina y de un compromiso inequívoco por el Estado de Derecho. Al elegir a nuestros representantes, a través del ejercicio del voto ciudadano, colocamos nuestra confianza en la buena gobernanza y en el trabajo dirigido al bien común, que debería darse por encima de los intereses individuales y partidarios. Esta confianza está bajo amenaza por la corrupción generalizada en las instituciones públicas.
Lo que más nos aleja como ciudadanos de los partidos políticos es esta desconfianza creciente, y la frustración de estar viviendo una tragicomedia: ‘la política de las mentiras’ versus ‘la política de las verdades’. Mientras tanto, perdemos valiosos años de desarrollo. Un costo muy alto que, al final de cuentas, lo pagamos todos, aunque el precio más alto lo pagarán los jóvenes y las futuras generaciones.
Las confrontaciones entre los partidos políticos, ante los cuales la mayoría somos simples espectadores, se volverán interminables en el nuevo período electoral. Esta situación, que hemos soportado por un largo tiempo, no sólo envenena nuestras almas, también ha puesto en riesgo el “alma política” de toda la nación. Si la ciudadanía pierde la confianza en la política, perderá también la confianza en la democracia.
Hay una responsabilidad ciudadana que va más allá del ejercicio del derecho al voto. En el trasfondo de nuestra situación actual está el tema de la debilidad de nuestras instituciones y la consecuencia de permitir esta debilidad: “malas” decisiones y erradas políticas públicas. No olvidamos el ejemplo del Tribunal Supremo Electoral (TSE), que sembró incertidumbre en las últimas elecciones legislativas y municipales por la evidente incompetencia de la cabeza de una institución que debería asegurar la plena vigencia de los derechos civiles y políticos de la ciudadanía, la cual merece elecciones transparentes y justas. Si no hacemos nada para cambiar esto, en las próximas elecciones nos enfrentaremos con un escenario similar.
Hay otras instituciones del Estado, que al igual que el TSE, han dejado manifiesta su incompetencia e ineficacia; y esto nos lleva a cuestionar su accionar como antidemocrático. Pero al final de cuentas, son los partidos políticos los que, por los enfrentamientos coyunturales, han dejado de plantear los temas claves para los ciudadanos, algunos de urgente atención: el modelo económico del país, la regeneración de liderazgos, la democratización de los partidos, y la limpieza de la corrupción en el Estado.
Es así como en el debate a corto plazo se siguen posponiendo los temas cruciales. No se puede continuar con una política de espejismos; no aceptaremos esta traición a la democracia. De continuar la desconfianza entre los partidos y la deslealtad de éstos con las instituciones, estaremos condenados a un futuro incierto y a una vida aún más difícil para todos.
*Columnista de El Diario de Hoy.
@cavalosb