Respeto, ¿para quiénes?

Quienes se emocionan por haber recibido ayuda oftalmológica, alguna capacitación o entrenamiento en Cuba, no piensen que todo eso fue pura bondad gratuita de quien propició nuestros años de guerra. 

descripción de la imagen

Por

02 December 2016

Durante nueve días se han celebrado las pompas fúnebres de Fidel Castro Ruz. Un gentío esperaba largas horas para honrar sus cenizas, así como antes permanecían aglomerados bajo el implacable sol caribeño, escuchando los interminables discursos del dictador. Las multitudes, el boato, las patéticas elegías pronunciadas por los dirigentes afines al régimen, eran lo esperado. Pero resulta absolutamente inexplicable (por aquello de que “el que a hierro mata, a hierro muere”) que semejante déspota haya muerto en su cama, colmados sus días de ancianidad y acompañado por sus seres más cercanos. 

 El Dr. Paul Kengor, profesor de Ciencias Políticas y director ejecutivo del Center for Vision and Values, Grove City College, ha pasado más de 20 años estudiando a Fidel y dando clases y conferencias sobre ese personaje. Y, a pesar de haber leído cientos de libros sobre él, haber entrevistado a infinidad de personas relevantes, etc., opina que es imposible dar una cifra sobre las miles de muertes que el ahora difunto llevaba en su haber. 

En la primera etapa de la revolución, en la década de los sesentas, se calcula que fueron arrestados unos 30,000 cubanos por razones políticas, y, de estos, unos 10,000 fueron fusilados. Además, otros 18,000 fueron asesinados, ya sea mediante un tiro de gracia o murieron por condiciones de inhumano trato. Lo anterior son hechos conocidos, que continuaron sucediéndose en el tiempo. Pero algo que me conmocionó fue la aseveración del Dr. Kengor, refiriéndose a que unos 40,000 cubanos murieron ahogados, tratando de huir de la isla; pero gran parte de ellos no perecieron por las inclemencias del tiempo, la bravura del mar o su falta de experiencia náutica. No; se ahogaron porque Fidel enviaba helicópteros militares que dejaban caer sobre ellos pesados sacos de arena. 

 Y ¿a semejante monstruo ha ido a rendirle honores póstumos nuestro presidente? ¡Qué vergüenza!

El Dr. Kengor también revela el peligro de desaparecer en el que estuvo el mundo, cuando se llegó al borde de una guerra nuclear en 1962.
Todos conocemos la posición firme del Presidente Kennedy y la aceptación de Nikita Khrushchev para retirar los misiles que estaban siendo instalados en Cuba. Lo que no siempre se supo fue que Fidel, acuerpado por el Che Guevara, exigía que se dispararan los 162 misiles soviéticos en contra de los Estados Unidos. Eso se lo confesó el propio Fidel a Robert McNamara, Secretario de Estado de Kennedy. Y también Sergei, el hijo de Khrushchev, en la biografía en 3 volúmenes que escribió sobre su padre, cuenta del horror mostrado por Alexander Alekseyev, el embajador soviético, ante las locuras propuestas por Castro. Comentó, incluso, que Fidel escribió una especie de despedida, de testamento, porque deseaba morir héroe y mártir de la guerra nuclear. Khrushchev reaccionó de inmediato, ordenando a Andrei Gromyko establecer comunicación con Washington y “salvar al mundo de aquellos que quieren empujarnos a una guerra”. 

Fidel Castro, déspota, narcisista y sanguinario dictador, estiró su maldad hasta nuestro pequeño país. Quienes se emocionan por haber recibido ayuda oftalmológica, alguna capacitación o entrenamiento en Cuba, no piensen que todo eso fue pura bondad gratuita de quien propició nuestros años de guerra. No; todo eso fue pagado con la sangre, el dolor, las lágrimas y el dinero de nuestros compatriotas que, entonces, fueron secuestrados o asesinados. Ellos sí merecen nuestro respeto. 

*Columnista de El Diario de Hoy.