Mejor lloremos a nuestros muertos

Sánchez Cerén, más que poner lágrimas en los ojos de los salvadoreños donde probablemente nunca las hubo, debería de llorar por todas las víctimas de la violencia y hacer algo para frenar la sangre que corre todos los días en nuestro país. 

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03 December 2016

"Miles de salvadoreños, con lágrimas en su corazón, reconocen la visión solidaria y humanista del compañero Fidel", afirmó Salvador Sánchez Cerén, en su Twitter, el día siguiente al fallecimiento de Fidel Castro. Algunas horas antes, por el mismo medio, escribió: "Mi esposa Margarita está muy conmocionada por la noticia del fallecimiento de Fidel, acompañaremos al pueblo cubano, estamos junto a ellos". 

Entiendo que a nuestro presidente, a su esposa y correligionarios, la noticia del deceso de Castro les haya conmocionado, especialmente si, como ellos dicen, fue uno de sus ejemplos a seguir. 

No se trata de alegrarse por la muerte de alguien (aun cuando hayamos estado en desacuerdo con él), sino de ser muy honestos y prudentes en las valoraciones que se hacen, principalmente al tratarse del Presidente de la República: Salvador Sánchez Cerén –para bien o para mal– es el presidente de todos los salvadoreños y no representa solo a aquellos que simpatizaban con el régimen castrista o con el comunismo. 
No comprendo, pues, cómo es posible que se arme todo un “show” con tintes ideológicos, y más aún, que se intente justificar, con aires de grandeza y logros, a una polémica y cuestionada figura cuyo país no es precisamente un ejemplo de desarrollo y libertad. 

En el evento del FMLN en homenaje a Castro, Medardo González dijo que “en Cuba no hay niños que anden haciendo piruetas en la calle para ganarse un cinco”. Es verdad. Aunque no mendiguen públicamente, te abordan con sigilo. Y no solo hay niños, sino jóvenes, adultos, universitarios y profesionales que no dejan pasar la oportunidad para obtener algo más con lo que vivir. 

No me lo estoy inventado. Lo experimenté y viví cuando fui a la isla en agosto de este año: profesionales como arquitectos, ingenieros o maestros, que prefieren trabajar en un hotel o resort porque allí recibirán propinas mucho mayores que sus $30 de salario; varias personas que ahorran para dejar la Isla en cuanto puedan; gente que, al notar que eres extranjero, te pide medicinas, objetos de higiene personal, cosas que puedan vender o, si hay algo de confianza, que los invites a comer. 

Regresemos a El Salvador. Sánchez Cerén, más que poner lágrimas en los ojos de los salvadoreños donde probablemente nunca las hubo, debería de llorar por todas las víctimas de la violencia y hacer algo serio para frenar la sangre que corre todos los días en nuestro país. 
De nada le sirve a este gobierno abanderarse como el paladín de la lucha social, decir que promueven un país con oportunidades para todos o que siguen el ejemplo del cuestionado líder cubano, cuando no se respeta lo más fundamental: la vida. 

Todo indica que las políticas de seguridad han sido un fracaso rotundo. A mitad del periodo de Sánchez Cerén, la violencia ha acabado con la vida de más de 14 mil personas, lo cual significa que, en promedio, 15 salvadoreños mueren diariamente a raíz de la violencia. Agosto de 2015 fue el mes más sangriento, con 918 homicidios.

Las excusas sobran y es fácil echar la culpa a la oposición, a la Corte Suprema de Justicia o a la falta de fondos. Sobre esto último, deberíamos preguntarnos dónde está todo el dinero y cómo se están utilizando los fondos. Durante el Gobierno de Sánchez Cerén, a los salvadoreños se nos ha endeudado con un préstamo por $152 millones para fortalecer la PNC y se nos ha impuesto un cobro en la telefonía para financiar el combate al crimen. 

¿Hasta cuándo vamos a soportar esto? ¿Hasta cuándo vamos a seguir engullendo las campañas demagógicas propias de un Gobierno inútil y sin resultados, que resalta logros donde no los hay? ¿Cuándo vamos a despertar y exigirles seriamente? Si no funcionan, mejor que se vayan a casa. 

*Periodista. 
jaime.oriani@eldiariodehoy.com