Madres y padres excepcionales

Mi contacto con familias de niños y niñas especiales, me ha enseñado que esos pequeños proporcionan a la familia las fuerzas extraordinarias que son necesarias todavía para sacarlos adelante.

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02 December 2016

"Cuando tú tienes un niño normal y saca buenas notas, eres feliz; cuando hace lo que se le pide, uno es feliz. Es una alegría normal porque, por supuesto, esa es su obligación. Pero cuando se tiene un hijo con algunas limitaciones, cada aprendizaje, acierto o avance que hace, uno pulsa, vibra y se alegra como si se hubiera ganado el premio mayor de la lotería". 

Así empieza el breve texto que una amiga puso en el muro de su FB. Solicitaba que lo copiáramos y pegáramos en el nuestro, en solidaridad con la semana de la Educación Especial. Así lo hice y quedé gratamente sorprendido de las respuestas que tuve. Menciono algunas: la prima lejana que no paró de llorar porque recordó que su hijo dijo su primera palabra hasta los cuatro años de edad; la otra, ahora también lejana, que simplemente pone “…¡¡dímelo a mí, pero igual los amamos!! (yo sé bien todo lo que eso les ha significado los últimos 15 años); el buen amigo, señor de paellas exquisitas, comentando la sensibilidad que su hijo y demás compañeros han generado hacia el tema pues en su centro asisten niños especiales (¡bravo por el colegio AW!); la dulce y laboriosa abeja que, por años, ha trabajado por mantener operando un centro de atención y producción en la colonia Costa Rica que integra laboralmente a personas con discapacidades; el compañero que tiene una hija con Síndrome de Down y que, desde que vive para ella, me parece el hombre más feliz del mundo; la bella y valiente maestra peruana que ha dedicado su vida a la atención de niños con discapacidades y que me permitió tener la experiencia, única e inolvidable, de asistir a un baile de sordos: el auditorio lleno a reventar de alumnos, la música empezaba a sonar por los parlantes pero nadie bailaba, todos quietos mirando a la DJ. Solo cuando ella anunciaba en lenguaje de señas el ritmo de la canción (vals, polka, huayno, salsa) que sonaba, iniciaba el baile. ¡Sálvese quien pueda! porque los entusiastas bailarines no respetaban cuerpos inertes. Y así para cada canción que sonó durante todas las horas que duró la pachanga. Finalmente, el comentario de la joven abuela que, entre otras cosas, ponía “… deben ser tratados igual que los demás…”.
Aunque bien podemos entender lo que la guapa amiga quiere decir, me sentí obligado a hacer la aclaración. “Iguales no, con más cariño, paciencia y tolerancia”. 

Y eso me lleva a uno de los más grandes peligros para la educación de todo un país: querer creer que todos somos iguales. Somos iguales en derechos, pero no en capacidades ni en preferencias. 

El barco de la educación, que no está exento de ser impulsado por los vientos de los tiempos, no debería perder el rumbo. A las escuelas actuales se les exige, moral y legalmente, aceptar chicos con discapacidades tan marcadas que, años atrás, era inimaginable que asistieran a instituciones de educación regular. Eso está muy bien. Pero nadie debería llamarse a confusión: ambientes semejantes no significará necesariamente iguales resultados para todos.

La convivencia genera conocimiento interpersonal y respeto por la persona, a pesar de las diferencias (como podrán atestiguar quienes negociaron y firmaron los “Acuerdos de Paz” del país); el aislamiento, por el contrario, genera la perversa dinámica de “nosotros contra ellos” que, a su vez, aumenta la polarización entre los grupos y la disminución psicológica “del otro”, requisito previo para su aniquilación, en los casos extremos.

Ante el infeliz comentario de un patán, una maestra sabia, sin perder la calma, contestó: “Dios da, a cada madre, el hijo más bello del mundo”. Nunca olvidaré esa lección de amor. Mi contacto con familias de niños y niñas especiales me ha enseñado que esos pequeños proporcionan a la familia las fuerzas extraordinarias que son necesarias todavía para sacarlos adelante. Madres y padres de niños y niñas especiales: son ustedes madres y padres excepcionales. Mis respetos y admiración. 

*Sicólogo y colaborador 
de El Diario de Hoy.